Gabriel Elorriaga Fernández (Diario Crítico)
El ciudadano Mas interrumpió a la mitad el mandato que presidia apuntalado por una discreta mayoría relativa y convocó unas elecciones inútiles e inoportunas cuyo único objetivo era saber si el electorado catalán quería más al Mas separatista explicito que al Mas autonomista codicioso.
El resultado es que su electorado ha dicho rotundamente que no a su línea independentista, no solo negándole el refuerzo electoral que pedía, soñando con una holgada mayoría absoluta, sino rebajándole doce diputados y, prácticamente, haciéndole imposible gobernar solo con su propia fuerza política.
Lo significativo es que Mas estaba en las circunstancias más favorables para crecer. El Estado pasaba por un momento económicamente crítico y doctrinalmente débil. La crisis galopante dañaba a los partidos nacionales con responsabilidades en el gobierno central, hoy o ayer. Se vivía un tiempo de reformas impopulares y aún sin efectos positivos palpables. El socialismo catalán, que había presidido la Generalitat anterior, había dejado de ser un competidor temible. Los populares consideraban un éxito consolidarse subiendo un poco. Solo los simpáticos muchachos de «Ciutadans» mostraban entusiasmo para multiplicar su modesta cuenta.
¿Pero a donde fueron los votos que deseaba Mas para identificarse como representante de un pueblo catalán sumiso a sus enfervorizadas arengas? ¿Cómo es posible que un candidato sin rivales alternativos creíbles retroceda en vez de subir? Es posible que algunos votos de un separatismo radical hayan ido allí de donde nunca debieran haber salido. Las banderas esteladas de la manifestación que enloqueció a Mas hablaban por sí mismas.
Si Mas tuviese la cordura propia de un responsable político no hubiese convocado estas elecciones para bajar a peor pero, en caso de hacerlo, debería saber que su electorado tradicional estimaba más un tono moderado y dialogante que el disparatado camino hacia la ilegalidad y la discordia. Las aclamaciones no eran para él y su partido burgués sino para otras cosas que producen escalofríos en su propia casa. Es muy fácil ir codo con codo en una manifestación heterogénea, pero no es igual de fácil aprobar un presupuesto con conceptos radicalmente distintos de economía y sociedad. Es, por tanto, una fantasía pensar en una mayoría «nacionalista» armoniosa en el parlamento catalán.
Lo que ha salido de las elecciones es un piano de teclas desiguales para tocar un andante con pasos desacordados. Un fracaso evidente. Lo único conseguido no es ni una mayoría de gobierno ni una base para un independentismo sin réplica sino, sencillamente, una miniaturización de Mas. La causa del fracaso no ha sido la mala administración, ni los recortes, ni los indicios de corrupción que son cosas que se dan en otras partes. El factor novedoso que ha sumergido a Mas en la incertidumbre fue, sin lugar a dudas, su apuesta por el independentismo y su europeísmo mentiroso. Se ha permitido ofrecer una mercancía averiada y engañosa que no podía suministrar por sí mismo. Por ello solo ha podido retener, y veremos por cuanto tiempo, un porcentaje del voto que, por rutina o inercia, no sabía a dónde ir fuera de su debilitado partido de siempre.
Ahora solo quedan esperar las fluctuaciones de un político que es consciente de su situación y de sus errores. Los espectadores, a ambos lados de su pequeño pedestal, podrán contemplar todas las maniobras imaginables para presidir un gobierno autonómico legitimado por una Constitución de la que se reniega, a la vez que se promete cumplir y hacerla cumplir, como representante del Estado en un territorio del mismo, mediante nombramiento por el jefe de dicho Estado, llamado Reino de España, con el ceremonial de rigor y las asistencias acostumbradas. El problema de Mas es su problema personal, no una coyuntura histórica. Se ha hinchado como un globo con el gas explosivo de la demagogia identitaria y ha pinchado. Solo puede esperar y espera, para intentar malgobernar, que alguien ponga un parche provisional al globo, adherido con el pegamento nauseabundo del posibilismo político, venga de donde venga.
Hay que confiar que este fracaso de Mas sirva de vacuna contra otros delirios secesionistas de menor cuantía.