Antonio Miguel Carmona (Director de Diario Progresista)
La derrota del soberanismo ha sido una de las características más sobresalientes de la jornada electoral catalana. Sin embargo, hay algo más evidente en la decisión de los ciudadanos de Cataluña: el castigo a los políticos excéntricos e iluminados que llevan a los pueblos al abismo.
Que la sociedad catalana esté hasta la gandalla y la mantellina de locos de salón, de políticos de gin-tonic y de iluminados de todo tipo, es lo más evidente de unos comicios como los de ayer.
Los ciudadanos de Cataluña han dado una lección sin precedentes a las posiciones estrafalarias y a las siempre atrevidas encuestas. Han mandado a Artur Mas, simplemente, al basurero de la historia.
A pesar de que CiU sigue siendo con tan solo un tercio de los sufragios la coalición más votada en Cataluña, el ánimo plebiscitario de su presidente, el extravagante a la par que parco gestor, ha conducido a la organización a una desafección que sólo acaba de empezar.
No se han dejado engañar los ciudadanos catalanes, ni por cortinas de humo, ni por cuentas elusivas. Han sabido castigar a un gobierno, el de la Generalitat, protagonista de la demolición del estado del bienestar en Cataluña y de la represión policial de los manifestantes.
La contundente caída de la burguesía catalana refugiada en Convergència (sin Unió), guardando celosamente su localismo entre la lana de la barretina, ajena al porvenir de un pueblo que desea en primer lugar prosperar, ha sido liderada por un excéntrico sin precedentes como Artur Mas, cuyo futuro debiera ser, tarde o temprano, volver a entretenerse con cuentas y herencias.
Nos alegramos, empero, del ascenso de Esquerrra Republicana de Catalunya, organización que vuelve a su sitio tras la exagerada caída de 2010 y que, a pesar de no coincidir con ellos, tienen la honradez intelectual de plantear abiertamente y sin ambages su posición política. Al menos estos dicen lo que piensan, lejos de la deslealtad característica de la derecha periférica.
Que el PSC haya amortiguado su descenso, que haya mejorado ligeramente con relación a los sondeos que le auguraban un hundimiento aún mayor, no le exime de una derrota, tan dura como explicable. Los ciudadanos le exigen, ya no un tiempo de reflexión sino, sobre todo, decisiones que cambien radicalmente el rumbo de la organización socialista.
La subida del PP le va a servir para poder seguir defendiendo lo indefendible en la capital de España. Sin embargo, hay que recordar que, sinceramente, la atomización de la política catalana, con siete partidos representados en el Parlament, convierte a la mayoría de ellos en piezas de un puzzle de difícil construcción.
Sube en escaños también de forma notable la izquierda no independentista de ICV. Ciudadans se multiplica por tres recogiendo los votos de desencantados de la tibieza de los socialistas y la agresividad de la derecha española. Y a todos, por cierto, les acompaña una nueva formación independentista CUP cuyo número escasamente representativo se suma a las opciones soberanistas.
Suma precisamente el soberanismo menos escaños, ya no para plantear un referendum, empeorando una posición obtenida en 2010 y muy lejos del resultado de hace algunas décadas.
Ahora se trata de conformar un gobierno que vele por los intereses, no de una Cataluña imaginaria sustentada tanto en el mito de la historia y en los intereses de una burguesía que ha hecho literalmente el ridículo, sino en el futuro de los catalanes y de sus generaciones.
El PSC tendrá que estar a la altura para recoger los escombros provocados por dirigentes tan nacionalistas como grotescos, líderes estrambóticos y excéntricos navegantes a la nada. Tendrá que ir poniendo la primera piedra para que en el futuro pueda volver a ser alternativa, siendo más PSOE y menos burguesía localista.
Claro que el futuro pertenece a los audaces y el pasado a Artur Mas.