Hemos dejado de ser unos transgresores-( Pedro Sande García )

Pedro Sande García

Ha sido curioso y extraño que al escuchar la canción «Vaya, vaya que aquí no hay playa» tema musical de final de los años ochenta cuya fama eclipsó al grupo que la compuso e interpretó, los Refrescos, se me hubiera ocurrido escribir esta crónica. He utilizado el adjetivo extraño debido a que tanto la letra como la música de la canción de los Refrescos fueron, en su día, muy divertidas pero nada transgresoras. Pero lo que no es extraño es que fuese en el momento en que me retiré a mis cuarteles de invierno cuando comencé a escribir estas letras. Cuarteles a los que hace referencia el tema musical, lugar donde no hay playa pero si muchas de las cosas que incluye la canción exceptuando lo de los mil cines, desaparecidos en los últimos años. Creo que el inicio de la paulatina volatilización de las salas de cine coincidió con el momento en que nos convertimos en unos aburridos y sumisos individuos, dejando de ser, sin que nos diéramos cuenta de ello, unos transgresores.

Canción del verano de 1989, último año de una década que posiblemente haya sido la más transgresora de la historia de nuestro país. Tiempo en el que se produjo la gran transgresión de una sociedad y de un país que acababa de salir de años de oscuridad, ostracismo y represión. La transgresión afectó a todos los ámbitos, el político, el artístico, el social, el culinario, el deportivo y todo ello supuso una explosión de libertad para ser y para expresar.

Tuvimos una transición que nos permitió consumir y disfrutar de la libertad y a continuación, a partir de la década de los noventa hubo una nueva transición, de la que nadie habla, en la que pasamos de generadores de pensamiento a meros consumidores de ideas, productos y pensamientos enlatados. Hemos dejado de imaginar y nos hemos
convertido en una sociedad encorsetada, aburrida y sujeta cada día a más reglas y normas. Hemos abandonado la ilusión de crear y de convertir lo normal en genial, hemos dejado de arriesgar, de ser magníficos y sobresalientes para convertirnos en mediocres y vulgares.

Hemos dejado de reírnos de nosotros mismos, nos reíamos de los gallegos, de los negros, de los andaluces, de los maricas y de los gordos y no lo hacíamos por su raza, su físico, su origen o sus creencias, tampoco lo hacíamos porque nos sintiéramos superiores, ni siquiera diferentes ya que todos éramos gallegos, negros, andaluces, maricas y gordos. Nos reíamos de todos y de nosotros mismos. Hoy todo aquello se ha convertido en un delito, hemos denigrado palabras de nuestro vocabulario hasta convertirlas en algo peor que mal sonante ya no puede haber gordos, ni negros, ni maricas. Hoy hay obesos, gente de color y homosexuales, solo hemos cambiado los términos.

A lo largo de estas últimas décadas nos hemos convertido en una sociedad donde la transgresión no es que se haya convertido en un pecado es que toda la cantidad de prohibiciones, restricciones y supuestas normas de buena conducta han suprimido y paralizado la imaginación. Todo lo que consumimos está enlatado y ultra procesado.

Algunos creerán que estamos rodeados de transgresores, basta con echar un vistazo a los programas que lideran la parrilla televisiva o atender por unos minutos a lo que dicen la gran mayoría de influencers, youtubers y tiktokers para darse cuenta de la gran diferencia que hay entre la transgresión y lo que simple y llanamente es mal gusto y
mala educación. Veamos el ejemplo de la evolución del panorama gastronómico de nuestro país, hemos pasado de una cocina y unos cocineros atrevidos, imaginativos y transgresores a una cuadrilla de vulgares ilusionistas que manipulan los alimentos con artimañas y sustancias químicas convirtiendo el arte de la cocina en un engaño. Quizás esta parte, la de la gastronomía, tiene algo de positivo ya que ha convertido, en el panorama culinario de hoy en día, unos buenos huevos fritos y unas buenas lentejas en una auténtica transgresión.

Otro ejemplo es el de los endiosados tertulianos, comentaristas, críticos y demás banda de individuos que inundan con su soberbia y su arrogancia las pantallas de televisión, las columnas de opinión o las ondas radiofónicas. Burdas descalificaciones y pobres argumentos que confunden la buena práctica del diálogo y la conversación con el griterío y el altercado.

De nuestros centros de aprendizaje salen individuos preparados para afrontar retos mayúsculos pero son incapaces de crear algo con las manos vacías, mucho menos capacitados están para salirse del recetario que les dictan los libros del conocimiento, los otros libros, los que alimentan la imaginación ni siquiera adornan sus estanterías.

En fin no si será por cuestión de edad o por la falta de playa pero añoro aquellos tiempos de verdadera libertad, cuando nuestras mentes eran libres para imaginar y transgredir. Ahora siento que la libertad es un producto enlatado y procesado que solo nos permite consumir lo que hay dentro del envase. Quizás mis palabras les puedan parecer que estoy enfadado con el mundo, nunca he creído en esa afirmación, cuando les digan que alguien está enfadado con el mundo en realidad es que está enfadado consigo mismo. En mi caso seguramente es porque hace muchos años he dejado de ser un transgresor.

Cuídense mucho.

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