Amando de Miguel-LA CARA DE AMANDO
Me refiero a los funcionarios. Lo he sido muchos años (y sigo siéndolo en la reserva) y en mi familia no hay más que funcionarios. Entiendo que en esos cuerpos de servidores públicos hay personas admirables, pero somos demasiados.
Los que sobran no son tanto los de carrera (por oposición) sino los nombrados a dedo, que en las llamadas autonomías son los más. No quiero abusar de las estadísticas, pero hay una que estremece. En 1900 en España había solo unos 50.000 funcionarios en su más amplio sentido. Un siglo más tarde eran más de tres millones. Cierto es que en el entretanto se había doblado la población española, pero el ejército de empleados públicos a todas luces resultaba excesivo. Desde 2000 esa tropa no ha hecho más que aumentar, incluso desatada ya la crisis económica.
Hoy como nunca el ideal de los jovencitos es entrar en la nómina del Estado, ahora fundamentalmente regional o municipal. Claro que son necesarios los buenos servidores públicos, pero su número es ya incontrolable y su productividad, por los suelos. La burocracia pública se ha hecho atosigante.
Nadie plantea la necesidad de que las Administraciones Públicas se desprendan de un millón de empleados que rinden poco. Eso, tirando por lo bajo. No se me diga que con esa medida aumentaría el paro. Claro está. Pero no olvidemos el modelo fracasado de la Unión Soviética o de Cuba, en donde no hay paro, pero se produce poco. Vale