Antonio Miguel Carmona-(Director de Diario Progresista)
Saidpur Bela es una pequeña aldea situada en medio de la región de Cachemira, cuyo valle, rodeado de heladas montañas, conforma una de las zonas más hermosas del planeta. Sólo la voluntad del hombre puede convertir la belleza en terror.
No existen fronteras, ni derechos que puedan proteger a los criminales y, en este valle de lágrimas, aún dudamos si proteger a los que más sufren, a los indefensos, a los más débiles, a los más vulnerables por la acción brutal de la ignorancia o la maldad.
Anusha solía pasear despacio por las calles polvorientas de Saidpur Bela, a veces deseando haber seguido en la escuela, otras soñando con un porvenir mejor que el que le deparaba los vientos fríos de todo aquello que no entendía.
Enamorada de un amor del que sólo había ganado miradas, fue castigada por su familia quienes sospechaban que la niña, sin permiso, había mirado más de la cuenta a aquel joven vecino que bebía los vientos también por ella.
Un día la sospecha retuvo las velas de la imaginación de sus padres. La golpearon hasta la inconsciencia, la rociaron de ácido, la desfiguraron hasta verla morir sobre el suelo humeante de la carne quemada.
Los crímenes de honor forman parte del terror que lleva por nombre palabras inapropiadas sólo para poder contener la ira ante tanta barbarie. La incultura y la maldad, impermeables al sentido común, llevaron a la peor de las familias a hacer morir a una niña que había tenido la osadía de enamorarse.
Y aún nos preguntamos si hacer algo. Nos preguntamos todavía si las fronteras pueden retenernos, los derechos nacionales detener o la religión reconvertida poner límites a la obligación moral de borrar de la faz del planeta las sombras oscuras que aún atenazan nuestra historia.