La pérdida de la brújula moral: condena a la irrelevancia política-( Marcos López Balado)

Marcos López Balado

“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Esta frase, que suele atribuirse erróneamente a Voltaire (es en realidad de una escritora que escribió su biografía, Evelyn Beatrice Hall), debería de ser una de las guías imprescindibles de la brújula moral de cada persona.

Nunca he comprendido a aquellos que, detestando la dictadura de Franco, defienden sin embargo la de Cuba o la de Maduro. Porque entonces no son las dictaduras lo que les molesta, sino solo las que son de derechas. Y no quieren democracia, quieren que mande la izquierda… con democracia o sin ella.

Obviamente, esto no les pasa a todas las personas que son de izquierdas. Solo a una minoría, cada vez más irrelevante dentro del mundo de hoy en día. En España empiezan a ser solo anécdota. Aunque tengo que reconocer que a veces no dejan de sorprenderme y tengo la impresión de que se ha averiado esa brújula moral que creo todo el mundo tiene (o debería tener).

De 3 hechos me voy a valer para ejemplificar lo dicho.

El primero, el asesinato del activista Charlie Kirk en un campus estadounidense. Su único “delito” fue defender sus ideas en un debate público.

Debo reconocer que no sabía quién era antes de su asesinato. Pero me llamó tanto la atención que hubiera gente que creyera que merecía el fin que tuvo, que tuve que buscar sobre él. Un tipo que cogía dos sillas y una carpa, y se sentaba delante de las universidades invitando a debatir con él a todo el que quisiera. Era un tipo conservador, ultra conservador si queréis, me da igual. Se sentaba a debatir con gente a la que escuchaba e intentaba rebatir sus argumentos con palabras. Sentí rabia. Tanto por el final, como porque hubiera “gente” que creyera que las ideas libres se combaten con violencia, y que tener ideas diferentes se paga con la muerte.

El segundo, la reacción ante el Nobel de la Paz de María Corina Machado. La líder venezolana, símbolo de resistencia democrática frente a la dictadura de Maduro, fue objeto de comparaciones delirantes, llegando algunos a decir que premiarla sería como premiar a Hitler.

Este tipo de exageraciones no solo banalizan el debate, sino que revelan una preocupante incapacidad para distinguir entre el adversario político y el enemigo moral. He seguido con el máximo interés las elecciones venezolanas, y ya he escrito en este medio sobre ellas. La campaña de María Corina Machado estaba centrada en conseguir la democracia en Venezuela, no en la defensa de ideas de una tendencia o de otra. ¿A alguien le molesta que haya democracia en Venezuela? Pues que se lo haga mirar. Y no, no cuela eso de que “María Corina quiere que los EEUU invadan Venezuela”. Dado que las fuerzas de seguridad y militares de Venezuela están controladas por el régimen dictatorial de Nicolás Maduro y ayudan a mantenerlo ahí en contra de la voluntad de su pueblo, ella solo pidió la intervención de una fuerza superior extranjera que ayudara a defender la voluntad real del pueblo venezolano expresada en las urnas. Hay que tener atrofiado el musculo de pensar para compararla con Hitler.

Y el tercero, en clave local, el boicot a Vito Quiles en varias universidades españolas.

Más allá de las simpatías o antipatías que despierte este joven, impedir que alguien hable en un espacio académico es una derrota colectiva de una sociedad democrática. La universidad debería ser el templo del pensamiento libre, no un recinto para el pensamiento único. ¿Es un provocador? Pues sí lo es… como muchos otros “del otro lado” lo han sido, y han hablado también en universidades o platós de televisión, y han acabado teniendo escaño en el Congreso de los Diputados. Incluso han sido igual de provocadores, o más, desde esa misma sede de la soberanía nacional.

Tres ejemplos, una misma tendencia: la erosión del respeto a la palabra y a las ideas ajenas. La brújula moral que antes señalaba hacia la tolerancia y el pluralismo parece hoy desorientada. Y cuando la moral se disuelve en el sectarismo, el resultado no es progreso, sino menos democracia. Porque si no somos capaces de escuchar a quien nos incomoda, entonces ya no creemos en la libertad, solo en nuestro propio eco. Por suerte, aunque cada vez se les oye más gracias a los distintos medios de difusión, cada vez son menos y no representan a nadie… o a casi nadie

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