Fernando García Cadiñanos, nuevo responsable del área de Migraciones de la Conferencia Episcopal

José Carlos Enríquez Díaz

El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos, es el nuevo responsable del área de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española. Liderará, así, a partir de ahora, un ámbito de decisión de especial relevancia en la Iglesia hispana. La atención a los migrantes se encuentra entre las máximas prioridades del Papa Francisco.

«Mis hermanos obispos me han elegido presidente de la subcomisión de Migraciones y Movilidad Humana -señala García Cadiñanos en unas declaraciones hechas públicas por las redes sociales del episcopado- en un momento donde las migraciones son uno de los retos más importantes de la sociedad». «La iglesia -dice también el obispo de Mondoñedo-Ferrol- está llamada a proclamar y engendrar la fraternidad universal».

Desde su llegada a Mondoñedo Ferrol, Fernando García Cadiñanos ha destacado por su permanente defensa de todos los desfavorecidos, y no ha dudado en salir a la calle y ponerse tras una pancarta para manifestarse contra la precariedad laboral y en defensa del derecho a un trabajo digno.

En la pastoral de la inmigración es donde la Iglesia debe desarrollar todo su potencial misionero y poner como objetivo de ser sal y luz también allende nuestras fronteras, allí donde están los conflictos, allí donde se dan los despojos por parte del mundo rico y allí donde las personas no pueden desarrollarse en dignidad.

La iglesia debe de denunciar y criticar todo abuso contra las personas luchando por combatir todo brote discriminatorio. La iglesia debe exigir el cumplimiento de los Derechos Humanos desde la consideración que debe tener de la dignidad de toda persona independientemente de su raza, etnia, color, religión o lengua.

La Iglesia, como Iglesia en el mundo, debe estar atenta y no de espaldas a los responsables políticos, a los grupos que detentan el poder económico, a los gobernantes de este mundo, a sus gobiernos, a las políticas de los organismos internacionales, a los desequilibrios económicos en el mundo, al estudio de las causas de las migraciones y de la pobreza en el mundo, atenta al gran poder que es la información, y atenta al gemido de los desamparados del mundo.

Las condiciones de la migración, tráfico y trata de personas de la actualidad son muy distintas de las del tiempo de la Biblia, pero los problemas de fondo siguen siendo muy parecidos. Por eso, una visión de conjunto del tema en la Biblia es muy importante para entender y plantear los temas desde un punto de vista social y político, cultural y cristiano en la actualidad.

Desde el Antiguo Testamento, donde el mismo Dios, al comienzo del Decálogo, se define a sí mismo liberador de oprimidos: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto” (Ex 20, 2; Dt 5, 6; cf. 1 Rey 12, 28; Jer 2, 6). En esa línea se sitúa un credo histórico muy antiguo, donde cada israelita afirma “mi padre (Jacob, Israel) era un arameo errante…” (Dt 26, 5-10). Todos los occidentales, de raíz judeo-cristiana (y musulmana) nos consideramos “hijos de un arameo errante”, descendientes de múltiples migraciones…

La Biblia es un libro realista donde el recuerdo de la historia más dura se entremezcla con leyes y caminos de liberación (de utopía), que siguen abiertos, de manera que tenemos que interpretarlos de un modo personal y social. No se trata, pues, de quedarse en la letra, repitiendo lo que dijo la Biblia en otro tiempo, sino de actualizarla, desde los principios culturales y sociales, políticos y nacionales de la actualidad.

Una pastoral de la inmigración debería tener como característica el que se hiciera con la Biblia en una mano y con el conocimiento que nos aportan las ciencias sociales y los medios de comunicación en la otra. Es una pastoral que tiene que ser radical en el hecho de estar mirando al cielo, pero, simultáneamente, sin apartar nuestra mirada de los acontecimientos que suceden en la tierra.

La experiencia religiosa del pueblo de Israel, su relación con Dios, se da dentro de este icono bíblico tan especial: la migración. Migraciones que, en muchos casos, llevan el sabor de la frase bíblica: “Sal de tu tierra y de tu parentela”. Por tanto, el Antiguo Testamento aporta mucha reflexión en torno a las migraciones y el libro del Éxodo es, por excelencia, el icono bíblico de toda migración en el mundo. Es por eso que los cristianos no tenemos muy difícil la estructuración de una Pastoral de la Inmigración. Por otra parte, la situación de los inmigrantes en muchas partes del mundo en donde son presa de cierta esclavitud, opresión, engaño, discriminación y dificultad para cobrar los salarios justos, tiene su paralelo también en la situación bíblica: experiencia de esclavitud, injusticias, opresión, sufrimiento y necesidad de liberación que devuelva la dignidad al pueblo de Dios migrante.

Así pues, la Iglesia debe mantenerse abierta a la trascendencia, a la evangelización y al cuidado espiritual de todas estas personas tendiendo a la transmisión del concepto de un Evangelio integral que se debe sentir desde la vivencia de la espiritualidad cristiana. Cualquier faceta que se olvide en la vivencia del Evangelio que es integral y que afecta a todas las áreas del ser humano, dará lugar a la práctica de un Evangelio mutilado que olvida las fuertes exigencias del concepto de projimidad al que nos debemos si, realmente, queremos ser discípulos y seguidores del Maestro.

No busquemos sólo al Dios de la teología, de la filosofía o de la metafísica. Busquemos al Dios de la vida que, en el libro que nos ha dejado como revelación suya, se muestra como el Dios de la historia, interviniendo en ella, liberando y sufriendo con los que sufren. Ese es el Dios en el que creo y que, por supuesto, tiene la capacidad suficiente de que, en su multiforme rostro, se reflejen todos los rostros de los migrantes del mundo. Especialmente en de los sufrientes.

 

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