Enrique Barrera Beitia
¿Tenemos los españoles un doble rasero para juzgar los casos de corrupción? ¿Los ciudadanos de izquierda son menos tolerantes que los de derechas ante esta lacra? Sobre estas cuestiones tenemos algunos estudios disponibles, y estas son las conclusiones básicas: el doble rasero existe en todo el espectro político y está menos acentuado en las personas de derechas de lo que cree la izquierda.
Estas conclusiones parecen chocar contra la evidencia de que el castigo electoral por la corrupción es significativamente mayor para los partidos de izquierda. Sin embargo, tiene una explicación.
Un trabajo de la Universidad Autónoma de Barcelona coordinado por Eva Anduiza (Turning a blind eve. Experimental evidence of partisans bias in attitudes toward corruption. Comparative Political Studies) arroja las siguientes estadísticas sobre la percepción de la gravedad de la corrupción, puntuada de 0 a 10, entre votantes del PSOE y del PP dependiendo del partido afectado.
Los votantes socialistas calificaron con 7.6 los casos de corrupción de su partido y con 8.0 los que afectaban al PP, mientras que los votantes de este partido penalizaron los casos que afectaban a su partido con 7.4 y con 7.8 los de sus rivales políticos. A su vez, socialistas y populares calificaron respectivamente la corrupción que afectaba a otros partidos con 7.5 y 7.3.
Estos estrechos márgenes contradicen aparentemente la idea de que la derecha es tolerante ante la corrupción, pero es una realidad contrastada que los votantes de izquierdas son más duros a la hora de castigarla en las urnas. La explicación es que a la hora de votar todos ponemos en la balanza emociones y razones, como pueden ser el temor a la ruptura nacional, a la desaparición de tradiciones como los festejos taurinos o la caza, o mejoras económicas como las subidas salariales o la actualización justa de las pensiones, y en este juego de contrapesos el votante conservador se siente menos agredido por las malas prácticas de su partido.
Creo que el mejor trabajo sociológico de disección de esta idea la practicó en 2017 Luis F López Ortiz, indicando que “el mayor temor al cambio y la incertidumbre que caracteriza al conservadurismo puede llevar a los votantes de derechas a ser menos propensos a cambiar su voto o abstenerse”. Dicho de otra manera, “el votante de derechas prima más la estabilidad y los resultados ́positivos’ obtenidos que la ejemplaridad del político”.
¿Esto quiere decir que el votante de derechas desprecia las políticas de la izquierda que le benefician? ¿Significa que ignora quien actualiza las pensiones o sube el salario mínimo? Nada de esto. No tiran piedras sobre su propio tejado. Lo que ocurre es que en su fuero interno entiende que si “algo va bien” los suyos no lo van a cambiar. A fin de cuentas, cuando ha podido hacerlo, la derecha no ha derogado el
divorcio, el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o la ley antitabaco, ni tampoco las rentas sociales de integración, todas ellas medidas y leyes aprobadas con su voto en contra.
Es verdad que en ocasiones han hecho recortes, pero siempre dijeron que eran ajustes obligados por la mala coyuntura económica, una razón que fuera cierta o no, era aceptable para votantes con sesgo ideológico.