Se cumplen cien años del asesinato, por mano anarquista, de José Canalejas, un presidente de gobierno que hubiese podido regenerar los mecanismos de la Restauración y encauzar la política española de manera que no desembocase en una situación insostenible. Canalejas y Maura eran los estadistas capaces de prolongar la herencia de Cánovas y Sagasta, con la alternancia entre conservadores y liberales actualizada y con un respeto compartido a las instituciones centrales del Estado y la Corona. Maura fue anulado con la esperpéntica campaña del «Maura no» y el ferrolano Canalejas fue víctima del odio de los que hoy se llaman «antisistema». El extremismo minoritario consiguió desintegrar la convivencia civilizada de las mayorías. Una lección a tener hoy en cuenta.
El porqué Canalejas era la persona clave emana de su sensibilidad social. Canalejas tenía una visión anticipada de la evolución del liberalismo y hubiese convertido a su partido en lo que son las fuerzas de centro-izquierda actuales allí donde se han superado los rescoldos envenenados del marxismo o el socialismo real. En su tiempo, llegó al Parlamento, por primera vez, el socialismo, representado por el también ferrolano Pablo Iglesias como diputado. Canalejas comprendió claramente que había que dar un papel activo y constructivo a los movimientos laborales emergentes. El estaba proyectando el Instituto de Reformas Sociales con el que se proponía romper el dogma del liberalismo radical que se inhibía de los problemas socioeconómicos considerando que el Estado, sin restar libertades a la iniciativa privada, debía intervenir arbitralmente en las relaciones entre empresarios y trabajadores, contando con la presencia y la influencia de las organizaciones o asociaciones representativas de ambos sectores. Por ello, le ofreció a Pablo Iglesias un puesto clave en el proyectado Instituto, su Secretaría General, que Iglesias rechazó, obsesionado por su oposición frontal al liberalismo y su deseo de dedicarse a la lucha de clases y la destrucción revolucionaria de lo que él llamaba «el régimen burgués». Canalejas, decepcionado, le preguntaría, en un sonado debate parlamentario: «¿A qué ha venido el Partido Socialista al Parlamento?».
Canalejas creía que mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, construir lo que hoy se llama el Estado de Bienestar y programar el papel del Estado en los antagonismos entre el capital y los trabajadores eran tareas en las que debía participar el socialismo naciente en vez de frustrarse en utopías ideológicas y los consecuentes fracasos en el campo de la economía. Su liberalismo social apoyó todas las justas reivindicaciones sociales, a la vez que combatió el mito estéril de las huelgas políticas, tales como las que ahora planea el, también ferrolano Ignacio Toxo. Creía que era necesario el compromiso de trabajadores y empleadores para remover los obstáculos que se oponían a las reformas sociales, actuando por encima de los partidismos y contando con el naciente sindicalismo. De aquellos impulsos nacería una legislación positiva para los contratos de trabajo, la jornada laboral, la jurisdicción social y la política fiscal y el futuro Instituto Nacional de Previsión. Al no poder contar con la presencia física de los socialistas, las instituciones inspiradas por Canalejas acabarían integrándose bajo la tutela del Ministerio de Trabajo, creado en 1.920, donde se impuso el estilo burocrático propio de un órgano administrativo, perdiéndose la idea genuina de Canalejas de crear un órgano de convergencia social abierto directamente a las demandas populares. Como en otras ocasiones, el asesinato de Canalejas fue una demostración de cómo la irracionalidad y la violencia son los peores enemigos del bienestar de un pueblo