José Carlos Enríquez Díaz
El actual secretario xeral del PSOE en Ferrol, Ángel Mato, después de perder la alcaldía en las pasadas elecciones parece que no tiene ningún peso en el partido y por lo tanto no cuentan con él para nada. Se ha dejado atrás la habitual estrategia de situar en los primeros lugares un representante de cada unas de las tres grandes ciudades de la provincia, algo que se cumplen el caso de A Coruña y Santiago, pero no con Ferrol.
Muchos militantes coincidimos en que si al frente de la agrupación de nuestra ciudad tuviéramos a otro representante, con más peso dentro del partido, esto no estaría ocurriendo.
Tal y como estaba previsto este lunes se celebró en A Coruña reunión de la ejecutiva provincial del PSOE con el fin de aprobar la candidatura a las autonómicas, que se enviará a Madrid, en la que constan los nombres de los miembros que la conformarán de acuerdo con las propuestas de las distintas ejecutivas locales. Y, en parte, ha habido sorpresa al figurar en el primer puesto una independiente la santiaguesa Patricia Iglesias Rey, natural de Carballo, letrada mayor de la asesoría jurídica del Consello de Contas desde el año 2029.
Curiosamente en los puestos de salida no figura ninguno de los candidatos ferrolanos propuestos por la ejecutiva local, solamente aparece Manuel Santiago Pérez en el número 8.
Así pues, todo candidato, una vez elegido alcalde, sufre de un proceso de transformación que suele defraudar hasta los más cercanos seguidores. Esta transformación hace parte de un proceso natural. El candidato se convierte en el elegido y el elegido deja de ser ese tipo amable, sencillo, decente, amigo, compañero, el gran hombre que transforma lo imposible en soluciones, es un hombre de carne y hueso, imperfecto, un hombre común y corriente. Para evitar estos traumas poselectorales que sienten los votantes, nunca, pero nunca se deje convencer de un candidato cuando utiliza argumentos cómo: Está votando por una buen persona, por el salvador del pueblo, por el amigo, por la mejor opción.
Un mal líder en cualquier ámbito puede destruir y arruinarlo todo.
Si estamos en la capacidad de identificarlo, especialmente en el ambiente político, como sociedad, nos ahorraremos grandes y graves problemas.
Un líder político malo está al servicio de su propio crecimiento y por eso se consagra, antes que al interés común.
El mal político no persuade sino que impone. Por lo tanto, es un dogmático al que no le interesa convencer con argumentos sino que solo le atrae destruir a su adversario, por lo cual no trepida en atacar al mensajero de manera personal.
Los adversarios no son factibles en su mundo, porque él se cree dueño de la verdad iluminada.
Un buen líder entiende el liderazgo como una responsabilidad más que como un rango de privilegio.
Trabajando duro y con hechos y coherencia es como el líder consigue ganarse la confianza de su equipo. Predicar con el ejemplo o leading by doing, como dicen los anglosajones, es la mejor manera de inspirar a los colaboradores e impregnar toda la organización con el estilo de liderazgo deseado. Porque, al final, todo buen líder sabe que se debe a su equipo. El buen líder no teme el éxito de sus colaboradores, sino que les anima a buscarlo y se alegra de sus triunfos, que siente como propios. Por eso se rodea de gente competente y brillante, busca a los mejores y consigue que le sigan. Porque, como dice Drucker en el libro Drucker esencial (Editorial Edhasa), “un líder es alguien que tiene seguidores” y es capaz de crear ilusión. Y añado: también es capaz de arrancar compromiso en los demás a través de su autoridad, no de su poder.
El filosofo español José Ortega y Gasset escribió que existen dos tipos de políticos, los pusilánimes pequeños hombres y los magnánimos “almas grandes”.
El magnánimo nos dice Gasset es aquel hombre que tiene una visión creadora, la vida para él es hacer grandes obras, producir obras de gran calibre. En tanto, el pusilánime carece de visión solo vive para sí mismo, es decir para sus propios intereses.
El pusilánime jamás construye simplemente camina sobre la ya hecho por otros. Como no tiene nada que hacer carece de proyectos, por lo regular su proceder o su manera de actuar es movida casi siempre por intereses personales, subjetivos.
Ferrol necesita de servidores públicos –sobre todo los que se encuentran en puestos claves—con las características no de un pusilánime sino con las características de un magnánimo. Claro está, en el sentido que describe Ortega y Gasset.
Ortega y Gasset sostiene que lo que nunca comprenderá el pusilánime es que para ciertos hombres la delicia suprema es el esfuerzo frenético de crear cosas, como lo hace el pintor, el escritor o el político que organiza el Estado.
En el caso de Mato, él, tras ser elegido alcalde, no dejó de ser “ese tipo amable, sencillo, decente, amigo, compañero…” porque nunca en su vida había sido así.