Juramentos reales

Gabriel Elorriaga F.-Ex diputado y ex senador

Me llama una joven periodista preguntándome si estuve en el juramento de la Constitución por el entonces príncipe Felipe y le contesto que sí, porque entonces yo era diputado. Insiste en preguntarme que impresión me causó el acto y le contesto que la de un momento histórico. Insiste en preguntarme alguna anécdota personal y le digo que recuerdo el saludo especialmente cariñoso de los reyes don Juan Carlos y doña Sofía en el Salón de Pasos Perdidos. Insiste en que fue lo que me dijeron y le digo que la Reina Sofía me recordó que yo había estado en el bautizo de Felipe. En este punto se desconcertó y no profundizó en lo que le decía o si le estaba vacilando. Pero en aquél bautizo estuvo la clave de todo, tras la demanda de la Reina en el exilio doña Victoria Eugenia, bisabuela de Felipe, a Franco que había sido su general antaño: «Mi general, tenga en cuenta el último deseo de su Reina y decida en vida la sucesión·».
El 23 de julio de 1969 se cumplió aquél deseo y Juan Carlos I fue proclamado sucesor a título de Rey, «para en su día». Desde entonces comenzó a prepararse la reforma democrática que culminaría en 1978.

Ahora le toca a la Princesa de Asturias jurar cumplir la Constitución y cumplirá su juramento. Los que se proponen no cumplirla no asisten al acto para expresar su desacuerdo con el significado esencial de la Corona: la unidad de España.
Pero la ausencia solo se aplica en el plano protocolario. Pasada esta ceremonia estarán dispuestos a negociar la investidura de un presidente del Gobierno de España con todo lo que haga falta. Aprovecharán los derechos que les otorga la Constitución que costó tanto tacto y esfuerzo para intentar dinamitarla desde dentro de las propias instituciones constitucionales. Pero son una minoría que no preocupa a nadie por sí misma sino por la otra parte presente contratante.

Los que asustan son los que asisten al juramento que la Princesa de Asturias que han prometido cumplir y hacer cumplir la Constitución a la vez que negocian ignominiosamente con los que quieren romperla. Los ausentes votarán al presidente del Gobierno de España más propicio a derrumbar los muros que defienden la integridad constitucional a cambio de unos pocos votos parlamentarios. Sabemos lo que son y lo poco que valen. Lo que no sabemos es cuales son las facilidades para esquivar la Constitución que va a ofrecer la titulada coalición PSOE-Sumar capitaneada por el presidente y la vicepresidenta de un Gobierno en funciones para obtener los votos humillantemente.
Sámchez y Podemos

Dentro de la llamada coalición (es decir el Gobierno de Pedro Sánchez) hay un factor enrabietado llamado Podemos cuyo precio de saldo es muy barato: un ministerio para Irene Montero. Los caros son los votos teledirigidos por Puigdemont expresados por su «Consejo de la República» (aún no han oído a aquel mozo de escuadra que pasó a la fama por su «¡La República no existe, idiota!«) que pide amnistía, árbitro internacional, referéndum de autodeterminación y oficialidad del catalán en la Unión Europea. Lo que no se sabe es si él «respetado» fugitivo se va a mantener en sus XIII como el Papa Luna o va a aceptar un perdón a su manera estudiado por su abogado Gonzalo Boye con altas instancias constitucionales. Ese es el melón pocho que se abrirá a partir del juramento de la Princesa de Asturias.

Desde el dúo gubernamental llamado coalición se mantiene un espeso silencio que esconde un «lo que haga falta» de un colectivo dispuesto a malversar la herencia de medio siglo de progreso en libertad a cambio de ceder habitaciones de la casa común a okupas rupturistas.

Es inútil mantener en secreto diálogos traicioneros. Como dijo Jesús a sus discípulos, según el evangelio de San Mateo: «Nada hay encubierto que no llegue a descubrirse, ni nada hay escondido que no llegue a saberse».

Los que somos longevos vivimos en una España unida y transformada mejor que la que rompieron nuestros abuelos. Nosotros deseamos que nuestros descendientes reciban el patrimonio íntegro de una nación más próspera y dinámica y no una jaula de grillos condicionada por los cri-cri de Belarras y Puigdemones rascando las hojas muertas de nacionalismos y populismos.

La joven Princesa de Asturias jurando la Constitución de 1978 es una imagen de esperanza frente a esa progredumbre residual aunque impertinente. Jura como juró su padre y reinará como reina su padre. La Princesa de Asturias ya es un factor activo que, desde ahora, personaliza el largo plazo de una dinastía superior a los plazos efímeros de las coaliciones políticas de ocasión.

La Princesa ya está viviendo las expectativas de la Historia mientras otros forcejean como náufragos para mantenerse a flote en las aguas turbulentas de su pasado. Por eso la monarquía es, además de un símbolo de continuidad del Estado, un camino de servicio que una joven de 18 años puede emprender sin reservas hasta que venga lo que Dios quiera que venga.

 

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