José Carlos Enríquez Díaz
Uno de los principales problemas que afectan a nuestro sistema político actual es que los partidos tradicionales han dejado de ser principalmente instrumentos al servicio del interés general para convertirse en auténticas agencias de colocación.
Ocurre que las personas que a través de estos partidos se incorporan a la actividad política, lo hacen con el objetivo de «hacer carrera», es decir, de utilizar la política como una profesión mediante la que prosperar personalmente.
Así, una vez que un individuo accede a la política ocupando un cargo público, difícilmente dejará esta actividad, siendo habitual el proceso mediante el cual se empieza con una concejalía municipal y se va ascendiendo a cargos de mayor responsabilidad -y más alta remuneración- al amparo o bajo la cobertura del partido. El partido no abandona a ninguno de sus «protegidos» y para ello va adaptando las administraciones que gobierna, ensanchándolas de manera que den cobijo a todos ellos.
Este comportamiento se da en todos los partidos políticos que han venido interviniendo en la vida pública española desde la Transición, y explica que el número de personas que en España viven de la política supere la abultada cifra de cuatrocientas cincuenta mil, tres veces más que Alemania, que tiene el doble de población que nuestro país.
Ejemplos cercanos y recientes que nos pueden servir para ilustrar esta descripción los tenemos en un concejal de un partido político que hace pocos meses se hacía referencia a él en un diario digital como “el fichaje de oro” ¡ Un partido puede nutrirse de dirigentes vecinales, lo que no vale son los ‘trepas‘! Ahora el fichaje de oro ha sido fichado para la diputación…
El trepa es alguien que entra detrás de ti en una puerta giratoria y sale primero. Esta magnífica definición es de Florián Reyes, un directivo que escribió el esclarecedor libro ‘El arte de trepar en la empresa… sin trabajar demasiado, por supuesto’. El trepa utiliza todo tipo de artimañas y no le importa pisar a cualquiera que se interponga entre él y el poder. Su gran arma es el rumor, que transmite a través de su particular cohorte de pelotas, que también los tiene. Rumor en el que cabe todo, hasta lo muy personal, que en un verdadero estado de derecho podría ser denunciable y en un partido democrático podría llevar a abrirle expediente de expulsión, salvo que ocupe puesto organizativo y sepa más de la cuenta.
Para ser pelota hay que estar hecho de una pasta especial. Si no es así, ni lo intente, porque para esto no vale cualquiera. Hay que tener talento para saber cuándo y cómo halagar, y para esquivar tareas y funciones delicadas y expuestas. Siempre hay jefes faltos de afecto que toman al pelota como su mascota, permiten sus arrullos y a cambio le dan de comer y le compensan con alguna caricia de vez en cuando.
El trepa evitará en todo momento posicionamientos sobre temas impopulares o si no le queda otro remedio pedirá «cambiar la forma de comunicar sin dejar de defender el fondo de nuestras ideas», lo que significa cambiar las ideas sin que lo parezca.
El trepa tiene sus caprichos como cualquier otra persona pero sobre todo se caracteriza por su desmesurada pasión por la organización interna del partido. No quiero restar con esto importancia a la estructura interna de un partido ni a sus estatutos, pero no debemos olvidar que un partido solo es un instrumento para hacer política y no un fin en sí mismo. Pero el fin del trepa no es hacer política, sino colocarse. Por ello dedican todo el tiempo y todos sus recursos a la organización interna y prácticamente nada a la acción política. Y es que, claro, tampoco lo necesitan, porque la acción política para el trepa no es sino la excusa. Además su posición política será aquella que convenga en cada momento y que no haga peligrar su escaño, sueldo, o puesto conseguido hasta el momento. ¿Para qué definirla entonces?
Un buen experimento sociológico sería el de grabar el mensaje de varios políticos y reproducir el texto de forma anónimo. El mensaje político de un trepa será válido para cualquier otro partido sin levantar sospechas básicamente porque el contenido es nulo.
Las puertas giratorias entre entidades vecinales y partidos políticos no acaban de convencer a más de uno. ¿Los presidentes utilizan la asociación como trampolín para entrar en política? ¿O es que los partidos buscan perfiles activos de la ciudad para sus listas?
En este sentido, podríamos coincidir con el diagnóstico que realizan aquellos que han calificado a los integrantes de los partidos tradicionales con el término de «la casta»
El hecho de que la actividad política se venga considerando como una profesión ha propiciado que los militantes de los partidos tradicionales hayan buscado a través de éstos su salida laboral. Así, se ha producido con habitualidad la incorporación a puestos de responsabilidad política y administrativa de multitud de personas cuyo único mérito consiste en haberse integrado desde muy jóvenes en las filas de uno u otro partido, buscando en ello un medio de vida.
Por otro lado, porque, al carecer de experiencia y competencia que les permita desarrollar una actividad que les sirva de medio de vida fuera de la política, su prioridad dejará de ser la consecución del interés general y pasará a ser su propia continuidad en la vida pública. Es decir, dejarán de servir a la Sociedad para pasar a servirse de la Sociedad.
Este efecto nos parece de la máxima perversidad porque consideramos que la única finalidad de la acción política debe ser la de servir al interés general.
En definitiva la situación descrita redunda en un alto coste económico que corre a cargo de los contribuyentes y que en muchos casos no está en absoluto justificado.