Ridruejo o la fuerza del desencanto

Gabriel Elorriaga Fernández

Este mes se cumple el centenario del nacimiento de Dionisio Ridruejo. Dionisio, como hombre intrínsecamente bueno, era una persona propicia a la ilusión y al desencanto. Su sinceridad y su sentido autocrítico favorecían su evolución por razones morales y no por puro posibilismo político. Su inicial aproximación a José Antonio Primo de Rivera vino por la vía literaria, cuando Dionisio, jovencísimo poeta, tuvo un encuentro organizado por una amiga común y quedó impactado por la sensibilidad de José Antonio para la poesía y a las atinadas opiniones y consejos que le dio sobre sus versos juveniles.

Cuando la Guerra Civil dividió España, Ridruejo era el pequeño líder de un sindicato infantil de estudiantes de bachillerato en Segovia. La desaparición o cautiverio de los dirigentes  nacionales falangistas hizo que el joven Ridruejo se convirtiese en un referente de importancia en la zona nacional. Su colaboración con el ex diputado cedista Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, lo convirtió en un personaje destacado que quiso completar su imagen ideológica, en la postguerra, con un episodio heroico, dadas sus precarias condiciones físicas, alistándose en la División Azul. Al regreso de Rusia se encontró con una situación que provocó su primer desencanto, que no fue del purismo falangista sino de un franquismo que no se correspondía a sus ideales juveniles. Le quedó la devoción a sus amigos de antaño, desde José Antonio a su general Muñoz Grandes, Serrano Suñer, Laín,Ruiz Jiménez, por citar algunos. También el recuerdo de sus afanes por rescatar de la sombra, a través de la revista «Escorial», nombres importantes de la cultura española, como Menéndez Pidal, Zubiri, Marañón y Marías. Su desencanto no fue estéril, al romper el muro entre los que él llamaba «excluyentes y comprensivos» que si no fue derrumbado, si quedó agrietado.

Por aquellas grietas penetró un espíritu que llamaríamos aperturista y que  permitió a Ridruejo volver a ilusionarse con la esperanza que suscitaban hombres como Joaquín Ruiz Jiménez, promovido a ministro de educación. Fueron los tiempos del Centro Cultural «Tiempo Nuevo» y otros espacios entreabiertos entre los que nacerían algunas iniciativas, como el Congreso de Escritores Jóvenes, en el que participaríamos, y unos proyectos reformistas que no llegarían a consolidarse y se frustrarían con la crisis estudiantil de 1.956 en que Ridruejo conectó con una generación universitaria a la que pertenecíamos  José María Ruiz Gallardón,Enrique Múgica, Javier Pradera, Ramón Tamamesy yo mismo. Tuvo un nuevo desencanto al frenarse aquel impulso que, sin embargo, modificó el paisaje político de aquella época.

A partir de entonces, Dionisio consideró que las tendencias internas en aquella España deberían orientarse hacia dos direcciones, la democristiana y la socialdemócrata, capaces de fundamentar una alternativa viable de grandes partidos. Él eligió la vía socialdemócrata y creó la Unión Socialdemócrata Española, en la que volvió a poner su ilusión. Agrupó a personas notables pero no en número suficiente para ocupar el espacio de los partidos históricos de la izquierda desterrada ni de la derecha reformada. Lo que denominamos la pretransición no le ofreció las oportunidades que merecía y su partido  no ocupó un espacio relevante en el duro y pragmático terreno de las maniobras políticas preconstitucionales.

Quizá fue su último desencanto al final de su vida pero, después de su muerte, iniciada la era constitucional, varios de sus seguidores conectarían con la configuración parlamentaria de Coalición Democrática de Manuel Fraga, como José Ramón Lasuén, Manuel Cantarero, Fernando Chueca Goitia, Eurico de la Peña y José María Gil Robles(hijo), aportando aires de liberalismo social a un proyecto que llegaría a convertirse, más adelante, en partido de gobierno.

Hoy podemos considerar que Dionisio Ridruejo fue un hombre integro, lleno de buena voluntad, que sufrió tres desencantos en tres capítulos de la historia política de España. De todos estos desencantos quedarían aportaciones para la convivencia libre de los españoles y equipos que, dispersos por distintas parcelas del espectro político, llevaron y siguen llevando un espíritu común de concordia, inteligencia y honestidad. Porque lo que nos inoculó Dionisio Ridruejo con sus desencantos, fue una fuerza moral inasequible al desaliento para servir a España con ánimo integrador y abierto, como él mismo hizo, hasta el último día de nuestras vidas.

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