José Carlos Enríquez Díaz
El todavía alcalde en funciones, Ángel Mato –que no quiso adelantar ni profundizar en si continuará todo el mandato como edil de la oposición- parece que no tiene claro si quiere seguir en Ferrol, pero cuando llego al Concello lo que le preocupaba era subirse el sueldo “«Ahora que empezamos a remontar la crisis, subámonos el sueldo» afirmaba Ángel Mato
Muchas veces los menos aptos están en los grandes tronos. Sobre esto también escribió Ortega y Gasset en la rebelión de las masas… Antes mandaban los señoritos, algunos bien, pero a costa de los pobres y de la pobre gente.
Según Weber, tres eran las virtudes que, convenientemente entrelazadas, propiciarían una labor del político que resultase socialmente beneficiosa. Por un lado, la pasión política, pero no una pasión desaforada, sin rumbo ni objetivos, sino una pasión canalizada por el sentido de la responsabilidad del político.
Este sentido de la responsabilidad, catalogado como segunda virtud fundamental, permitiría encauzar adecuadamente las energías y el entusiasmo del político en beneficio de la sociedad. Finalmente, Weber estima fundamental un tercer elemento: el criterio, definido por Weber como «la capacidad de dejar actuar a la realidad sobre uno mismo manteniendo la cohesión y la paz interiores, es decir: la capacidad de mantener distancia frente a las cosas y a las personas».
Casi cien años después, lamentablemente, no puede decirse que la mayoría de los políticos profesionales se ajuste a estas características.
Se supone que la política no es una profesión, sino que las personas que acceden a puestos de responsabilidad pública lo hacen porque son elegidos entre sus conciudadanos o porque quienes han sido elegidos deciden por delegación de la soberanía del pueblo que tal o cual persona es la idónea para desempeñar una función necesaria para la colectividad.
Pero resulta que no, que el sistema de partidos políticos ha originado unos nuevos centros de poder, que se mantiene por el sistema de listas cerradas, y de esta manera hay profesionales de la política, que no están en un cargo circunstancialmente como un paréntesis de su vida en la que aportan su talento a la sociedad, sino que se acostumbran a representar más que a ser.
Un problema difícil de resolver y que afecta negativamente a la buena imagen de los partidos es el fenómeno de la profesionalización. En ellos habitan y de ellos se benefician «profesionales», que hacen de la política una profesión de por vida y no una vocación de servicio a la sociedad. El ejercicio de la política sería una actividad más saneada en la medida en que se mantuviera como una actividad de vocación, porque la política siempre genera clientelismo y círculos de intereses, que podrían ser contrarrestados, si los políticos no se eternizaran en los cargos públicos.
La remuneración de la actividad política fue valiosa inicialmente porque permitió que cualquiera pudiera dedicarse a la política y contribuyó a la igualdad en el acceso a los cargos públicos. Pero también tiene su lado negativo, cuando la remuneración es la causa de la permanencia en los cargos públicos, cuando se profesionaliza la política. Estamos, por otra parte, acostumbrados a ver cómo los políticos se suben ostensiblemente sus sueldos muy por encima de la media y en situación de crisis económica ante la indignación de los ciudadanos.
Ese es el motivo de las puñaladas por un puesto en las listas electorales, porque hay gente que si dejase la política no sabría qué hacer ni a donde ir.
Dentro del partido se forman cadenas de dependencias personales, en las que unos deben su promoción a las influencias de otros; estas dependencias consolidan expectativas recíprocas, que impiden el cambio y la realización de los fines constitucionales de los partidos políticos; éstos se convierten en grandes corporaciones de intereses profesionales; cualquier política es subterráneamente mediatizada por estas cadenas de intereses; nadie arriesga si en ello le va un perjuicio; nadie se enfrenta a las expectativas de sus patronos o mecenas dentro del partido, porque sería como suicidarse profesionalmente; no hay lugar para la libertad de expresión. Esta situación de clientelismo interior es un hecho que mueve voluntades y configura la verdadera política práctica dentro de los partidos, aunque es negada por los políticos y sus ejecutivas interesados en distraer la opinión pública y demostrar que a ellos les preocupan y se mueven en función de los intereses.
La única renovación posible es a través de la savia de gente nueva asumiendo responsabilidades, que puedan ver los problemas de otra manera y con otras soluciones. Bueno sería que los políticos siguieran los hábitos del deporte y el espectáculo, a los que tanto se parece por otra parte la política: políticos ocupados durante un tiempo limitado en la política real para pasar después a enseñar a otros, dentro del partido y fuera ya de los cargos públicos, su propia experiencia política. Hemos asistido al vergonzante ejemplo de líderes del aparato del partido, haciendo todo lo posible para mantenerse en el cargo y controlar la dirección del partido tras un estrepitoso fracaso electoral, en vez de dejar paso a una necesaria y refrescante renovación.
El político, sobre todo quien vive de la política, el denominado político de «pesebre», quiere permanecer en la política ocupando cargos el mayor tiempo posible, y por tal razón se protege nombrando a las personas menos capacitadas y meritorias. Con ello se construye una legión ininterrumpida de incompetentes en una cadena donde el de arriba nombra al más incompetente que está debajo.