¿Quién no tiene una boa constrictor en su vida?

Pedro Sande García

Este artículo tuvo su origen cuando los medios de comunicación y las redes sociales de los ciudadanos de Ferrol, Ferroliño para los que nacimos allí, se hicieron eco de la noticia de que en una casa de la ciudad departamental había desaparecido un pequeño animal de compañía, en este caso una boa constrictor de dos metros de largo.

Según el dueño del animalito, durante los años que la tuvieron nunca le había mordido a nadie. He realizado algunas investigaciones y parece ser que estos bichos no son agresivos aunque pueden atacar y morder en defensa propia cuando se sienten amenazados, es decir, se comportan como cualquier ser humano. Sentí mucha pena por el pobre ofidio pensando en la soledad en la que se tuvo que encontrar y me lo imaginaba perdido y asustado en algún oscuro agujero. Los primeros días de su desaparición pensé que si estuviera en Ferrol actuaría como mis paisanos, mirando debajo de las camas, de los muebles, en todos los rincones de la casa y ya no hablo, por un mínimo de decencia, de la histeria que tendría en el cuarto de baño.

Pasados unos días desde que leí la noticia, y antes de la aparición de la boa, tomé la decisión, dada la experiencia de mi familia en animales de compañía, de escribir unas palabras con el objetivo de darles unos consejos y contarles nuestra experiencia con este tipo de mascotas. Nosotros, mi mujer, mi hija y yo, siempre hemos seguido los consejos, para cuestiones de mascotas, de nuestro veterinario de cabecera. Creo que lo ideal en la vida es tener un especialista de cabecera para todo tipo de cosas: el traumatólogo, el carnicero, el médico, el pescadero, el frutero, el peluquero, el veterinario…aunque a mí lo que realmente me gustaría tener, y sobre todo necesitar, es un asesor financiero y un contable para no tener que preocuparme de cosas tan mundanas como las finanzas.

Hace unos veinte años, en la primera mascota en la que pensamos fue, casualidades de la vida, en una boa constrictor. Nuestro veterinario nos lo desaconsejó
debido a que suelen ser unos animales muy desagradecidos y que lo habitual era que algún día desaparecería sin despedirse ni dejar ninguna nota ni explicación. Solo pensar, que después de que nos hubiésemos encariñado con el animalito, en la angustia que nos iba a producir imaginarnos a nuestra pequeña boa sola y perdida en alguna cañería, además ¿sería capaz de encontrar ella sola ratas y conejos para alimentarse? Pobrecilla, todo ello fue lo que hizo decantarnos por otro animal. Los halagos y buenos consejos que nos dio nuestro veterinario nos animó a decidirnos por un tigre, de Bengala por supuesto, los de papel nos parecía que les faltaba algo de sentimiento. Así fue como adoptamos a Joaquín, nombre con el que bautizamos a nuestro pequeño felino. Lo trajimos cuando aún era muy chiquitín, algo más de tres meses de edad. Desde el principio nos demostró un gran cariño, aún recuerdo los zarpazos que nos daba para jugar. También era un excelente recurso para ahuyentar a desconocidos, cuando oía algún ruido extraño en las escaleras soltaba unos rugidos que llegaban hasta el portal, y eso que nosotros vivimos en un décimo piso. Tenía un don especial para saber cuando alguno de nosotros llegaba acasa, nos percibía a gran distancia y el recibimiento era toda una fiesta, todo el suelo retumbaba con los saltos de sus más de 200 kilos. Para sacarlo a pasear al parque nos
turnábamos ya que solo podíamos hacerlo de madrugada, cuando las calles estaban vacías. Eso sí, nunca lo soltábamos y siempre llevábamos una pala y una bolsa de basura para recoger sus deposiciones. No entiendo la razón de que en las papeleras solo pongan bolsas para recoger los excrementos de los perros, es toda una discriminación que la nueva ley de protección animal no ha solucionado. Cuando Joaquín se hizo adulto compramos una cama reforzada para que pudiera dormir con nosotros en la misma habitación, ya que no era viable que se subiera a nuestra cama. No solo dormía por la noche, en realidad se pasaba gran parte del día durmiendo. Una noche, cuando volvíamos del cine nos encontramos una nota en la mesa de la entrada, nos entró una gran angustia pensando en lo peor. Nos había adelantado el veterinario que podría ocurrir en algún momento. Antes de abrir la nota, lo llamamos, rebuscamos por toda la casa y nada, Joaquín no estaba. Nos dejó unas palabras muy cariñosas, sus primeras letras fueron para explicarnos la decisión de su marcha, estaba aburrido de comer tantos animales muertos y quería ir de cacería además de encontrar una pareja con la que formar una familia. Nos decía que nunca nos olvidaría, que había sido muy feliz con nosotros y que algún día volvería para enseñarnos a su prole felina. Nada que ver con las desagradecidas boas constrictor.

Unos meses después de que el dolor de la marcha de Joaquín se fue aplacando decidimos buscar otro animalito de compañía. De nuevo nos pusimos en manos de nuestro veterinario y junto a sus consejos y nuestras averiguaciones nos decidimos por un caimán, no confundir con algún homo sapiens de dos patas, el nuestro era un auténtico aligatórido de los que andan sobre cuatro patas. Recuerdo que cuando lo trajimos a casa, tan chiquitito, venía en un pequeño barreño donde no paraba de dar vueltas. Era muy juguetón, yo le ponía un dedo dentro del agua y él se abalanzaba con entusiasmo mostrando su preciosa dentadura. Tuve que dejar aquella diversión ya que un día en el ardor del juego se llevó la falange de mi dedo índice. Desde aquel momento seguimos con el juego pero en vez de mis falanges le ponía patas de pollo o de conejo que agarraba con frenesí y trituraba entre sus cada vez más fuertes mandíbulas. Le pusimos de nombre Manolo y sigue con nosotros, acaba de cumplir diez años y está accediendo a su edad madura. Dadas sus costumbres y su tamaño, casi tres metros de longitud, hemos tenido que hacer algunos cambios en casa. Parte del suelo lo hemos tenido que cambiar por tierra, la hemos traído del Amazonas que es uno de sus hábitats naturales. No nos ha importado este cambio ya que el parqué lo teníamos destrozado de los juegos con Joaquín y además eso nos permite andar descalzos por casa lo que es una auténtica gozada. Manolo a veces se comporta como si fuese una persona, un día vimos que estaba llorando, estuvimos observándolo varios días y empezó a preocuparnos.
Hablamos con el veterinario y nos dijo que lo mejor sería que tuviéramos una conversación con él ya que aquello podía acabar en una depresión. Nos reunimos los tres con él y le preguntamos que le pasaba. Con voz entrecortada nos dijo que tenía miedo de que lo estuviéramos criando para convertirlo en bolsos, zapatos y cinturones. Pobrecito, que llantina le dio. Nos echamos los tres sobre él abrazándolo y haciéndole caricias, le dijimos que nunca en la vida haríamos con él nada de lo que estaba pensando y que para nosotros era una parte muy importante de nuestras vidas y de nuestra familia. Para intentar que estuviese más tranquilo y feliz hicimos una obra en la terraza y construimos un solárium y una alberca donde ahora se pasa gran parte del día tomando el sol y
pegándose chapuzones. En todos estos años Manolo solo nos ha dado dos problemas. El primero fue cuando un día de verano vinieron unos amigos a casa a cenar, hacía mucho calor y venían en pantalón corto. Uno de ellos se había hecho un corte profundo en la pierna y Manolo al percibir el olor a sangre no se le ocurrió otra cosa que pegarle un bocado con el resultado de que nuestro amigo se quedó sin parte de la pierna derecha, de la rodilla para abajo. Al principio tuvimos un disgusto terrible, Manolo no paro de disculparse explicándonos que no había podido frenar su instinto. Durante más de un año le quitamos su asignación mensual, dinero que dedicamos para comprarle una pierna biónica a nuestro amigo el cual está encantado con ella. Para prevenir futuros problemas hemos comprado unas mallas metálicas como las que usaban los antiguos guerreros en las batallas para protegerse. Las tenemos en la entrada de casa y si algún amigo viene con alguna herida, se la pone y el problema desaparece. El segundo contratiempo fue cuando empezó a olerle el aliento, de nuevo el consejo de nuestro veterinario resolvió el problema. La halitosis de Manolo se debía a que solo comía animales muertos. Ahora tenemos la alberca llena de peces, cangrejos y tortugas y de vez en cuando, como extra, soltamos por casa algún pequeño venado o cerdo. Es todo un espectáculo ver las habilidades de Manolo como depredador.

Espero que estas palabras sobre nuestra experiencia no les hayan aburrido y sobre todo me gustaría haberles podido ayudar si en algún momento deciden adoptar algún animalito de estos.

Para terminar, y como muchos de ustedes ya sabrán, los ferrolanos seguro que todos, la boa constrictor apareció al cabo de unos días agazapada entre unas cajas y ya está feliz con su familia adoptiva.

Cuídense mucho.

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