Pedro Sande García
Voy a empezar esta crónica de una manera extraña, me van a permitir que lo primero sobre lo que escriba es sobre lo que no voy a escribir. No voy a escribir del presidente del gobierno, no voy a escribir de la propuesta de usar con menos asiduidad la corbata, no voy a entrar en el debate de cuanto nos vamos a ahorrar por no usar corbata y mucho menos no voy entablar un absurdo dialogo ideológico sobre el uso de la corbata.
Voy a hacer algo mucho más simple, escribir sobre la corbata y sobre su uso, y para ello empezaré a escribir sobre el origen de la misma. Siempre había pensado que el origen de la corbata estaba en Francia o Inglaterra, en el primer caso me imagino que debí relacionar el uso de la corbata con la tradicional elegancia francesa y en el segundo lugar la relación debió de venir por el famoso nudo Windsor. Y nada más lejos de mi errónea idea, el origen que da lugar al nombre de la corbata es, ni más ni menos, croata. Fue en la segunda mitad del siglo XVII, cuando los mercenarios croatas llegaron a Francia con su traje tradicional en el que llevaban un pedazo de tela blanca al que denominaban «hrvatska» (Croacia en idioma croata). A partir de ahí fueron los franceses, tenían que aparecer por algún lado de esta historia, los que, cautivados por aquella prenda, asumieron su uso y su nombre y la convirtieron en una prenda de distinción.
La corbata ha sido, a lo largo de la historia, un símbolo de distinción personal y de seriedad profesional. Es decir, un fontanero o un cirujano son pocos distinguidos cuando ejercen su profesión. Algunos creen que la corbata, por el simple hecho de llevarla, les convierte en individuos refinados y elegantes, aunque la usen con camisa de manga corta, lleven los zapatos sucios, el nudo de la corbata a la altura del pecho o el botón de la camisa desabrochado a la altura del ombligo.
Esa errónea tradición con el uso de la corbata olvida ejemplos en los que su no uso no implica una falta de refinamiento o distinción. Por ejemplo, en los países del Caribe la elegancia, a la altura de cualquier traje con corbata, se tiene vistiendo una guayabera y unos pantalones de tejido fresco. En este caso también hay quien se cree George Brumel, creador del estilo dandy, y se pone unas camisas multicolores que solo son adecuadas para una fiesta de disfraces. Yo me estaba refiriendo a las guayaberas monocolores.
Los anglosajones, no precisamente elegantes en su forma de vestir salvo algunas excepciones del estilo british, distinguen entre business, business casual y casual. Son límites muy claros: traje con corbata, traje sin corbata o chaqueta y pantalón, puro esport. En muchas empresas la tendencia, cada vez más implantada, es el business casual como forma de vestir en el entorno profesional. El problema está en que aun explicando con detenimiento estos tres estilismos hay quien confunde el businees casual con las chanclas y el pantalón corto, no digamos ya cuando los pantalones son piratas, en este caso mi pensamiento deriva hacia calificativos demoledores.
En el año 1995 realice un viaje a los Ángeles a una convención de Microsoft, el objetivo era la presentación de Windows 95 y la celebración de varias conferencias y debates sobre el fenómeno, incipiente en aquel momento, de internet. El detalle de aquel interesante viaje lo dejaré para otro artículo. Iba acompañado de dos compañeros españoles y como no habíamos recibido ninguna indicación sobre el tipo de vestimenta nos presentamos el primer día de la convención con el tradicional traje con corbata. Nos llamó la atención, al entrar en el centro de convenciones, que solo una minoría de extraños asistentes, éramos alrededor de mil invitados de todo el mundo, llevábamos traje y corbata. En el asiento que estaba delante de mí se sentó un señor en chanclas,
pantalón corto, camiseta de baloncesto de color negro y un maletín de piel de color marrón claro con cerraduras y herrajes de color dorado. Soy una persona con poca memoria, yo diría que soy de las que retienen muy pocas cosas en su disco duro cerebral, pero aquella imagen se quedó grabada en la primera línea de ese disco duro. No digamos la sensación que tuve de bicho raro, sin duda mis compañeros y yo éramos unos auténticos seres exóticos, eso sí, mucho más elegantes que el vecino que se sentó delante de mí. Aquello me hizo pensar que además de los tres estilismos citados tenía que existir un cuarto. Estos días, escribiendo este artículo, encontré en el diccionario de la RAE una palabra, para mi desconocida, que definía a la perfección ese cuarto estilo, «inelegante». Desde aquellos años el mundo ha ido avanzando y soy muy pesimista con el rumbo que ha tomado dicho viaje, la moda de los pantalones piratas, algo reciente, es un hecho, uno más, de los que estimulan mi pesimismo.
Podría hablar de todos esos individuos que suelen usar traje y corbata y el cometido en su vida es saquear las arcas públicas, también los hay que saquean las
arcas privadas, no es el objetivo de este artículo. Los villanos siempre lo serán independiente de que su estilismo sea un traje y una corbata, una camiseta con pantalón vaquero y hasta los que lo hacen usando pantalones pirata.
Para terminar me van a permitir que lo haga con una experiencia personal. Durante más de 35 años he ido todos los días a trabajar con traje, corbata, gemelos y en la mayoría de las ocasiones con iniciales grabadas en mis camisas. Nunca me sentí ni más distinguido ni más profesional, tampoco he sido un villano, es más, viviendo en Madrid y viajando a muchas ciudades de España, en los meses en los que la canícula veraniega envuelve a gran parte de nuestro país me he sentido agobiado, incómodo y como un pringado en muchas ocasiones. En estas ocasiones he pensado que estaba siendo discriminado en relación a las mujeres, me hubiera gustado vestir con un traje con tirantes, podría parecer un tanto estrafalario pero tampoco desentonaría mucho con alguno de los estilismos actuales.
Me despido de ustedes, sean libres en su forma de vestir y cuídense mucho.