Gabriel Elorriaga F. (Ex diputado y ex senador)
Pedro Sánchez se ha ido a descansar a la Mareta de su incompetencia y su diarrea de decretos y ha dejado puestos huevos en Madrid, como las tortugas en la arena, a ver si fecundan con el calor de la solanera y en Septiembre nacen unos pollitos piando nuevas ideas. Nada de un plan B para la caída de las hojas. Ni prolongar la vida de las centrales nucleares heredadas de administraciones más previsoras, ni de nuevos embalses ni de perforaciones gasísticas. Soluciones: la penumbra y el frío. Lo mismo por lo que apostaban aquellas Repúblicas Socialistas de antaño que recordamos, los que tuvimos oportunidad de visitarlas vigentes, donde no veíamos otras luces que las amarillentas bombillas colgadas de un cable en los pisos misérrimos, tras los cristales turbios, desde los autobuses que nos llevaban desde el aeropuerto a los hoteles mugrientos. Es izquierdismo contante y sonante para el pueblo y los palacetes para la nomenclatura política. El otoño visto desde la Mareta será seguir negociando con los suyos la venta a pedazos de España, su idioma, su justicia y su industria. Nada de planes hidráulicos para prevenir futuras sequías de agua y de ideas. Este verano bélico y caluroso solo le ha servido a Sánchez para ocupar los residuos del PSOE hasta convertirlos en una sucursal de su Gobierno. Sus ministros deben tener poco que hacer en sus propias funciones oficiales para ocuparse de las intrigas partidistas. Ya no existe un socialismo que propone Gobiernos sino un Gobierno personal de Sánchez formado por los miembros designados por Sánchez en uso de sus atribuciones que dicta la ideología y selecciona al personal del socialismo como si se tratase de un apéndice de una burocracia sectarizada, sin dejar resquicio alguno para la revisión o la crítica.
Urgía preparar un otoño temible, con inflación, paro, escasez energética e imprevisiones bélicas, sin procurar una llamada a la concordia interior y un programa corrector de separatismos, extremismos y errores diplomáticos. Sin una llamada a la unidad esencial que debe capear una crisis de fondo. Sánchez parece suponer que lo que se le viene encima no es una crisis global sino una conspiración de indescifrables poderes ocultos que solo sueñan con desplazarlo de la Moncloa y romper lo que él entiende por estabilidad, es decir, continuidad de su cargo, sea bueno o malo para los españoles que aún disfrutan de los últimos calores de agosto. Lo malo son las ideas de quienes mal gobiernan y lo bueno son sus sermones sin corbata y sus anuncios restrictivos sin calcular sus repercusiones económicas e internacionales. Su previsión estrella ha sido incumplir el principio de plena dedicación de los ministros y funcionarios que se deben al servicio de España para dedicarlos a funciones partidistas cara a unas próximas elecciones municipales.
No satisfecho con hacer doblete entre el Gobierno y la oficina del partido, también ha decretado la creación en la Moncloa de una Secretaría General de Planificación Política. El telón de fondo de esta nueva estructura ideológica, más propia del marco de un partido, no puede ser otro que estudiar cómo evitar batacazos como los sufridos últimamente en Madrid, Andalucía y Castilla. El decreto no concreta las funciones específicas de la nueva unidad más allá del asesoramiento y apoyo en que coincide con otros órganos de Presidencia. Pero, a pocos meses de unas elecciones municipales, solo se puede suponer que el desconfiado Sánchez tampoco confía en la programación política de su partido, a pesar de haberlo tutelado con sus ministros de doble función. Todo es apretar las tuercas del mecanismo sanchista ante los vientos otoñales que avecinan la caída de las escasas hojas verdes que aún quedan entre las ramas secas de un Gobierno personalista.