Julia M.ª Dopico Vale
Estamos viviendo la celebración más importante en la cultura cristiana, la que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la Semana Santa, que se celebra emocionadamente en toda España y en Ferrol, donde pesa una gran tradición que hace que sea considerada Fiesta de Interés Turístico Internacional reuniendo a cientos de personas que contemplan los desfiles en los que los devotos con sus ropajes de colores portan las imágenes de magníficas tallas adornadas con miles de flores acompañados por la música de tambores y cornetas, antiquísimos instrumentos cuyo origen se sitúa junto al de los primeros pobladores de la tierra, cuando se servían de elementos de la naturaleza para crear objetos con finalidad musical y muchas veces también sagrada, considerando que los instrumentos eran capaces de transportarlos al mundo de los muertos y a regiones astrales de contacto con los antepasados y los dioses.
El “tympanon” griego, de culto dionisíaco, conocido por los hebreos, los egipcios, los romanos y los árabes, que lo usaban como arma bélica para intimidar a los enemigos y el “corne” o “cornu” latino, fabricado con cuernos de toros y bueyes, quedando testimonios de ellos en la tumba de Tutankamón y siendo utilizados en los Juegos Olímpicos o indicando órdenes en el campo de batalla. Instrumentos que llegan a Europa en la Edad Media y que se desarrollan en el Renacimiento a través de las improvisadas agrupaciones que precedieron a nuestras gloriosas orquestas sinfónicas.
Música que suena inconfundible a través de la forma de “marchas procesionales”, compuestas para Cofradías y hermandades por grandes maestros del género como José Font, iniciador de toda una saga, Germán Álvarez Beigbeder, Manuel López Farfán o Manuel Borrego Hernández, con su Mater Lacrimosa o Regina Pacis… Compases de solemnidad que conmocionan ante la contemplación de la verdad última: la del misterio del hombre ante la muerte.