Lucas Molina Franco (*)
Hay personas que por sus actos de heroísmo o por su trayectoria vital, pasan a la historia, independientemente de sus ideas. Hay políticos que catalogan a los héroes, o a las personas que han trabajado por la comunidad, por su ideología: si no coincide con la suya, las eliminan por decreto de la memoria colectiva. Lenin empezó así.
El que esto escribe peina ya algunas canas, lo cual no es ningún mérito sino simplemente el devenir normal y habitual de lo que, afortunadamente, significa haber estado compartiendo experiencias en este mundo con multitud de personas, de todos los pelajes y de todas las banderías, todas ellas interesantes pues en esta vida a todo se le puede sacar provecho.
Recuerdo, por ejemplo, cuando estuve en Líbano acompañando a nuestros cascos azules, una entrevista con intérprete a varios chavales jóvenes, miembros de Hizbollah, que habían estado combatiendo contra ISIS en Siria y acababan de llegar a su pueblo, Al Kiam, donde yo me encontraba. Fue muy interesante y cordial, ellos sólo deseaban saber en que medio se iba a publicar y si sacaría las fotos que tomé durante la misma. El más corpulento me mostró en su móvil una fotografía en la que se veía a otro joven de gran parecido con él –se trataba de su hermano–, y me dijo que había muerto en Siria. En la foto se veía al joven de uniforme, con un pañuelo en la cabeza y un kalasnikov en ristre, y a su lado, en el suelo, una estatua de alabastro que parecía una Virgen María. Intrigado le pregunté si, en efecto, era una imagen de la Virgen cristiana y él me lo confirmó. La había salvado su hermano, musulmán chiíta, de las garras de los también musulmanes del Estado Islámico, que pensaban destrozarla en una iglesia cristiana de Siria. No tuve más remedio que hacer una foto con mi móvil, a la pantalla del celular de aquel «hizbolita», foto que todavía conservo. Israel había pasado a segundo plano para los chiítas libaneses, cuyo enemigo mortal eran los sunnitas del temido y odiado ISIS.
Pero centrémonos en el tema del que les quiero hablar hoy. Los que me conocen saben que me siento orgulloso de mi origen y de mi pasado, y también de los antepasados que hicieron posible que yo, y que otros como yo, estemos hoy donde estamos. La historia de España y de Europa me apasiona y por esa razón a ella me he dedicado en cuerpo y alma en los últimos 25 años, sin descuidar, eso sí, la contabilidad y las finanzas universitarias.
Y si algo he aprendido en estos años es que en Historia no existen los colores puros; todo el espectro vital, aplicado a nuestra disciplina está lleno de tonalidades: de claroscuros, de grises intensos y de blancos rotos; de sombras matizadas, de luces brillantes y de tenues líneas que delimitan los espacios y que marcan las tendencias, pues son realmente éstas, las tendencias, las que dan un perfecto retrato de cada momento histórico. El ser humano, protagonista vital de la historia sin el que ésta no tendría sentido alguno, representa el papel central en el devenir de los acontecimientos mundanos, marcando, según las pautas de comportamiento frente a diversas situaciones, el hilo conductor de los acontecimientos pasados, presentes y futuros.
Y no me cabe la menor duda de que lo mejor y lo peor del ser humano, las grandezas y las miserias de los hombres y mujeres que han poblado la tierra antes que nosotros, son paradigmas que la historia arranca a sus propios protagonistas para mostrarlos a las generaciones venideras y marcar el camino de lo correcto y de lo perverso.
Traigo todo esto a colación por un asunto que ha saltado a los medios en fechas muy recientes, y que tiene como protagonistas, precisamente a hombres que vivieron una época difícil de la historia de España, se posicionaron –e incluso «los posicionaron»–, y dieron lo mejor de ellos mismos por la causa que les tocó defender, incluso la propia vida, que es el tesoro más preciado para los seres humanos.
Hablo en concreto de dos personas que, habiendo combatido en la Guerra Civil española en el bando nacional –franquista, rebelde, sublevado…, como ustedes quieran llamarle, que es lo de menos–, uno de ellos, soldado, murió de forma heroica, entregando su propia vida para salvar la de sus compañeros, y el otro, ingeniero naval, trabajó toda su larga y fecunda vida en pro de sus convecinos, creando empresas que dieron trabajo a miles de paisanos suyos, y elevando los estándares de la construcción naval española a la altura de las mayores potencias marítimas del planeta en los años 70 del pasado siglo XX.
El primero era Manuel Lois García, un agricultor gallego y soldado conscripto de Infantería de Marina, fallecido heroicamente en 1938 en el crucero «Baleares», debido a las múltiples quemaduras causadas por su decisión de abalanzarse sobre un proyectil iluminante en llamas, para que no prendiera la munición que estaba en sus inmediaciones, y arrojarlo inmediatamente al mar. Resultado de la acción: salvó el buque y a toda su tripulación, y al día siguiente falleció de las terribles quemaduras en todo su cuerpo.
El otro era José María González-Llanos Caruncho, marino de profesión, ingeniero electricista por la Universidad de Lieja, número 1 de su promoción, doctor ingeniero naval, catedrático de electrotecnia en la Escuela de Ingenieros Navales de Madrid y fundador de las empresas FENYA y ASTANO, en las que trabajaron más de 10.000 ferrolanos desde la década de los 40 hasta finales del siglo XX.
Ambos hombres de armas –uno por obligación y el otro por convicción– fueron, sin duda, abanderados de los valores más importantes que ha de tener una persona que vive en sociedad: honradez, valor, entrega a los demás, humildad, gallardía… hombría de bien (aunque este último término, quizás no lo entienda todo el mundo), y por eso, sus conciudadanos se lo premiaron con honores tras su fallecimiento.
En el caso del soldado Lois le fueron otorgadas las dos condecoraciones más importantes del Ejército español, la Cruz Laureada de San Fernando y la Medalla Naval Individual, además de un sencillo monumento y una calle en su pueblo de nacimiento, –Órdenes– y un vial en el interior del Arsenal Militar de Ferrol.
En el caso del ingeniero González-Llanos, además de otro vial en la dependencia militar citada, y el título de «Hijo Predilecto» en la ciudad que le vio nacer, los vecinos del ferrolano barrio de Esteiro, en 1999 y por suscripción popular, le dedicaron una estatua que lo recuerda mirando a la zona de la ría donde desarrolló su enorme labor profesional y laboral, luchando por los intereses de la comarca y sus habitantes, de la Armada y de España.
Por encima de ideas políticas y de posicionamientos espurios, estos dos hombres lucharon por su patria –como otros muchos, es verdad–, y dieron ejemplo de su entrega a sus compatriotas de distinta manera, pero con la única idea de cumplir con su deber lo mejor que sabían.
El 17 de marzo de este mismo año, Margarita Robles, ministra de Defensa del Reino de España, firmaba la resolución 421/04574/22 por la que se cambiaban los nombres a nueve viales del Arsenal Militar ferrolano. En dicha resolución se justificaba este cambio, y cito textualmente: «Para optimizar la eficiencia en la organización del Arsenal de Ferrol, que permita una mejor identificación física de sus diferentes organismos, unidades y servicios…».
Parece una broma de mal gusto, pero lo que acaban de leer es copia literal del Boletín Oficial de Defensa de 18 de marzo de 2022, página 7871. Para ponernos en situación: hasta el 17 de marzo cualquier militar que estuviese destinado en Arsenal de Ferrol tenía muy difícil identificar donde se encontraba el ramo de electricidad, pues el vial se llamaba «Cándido Pérez»», pongo por caso. Ahora que el vial pasará a llamarse «Ana de Sotomayor», pongo también por caso, le será mucho más fácil orientarse y encontrar el dichoso ramo de electricidad. ¡Pero qué hipocresía!
¡Que manera tan sutil de evitar decir la verdad! ¡Que forma de tomar el pelo!
Les aseguro que muy pocos usuarios del Arsenal ferrolano, ya no digo de la ciudad de Ferrol –y no quiero salirme al resto de España– podrían responder, sin acudir a la Wikipedia, a la pregunta de «¿quien demonios era Cándido Pérez?», o «¿por qué uno de los viales del establecimiento naval de Ferrol estaba dedicado a un señor que se llamaba Honorio Cornejo?» Digan que lo cambian, señora ministra de Defensa, porque usted ha sido persuadida de que los nombres que ostentaban estos viales eran de «ruines» y «miserables» «fascistas», y ya está. Porque todo se arregla con esa mágica palabreja. ¡Enseñanzas de Lenin!; no hay mejor forma de desacreditar a tus adversarios políticos que la de demonizarles con la catalogación de «fascistas». Los troskistas del POUM, ¡eran fascistas! Los católicos de la Asociación Nacional de Propagandistas, ¡eran fascistas! Un adjetivo que valía para todo… ¡para todo lo que se saliera de las esencias y la pureza de la «dictadura del proletariado»!
Entre los nueve nombres de otros tantos marinos o buques de la Armada Española, estaba el Laureado soldado Lois y el propio ingeniero naval José María González-Llanos, a los que acabamos de hacer mención, además de otros como el alférez maquinista naval Cándido Pérez, fusilado en Bilbao en 1937, o el almirante Honorio Cornejo. Me sorprende sobremanera la inclusión de este último, pues el pobre don Honorio, onubense ilustre, fue ministro de Marina del reino de España de diciembre de 1925 hasta noviembre de 1928, año en el cesó en el cargo a petición propia y vivió su jubilación en Madrid hasta el óbito, que se produjo en 1937. ¡Jamás don Honorio se dedicó a la política ni tuvo participación de ningún tipo en la Guerra Civil española!
Hay que señalar que la iniciativa para este cambio de nombre en los viales del Arsenal de Ferrol, partió el 2 de marzo de 2021, del diputado de EH Bildu en el Congreso, Jon Iñarritu, en pregunta parlamentaria dirigida al Ministerio de Defensa. Suponemos y deseamos que este representante del pueblo español haga lo propio para regular los homenajes a los etarras en los nombres de las calles de su Euskalerría natal. Es un brindis al sol, entiéndasenos… un desahogo.
Para rematar la faena iniciada por el ministerio de Defensa, el Ayuntamiento de Ferrol, reunido en sesión plenaria el 31 de marzo de 2022, aprobaba una moción en la que, entre otros puntos, acordaba la retirada de la distinción de Hijo Predilecto de la ciudad y de la estatua que tiene dedicada en la Avenida de Esteiro, al ingeniero José María González-Llanos Caruncho, además de proponer al Ministerio de Defensa nombres alternativos para las calles del Arsenal, y al obispado, que elimine la «Cruz de los Caídos» de la iglesia de San Francisco, la placa en memoria de los muertos en el crucero «Baleares» y la referencia a que en la pila bautismal de dicho templo se bautizó hace muchos años a un tal Francisco Franco. Esto último no deja de ser una estupidez supina, pues eliminar la información no evita el hecho histórico, ya que éste no es reversible, pero ¡explícaselo tú a uno de estos ilustres próceres municipales!
Pero de todo esto hay un hecho que me ha llamado poderosamente la atención: las mociones presentadas por los grupos municipales de «Ferrol en Común» y «Bloque Nacionalista Gallego», no tuvieron ningún voto en contra. Ni uno sólo. Cero patatero. Ni un sólo representante público de los ciudadanos de Ferrol tuvo el coraje de manifestar su disconformidad con una maniquea propuesta que sigue ahondando en la división, y que no persigue más que el enfrentamiento entre vecinos, 85 años después de la contienda civil, aunque lo «vistan de seda». Por que sólo hay ideología en esta moción. Desgraciadamente, supura odio y rencor al pasado.
Y es mi opinión, sin duda, pero es también el sentir de muchos ciudadanos de mi ciudad de nacimiento, hartos del deterioro palpable de una ciudad que languidece inexorablemente, que está a la cola de todas las ciudades gallegas en servicios esenciales, que pierde población a pasos agigantados, que destruye empleo a mansalva, y que se muere, ahogada en su propia miseria. Y sus políticos preocupados por cambiar nombres, quitar cruces y placas, y desenterrar a los muertos. ¡Pero que mentecatos, Dios mío!
Como hacía la orquesta del Titanic, en plena debacle siguen tocando la melodía más fascinante para los oídos de los que no quieren escuchar la desgraciada realidad local. El flautista de Hamelin también pasó por Ferrol hace ya muchos años, y sigue haciendo estragos.
Aunque lo más ridículo, lo que pasará a los anales de la irresponsabilidad política de ese vapuleado por sus últimos inquilinos «Excelentísimo Ayuntamiento de Ferrol», ha sido la espantada del señor alcalde. Tras su voto favorable, y el de todo su grupo –el socialista– a las mociones citadas, al ver, sentir y palpar el revuelo que causaba en la ciudadanía local el asunto de la remoción de la estatua del ingeniero González-Llanos, reculó como un cangrejo, y afirmó en la presentación de la revista «Ferrol Análisis», tan sólo una semana después de la aprobación de las mociones en Pleno Municipal: «Nosotros vamos a defender esa Ley de Memoria Histórica, pero eso no implica que vayamos a adoptar medidas que poco o nada sirven para cumplirla», añadiendo: «La figura de González-Llanos sería injusto incorporarla dentro de esas figuras que no queremos recordar».
Donde dije «digo», digo «Ángel». Y terminó así su encendido discurso en defensa de González-Llanos: «Siendo yo alcalde, esa decisión o se toma por amplio consenso o yo, desde luego no voy a retirar nunca esa figura de González-Llanos que, por cierto, fue ubicada en la posición que hoy ocupa, por suscripción popular».
¿Le parece poco al señor alcalde el amplio consenso del Pleno Municipal en el que se tomó la decisión, y él mismo votó a favor? ¿Nos toma por tontos a los ferrolanos? ¿No son ustedes nuestros representantes?
«Siendo yo alcalde, esa decisión… afirma ufano. A lo mejor, es que se pasa por el arco de triunfo la decisión del Pleno Municipal del 31 de marzo, en un arrebato autoritario con precedentes. Craso error.
¡Que pensarán sus socios en el gobierno municipal, los que presentaron las mociones!
No me gustaría terminar estas líneas sin manifestar mi desprecio a los que se pusieron de perfil, a los que pasaban por allí pero no querían que les diera el viento en la cara. Se podían despeinar. Aunque ahora quieran rectificar.
Que lástima.
¡Lo que pudo ser Ferrol!
(*) Lucas Molina Franco (Ferrol 1965) Doctor en Historia Contemporánea. Profesor Asociado de Economía Financiera y Contabilidad Universidad de Valladolid
Magnífica exposición,fiel reflejo de la situación actual de España. Gracias Lucas por tu sinceridad y clarividente verdad de la nefasta política de este actual(des) gobierno.
Me adhiero totalmente a tu actitud.
Un fuerte en abrazo. Jesús Tejada.
Sr. Mi aplauso, respeto y admiración.
La ley de memoria histórica producto de una mente ……..
En mi modesta opinión, el problema viene de lejos…..»nos» pasamos ul tiempo queáandonos de los 40 años de dictadura mientras se creaba y consolidaba un nuevo sistema de «Gobierno» en el que los «políticos» se disfrazaban de «servidores públicos» imprescindibles para el nuevo «orden» social.
Apelaron a la ambición del ciudadano para hacerle ver que cualquiera podría alcanzar la gloria, al tiempo que las cúpulas de los partidos consolidaban su poder y sus privilegios, llevando el sistema a una situación economicamente insostenible, sabiendo de la ceguera de una sociedad que solo sabe quejarse, pero que no mueve un dedo para cambiar la situación.
La ceguera colectiva nos impide plantar cara al problema y así las cosas no pueden más que empeorar.