Como cada 23 de abril por iniciativa de la UNESCO celebramos el “Día Internacional del Libro”, fecha simbólica para homenajear a los libros y a sus autores relacionados también con en el arte musical- “la música empieza allí donde acaban las palabras” nos decía Goethe-; un arte vinculado a la literatura desde tiempos seculares viendo alumbrar la feliz unión entre melodía y palabra, florecida en primaveras de canciones -cultas y populares- con su expresión de universalidad, o en formas más exigentes que surgen en la Antigüedad Clásica a través la épica epopeya, la comedia ática, la lírica de Lesbos entonada en ditirambos, himnos o trenos y las grandes tragedias- las de Sófocles o Esquilo- con sus partes corales e instrumentales que siglos después gracias a la “Camerata Florentina” derivarán en el género dramático por excelencia, la ópera, con sus grandes historias plasmadas en cientos de libretos. “Un libreto y está hecha la ópera!”, nos decía el Maestro de Busseto creador de inolvidables títulos como La Traviata, Rigoletto o Don Carlo.
Música y palabra luciendo por separado y a veces en pugna: – Quién es ama de quién?, pero que lejos de servidumbres se muestran unidas en fórmulas excelentes como “la belleza y el ingenio en una misma persona”. Y libros también de la música con su lenguaje específico, codificado en signos que representan las cualidades sonoras con las que se manifiesta y que son viva muestra de una rica y extensa literatura musical gestada en el entorno clerical y religioso del medievo espiritual con su mundo de códices y neumas, evolucionando hasta convertirse en el lenguaje que permite preservar la obra de los grandes autores para ser leída, interpretada y disfrutada por todos.
Amplia literatura musical que se recoge en particellas y en libros, mágicos libros transmisores de la evolución de la sociedad y de nuestra propia humanidad.