Pedro Sande García
Comencé a escribir este artículo una semana después de la entrega de los premios Goya, durante unos días estuvo arrinconado y lo recuperé después de la ceremonia de los Oscar. He decidido que será la última vez que soportaré más de tres horas de una ceremonia, la de los Goya, tediosa, aburrida y con algunas escenas y comentarios a los que les falto humor y les sobró mal gusto. Prefiero ver y leer las noticias al día siguiente, con la intensidad e interés que cada uno quiera ponerle, e informarme de los premiados y de cuales han sido las mujeres mejor y peor vestidas, un análisis, por llamarle de alguna manera, que aparece en la mayoría de los medios de comunicación y al cual, en muchos casos, se le da más importancia que a la crítica de la gala y de los galardonados. En este tipo de ceremonias la forma de vestir del género masculino suele ser más aburrido y uniforme que el de las mujeres, pero echo de menos una crítica similar sobre los mejor y peor vestidos.
En cuanto a los premios otorgados por la academia de cine solo puedo hacer comentarios sobre dos de las películas nominadas. «Dolor y gloria», la película premiada de Pedro Almodóvar, no me produjo ninguna sensación, tampoco altero mis sentimientos y mucho menos me sorprendió. El universo de Salvador Mallo, el personaje interpretado por Antonio Banderas, no fue capaz de despertar en mí ningún interés. Me suele ocurrir con los grandes cineastas como Pedro Almodóvar, sus películas me entusiasman o me decepcionan, no existe término medio. Lo mismo me ocurrió con Martin Scorsese y «El irlandés» tal como escribí en el artículo del pasado 17 de enero, son directores que tienen en su contra las grandes expectativas que me producen, cuando estas no se cumplen se convierten en grandes decepciones. En cuanto a Antonio Banderas, me hubiera gustado que fuese premiado con el Oscar al mejor actor pero creo que lo tenía muy difícil, mis dos favoritos eran Joaquín Phoenix por «Joker» y Jonathan Price por su papel del papa Francisco en el film de «Los dos papas».
Una segunda película de los Goya, «Cuando termine la guerra», el film de Amenábar que ya me costó trabajo tomar la decisión de ir a verla. Aun siendo una propuesta arriesgada no puedo entender que estuviera nominada entre las candidatas a mejor película. Hace tiempo que cuando voy al cine o cuando leo un libro lo que menos me importa son las historias que me cuentan, lo que me importa de verdad es como me las cuentan. La historia que cuenta Amenábar no tiene mucho interés para mí, sobre la historia de la guerra civil española ya sé quiénes son los buenos y los malos, y nadie me tiene que volver a contar que los malos, los sublevados, fueron unos malvados. Sobre el posible enfrentamiento de Miguel de Unamuno con el general Millan Astray, relato que algunos niegan, lo que nadie puede negar es que después del episodio ocurrido en la Universidad de Salamanca Don Miguel se pasó los últimos meses de su vida bajo arresto domiciliario, lo que les decía, los malos no tuvieron compasión con nadie. La forma en que Amenábar cuenta la historia me transmitió la misma frialdad que cuando estoy visualizando una proyección de diapositivas en casa de algún conocido. Solo destacaría los planos de interior, los de exterior me parecieron poco creíbles y lo que creo que sobraban las escenas de los recuerdos de Miguel Unamuno junto a su esposa.
Para terminar con los Goya, un último comentario relativo a la entrega de los premios a la mejor película documental, mejor cortometraje de ficción, mejor cortometraje documental y mejor cortometraje de animación, me preguntó ¿Dónde están disponibles para el público? ¿No tienen los Goya como objetivo premiar al cine español y fomentar su consumo por parte de los espectadores?
Con la gala de los Oscar no repetí el mismo error que con los Goya, fue al día siguiente cuando me informé sobre los premiados y contemplé las fotografías de las mejores y peores vestidas que pasearon sobre la alfombra roja, Hollywood también me dejo con las ganas de apreciar el vestuario masculino. En este caso mi favorita para el óscar a la mejora película era «Joker», película de la que hable en el artículo del pasado 31 de octubre, por si sola creo que no es una película sobresaliente pero puede alcanzar esa calificación si la comparamos con el resto de las nominadas. Creía que la sorpresa la podría dar «Parásitos», pero no al nivel que lo ha hecho llevándose cuatro estatuillas. Es difícil que un drama como el que refleja la película coreana permita pasar un rato tan agradable tanto por sus momentos de humor como por las situaciones donde la tragedia se muestra sin ningún tipo de anestesia. Su director, Bong Joon-ho, a través de una comedia cruel, consigue que el espectador salte de la risa a la angustia y muestre con toda naturalidad la cruda realidad a través de las vidas de dos familias: familia rica y familia pobre. Una realidad que lleva a sus extremos mostrándonos los caprichos y excesos de una familia acaudalada y la miseria de una familia que no posee nada, ni siquiera dignidad. Me llamó la atención que Song Kang-Ho no estuviera nominado por su magnífica interpretación de Ki-Taek, el padre de la familia pobre.
Coincidí con los académicos de Hollywood en que otras favoritas se fueran con las manos vacías. «Erase una vez Hollywood» es una película en la que Tarantino consiguió que me moviera más de lo habitual en mi asiento, esperando que llegará el final de la misma, hubo momentos de auténtica pesadez y aburrimiento suavizados por la buena, tampoco creo que fuera magnifica ni merecedora de un Oscar, interpretación de Brad Pritt y Leonardo di Caprio. «1917» es una película que comienza y tiene una primera media hora sorprendente, posiblemente por la técnica utilizada durante el rodaje, técnica que produce unos efectos visuales que consigue introducir al espectador en las trincheras y que las recorra con la misma angustia que lo hacen los dos personajes principales. No voy a descubrirles lo que ocurre en un momento dado, cuando los cabos Schofield y Blake ya están fuera de las trincheras sobre los campos de batalla abandonados, pero a partir de ahí todo cambia y la historia se convierte en algo poco creíble con lo que pierde todo su interés hasta llegar a un final lagrimoso y sensiblero.
Como habrán podido comprobar, por el título de este artículo, mi gran favorita hubiese sido «Yo acuso» el filme de Roman Polansky que no ha participado en los Goya ni en los Oscar. Un filme que marca la diferencia entre lo sobresaliente y lo brillante. Me tienen que perdonar el que vaya a utilizar como título la traducción que sale del original en francés «J,accuse» y omitir el que se ha utilizado en España «El oficial y el espía». No entiendo estos cambios de título, y en este caso el original me parece mucho más atractivo y además refleja el antes y después que supuso en el caso Dreyfuss el artículo titulado «J,accuse» y publicado en el diario L’Aurore el 13 de enero de 1898. Su autor, Émile Zola, lanzo un alegato con el objetivo de demostrar que el caso del capitán Dreyfus, acusado de traición y sentenciado por ello, había estado sostenido por pruebas falsas. Me van a permitir que recupere una de las últimas frases, brillantes palabras, del artículo por el que Émile Zola fue condenado: «Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia».
Pero no vengo a hablar aquí ni de este artículo ni tampoco de una historia con la que el ejército francés quedo muy malparado. Vengo a hablar aquí de como Roman Polansky cuenta esta historia. Desde las imágenes iniciales, en un típico día de París donde el director consigue contagiarnos el gris y el frío dominante, donde solo se escucha el ruido del estúpido acto de la expulsión del ejército del capitán Alfred Dreyfus, Polansky nos mueve a través de una historia que transcurre con frialdad pero que es capaz de remover nuestras conciencias ante un caso de injusticia flagrante. El filme nos permitirá visualizar sin estridencias y sin alegatos panfletarios como era la Francia de finales del siglo XIX, un país donde el nacionalismo ganaba fuerza entre las fuerzas conservadores de la sociedad, las cuales alababan a un ejército decadente y lo situaban como máximo defensor de la grandeza del país. «Yo acuso» no es un relato histórico pero a través de sus imágenes, de su música y de sus personajes seremos capaces de sentir la historia. La historia de Francia, un país en estado de postración, donde las fuerzas nacionalistas, como han repetido a lo largo de la historia, tenían que buscar, mejor dicho marcar, a un grupo como enemigo responsable del estado en que se hallaba sumida la nación, y para ello se agudizo el antisemitismo entre franceses de muy diversa ideología y clase social.
La expresividad visual con la que le director nos muestra París y una selección brillante de actores, en la ninguno destaca pero entre todos conforman una orquesta perfecta, consigue transmitir autenticidad a todo lo que nos cuenta y a todo lo que vemos. Eso es lo que consigue «J,accuse» y a partir de ahí se podrán hacer todas las elucubraciones que cada uno estime conveniente sobre cuales fueron causas que movieron a Roman Polansky a rodar esta historia. En cualquier caso, no se la pierdan.
Para terminar les recomiendo que si les apetece vayan al cine y que sobre todo no hagan caso de lo que yo les cuento.