La unidad de los cristianos

 

José Carlos Enríquez Díaz

El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24)”, dijo el Papa Francisco este 21 de junio de 2018 durante su peregrinación ecuménica en Ginebra con motivo del 70 aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias. “Las distancias no son excusas; se puede desde ahora caminar según el Espíritu: rezar, evangelizar, servir juntos, esto es posible y agradable a Dios. Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos: he aquí nuestro camino fundamental”, añadió. 

 «Si no queremos que las  iglesias se vacíen aún más, es necesario centrarse en lo esencial”. Es la reflexión que el cardenal Walter Kasper hace sobre la necesidad de dar pasos en el diálogo ecuménico. Cuando decimos “Padre nuestro” resuena dentro de nosotros nuestra filiación, pero también nuestro ser hermanos. No daremos fruto si no nos ayudamos mutuamente a permanecer unidos a Él. “Nosotros en Occidente estamos en la peor crisis desde el colapso del Imperio Romano. No vemos este colapso claramente porque está oculto por nuestra riqueza. Pero no se equivoquen: los pilares fundamentales de la civilización occidental se están desmoronando, ninguno más severamente que la Iglesia.” Afirma  Rod Dreher en su libro la opción benedictina.

“También es una crisis de fragmentación. En nuestro tiempo, las personas han perdido el sentido de unidad y propósito. Ya no sentimos que somos parte de una comunidad más amplia. El individualismo radical es la nueva normalidad. Los antiguos vínculos de familia y comunidad se han disuelto en su mayoría.” Añade.

Holanda acumula el 44 por ciento de ateos, lo que decidió transformar las iglesias en librerías, cafeterías y lugares para el entretenimiento y el esparcimiento.

“La lengua materna de Europa es el cristianismo”, dijo el gran escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe. Por el momento, la “lengua materna” de que hablaba Goethe se ha reducido, en Europa, a un susurro apenas perceptible. En su lugar, se puede oír, cada vez más poderosa, la “lengua islámica”. Mientras crece el número de mezquitas, unas iglesias cierran por falta de uso y otras son atacadas o profanadas. En el país galo hay 45.000 iglesias, de las cuales 10.000 están en peligro de ser destruidas. Numerosos templos cierran, por falta de culto, y son derruidos para construir parkings o supermercados en su lugar. El 12,4% de los habitantes de Londres es musulmán y la población islámica creció de 1,5 millones en 2001 a 2,7 en 2011.

La actual Europa se está hundiendo por las mismas causas que provocaron la caída del antiguo Imperio Romano: por la pérdida de los grandes valores, la descomposición de la familia y el descenso de la natalidad. El Imperio Romano llegó a ser una organización admirada y estable durante muchos siglos, pero, como ocurre con la Europa actual, sus políticos lo llevaron a la ruina y la pérdida de valores hizo posible su hundimiento.

En primer lugar, hay que aclarar, que el movimiento conocido como “Ecumenismo”, tal como lo conocemos hoy, tiene sus orígenes en el mismo protestantismo del siglo XX. Después, la Iglesia Católica iría asumiendo su rol en este sentido, propiciando encuentros y acciones tendentes en busca de unificar elementos comunes y posibles vías para la unidad entre toda la cristiandad.

Ecumenismo es un movimiento o tendencia dentro del cristianismo que aspira a la unidad de las iglesias, con el fin de superar las divisiones. Del latín oecumenicus o “tierra habitada”, el término se utilizaba en el imperio romano para referirse a los territorios dominados por Roma donde los cristianos tenían sede, expresando al mundo como una totalidad que superaba los límites geográficos, en referencia a las tierras conquistadas.

Si  comprometemos la doctrina respecto a las creencias fundamentales de la fe cristiana, si no  deshonramos o ignoramos el evangelio, si los creyentes podemos mantener un claro testimonio ante el mundo, y si Dios es glorificado, entonces podemos de manera libre y gozosa, unirnos con otros creyentes en la búsqueda del reino de Dios. De ahí que el diálogo ecuménico sea todo lo contrario de una renuncia de la propia identidad en aras de una mezcolanza ecuménica. A medida que nos acerquemos a Jesucristo nos acercaremos entre nosotros.

El don del ecumenismo ha de consistir en descubrir que no somos extraños ni rivales unos para otros, sino hermanos y hermanas en Cristo. Nunca podremos estar suficientemente agradecidos a Dios por este regalo. No debemos dejar que la alegría de este regalo de Dios se vea empañada por el hecho de que afloren diferencias y problemas. La unidad de los cristianos es un encargo de Jesucristo, quien oró para que todos fuéramos uno  (Juan 17,21).

El ecumenismo acontece dándose testimonio de la propia riqueza, para aprender así unos de otros. Todavía nos conocemos demasiado poco y por eso nos amamos demasiado poco.

Así también el dialogo ecuménico sirve en sentido análogo a lo que Pablo dice: “Cuando os reunáis que cada uno aporte algo” (1 Cor 14,26)

Los católicos pueden aprender de los hermanos evangélicos sobre la importancia de la Palabra de Dios, La lectura y la exégesis de la Sagrada Escritura; los evangélicos, por su parte, pueden aprender de los católicos la importancia de los símbolos y celebraciones litúrgicas. Seamos una bendición unos para los otros.

 

 

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