José Carlos Enríquez Díaz
El VIII Informe FOESSA sobre Exclusión y Desarrollo Social en Galicia ofrece una descripción muy detallada en datos que explica la situación de las personas y los hogares en situación de exclusión en Galicia. Una comunidad con niveles elevados de envejecimiento, tasas altas de pobreza monetaria y desigualdad de renta, y un gasto social ligeramente superior a la media estatal.
El informe es “un relato del momento de incertidumbre en el que nos encontramos y una mirada a nuestra cohesión social para analizar cómo vivimos y reaccionamos ante la gran recesión, cómo estamos enfocando la salida y cuáles son las consecuencias de la crisis en la poscrisis”, en palabras de Guillermo Fernández Maíllo, coordinador de la investigación y miembro del comité técnico de la Fundación FOESSA, pronunciadas durante la presentación oficial del documento en un encuentro periodístico que presidió el obispo de Mondoñedo -Ferrol, monseñor Luis Ángel de las Heras Berzal, prelado acompañante de las Cáritas en Galicia que animó a los presentes a “superar la lacra que representa la exclusión social.”
La vivienda es un motor elemental de la desigualdad y un factor clave en las dinámicas de exclusión social. En Galicia el problema de la vivienda ha pasado a ocupar el primer lugar como causa generadora de exclusión social desplazando a las dificultades relacionadas con el empleo, en el ámbito de las personas y hogares con mayor dificultad. En la comunidad autónoma, el 64,9% de las personas en exclusión se encuentran afectadas por esta dimensión.
En el informe se pone de relieve que el elemento de mayor exclusión es la vivienda: el 28,3% de la población en viviendas inseguras, y el 18,9% en viviendas insalubres.
En lo relativo a los hogares, el 30% de familias numerosas, el 23,3 % de familias con hijos, y el 22% de familias monoparentales, están en situación de exclusión social. Se constata una mayor feminización de la pobreza: el 20% de los hogares sustentados por mujeres están en situación de exclusión.
Ante esta situación el obispo de Mondoñedo hacía estas declaraciones en la web diocesana: «Trabajemos todos por superar la lacra que representa la exclusión social». En el año 2015, en una entrevista de un diario regional, el vicario general hablaba de la posibilidad de utilizar casas rectorales o casas habilitadas con ayuda de Cáritas o de feligreses que quieran colaborar. Pero parece que el proyecto se ha quedado en papel mojado… En la diócesis todavía quedan rectorales vacías que se están deteriorando por la falta de uso.
Creo que sería bueno poner a disposición de las familias sin recursos que se hayan quedado sin techo, o que hayan sido desahuciados de sus viviendas, las casas rectorales que no están siendo utilizadas en la actualidad.
Las víctimas de la crisis no pueden esperar a que organicen “colectas” para repartirlas beatíficamente.
La Iglesia saldría ganando en reconocimiento y credibilidad social. Demostraría con gestos y hechos concretos sus profundas entrañas de misericordia. Porque la gente ya no cree en palabras. Sólo se fía de los hechos.
Tenemos una red de locales e instituciones. Contamos con recursos disponibles y disponemos de voluntarios
En eso, sólo en eso, nos reconocerán como discípulos de Cristo. Y si no damos trigo en las duras, no esperemos que nos escuchen predicar en las maduras. Ésta es la nueva evangelización que se está esperando en la calle como agua de mayo.
Señores obispos, necesitamos un gesto que refleje claramente que no se vive ajenos a esta tremenda crisis que tanto hace llorar y sufrir. Un gesto que demuestre a las claras que, además de Caritas y de todo el aparato socio-caritativo, la jerarquía quiere que la Iglesia siga siendo la punta de lanza en la lucha para paliar los dramáticos efectos de la crisis.
La gran tragedia de perderlo todo. Hasta el nido, hasta la propia casa. Los números son dramáticos. Desde 2008 se pueden haber producido cerca de 400.000 desalojos en España, a un ritmo de 517 desahucios diarios. La gran tragedia del país en el momento actual, junto al paro. La jerarquía española, sensible al drama, lo ha denunciado en repetidas ocasiones.
Se trataría de abrir los edificios religiosos semivacíos o deshabitados para los que pierden sus viviendas.
¿Puede hacer algo más la Iglesia? Puede y debe implicarse, pasar a la acción. Con hechos y gestos concretos.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Lc 12,19-20). Consejo evangélico preceptivo para todo creyente en Cristo.
Recuerdo muy bien la grata experiencia que he tenido en donde católicos y evangélicos de la diócesis participamos en ayudas a refugiados políticos rusos y armenios. Los evangélicos aportaron un piso de acogida y algunos de los sacerdotes de la diócesis participaron con alimentos. Hoy todos los que vivieron en esa casa están reintegrados socialmente. He visto lágrimas gruesas de personas sexagenarias que llegaron enfermas y sin saber hablar nuestro idioma, pero que hoy en día, gracias a un verdadero ecumenismo, están viviendo dignamente. Recuerdo también la experiencia de que en esa casa compartíamos oración y meditación de la Palabra. No solamente se compartía alimento para el cuerpo, sino también para el Espíritu.
Jesús llamó a los pobres y los buscó por caminos y veredas para su banquete del Reino. ¿Seguimos su ejemplo?