Tres años sin Juan Cabo Meana

José Carlos Enríquez Díaz

Murió hace tres años  y quiero recordarle con sus feligreses y compañeros de Ferrol, su gente de Gijón y sus amigos  de América, especialmente con Amparo, que ahora vive en Madrid, y hoy nos hemos emocionado juntos recordando a Juan.  Murió hace tres años, y sentimos la falta de un hombre de Fe, bueno, inteligente, generoso e íntegro, que ejercía con intensidad su vida claretiana.

Así le describen sus amigos de América: “Por la década de los 90 llego a la selva de Perú, especialmente a la provincia de bellavista, en la región San Martín, un personaje muy querido y amado por la población en su conjunto. El día que llego aproximadamente a las 5.30pm en la plaza de armas de bellavista arrimado en el mástil del pabellón nacional y con un libro en el brazo se encontraba un hombre alto con mucha barba y desconocido. Cuando lo abordamos para saber de quién se trataba porque en esos años vivimos la barbarie de la subversión del MRTA y sendero luminoso. Nos dijo… No tengan miedo yo soy el nuevo párroco de la iglesia católica. En ese instante todos nos alegramos como si hubiera llegado nuestro salvador y no nos equivocamos…Juan Cabo era un extraordinario ser humano, irradiaba confianza, con solo mirarle nos encausaba en el camino de la paz que nos conduce a Dios… Como virtud tenía algo subliminal… La solidaridad, era incapaz de ver sufrir a los demás. A los jóvenes bellavistanos les enseñó la santa doctrina de Dios. Dictó cátedra en los colegios en los cursos de religión y filosofía con docencia, pedagogía y decencia. Hombre bondadoso, cariñoso con las personas, especialmente con los niños… Padre Juan, Bellavista y el Perú sigue llorando tu partida por como representante de Dios. Aquí, en Bellavista, calaste muy hondo en nuestros corazones porque  nos enseñaste a perdonar a los que nos ofendían. En tu gran peregrinaje por Perú, evangelizando a las familias lograste unirnos en tu entorno consolidando nuestra fe ante Dios.”

Juan  Cabo ha sido un hombre de Dios. «Hombre de Dios» es la descripción que se le da a un hombre que sigue a Dios en todos los sentidos, que obedece sus mandamientos con alegría, que no vive para las cosas de esta vida, sino para las cosas de la eternidad, que voluntariamente sirve a su Dios dando libremente de todos sus recursos, y que acepta con alegría el sufrimiento que viene como consecuencia de su fe. Quizás Miqueas 6:8 resume el hombre de Dios en un claro versículo: «Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios».

El hombre de Dios no engaña ni defrauda. No acepta los valores del mundo, sino que acude a la Palabra de Dios para ver lo que es sabio y bueno. Considera a aquellos que están «desfavorecidos» o aquellos que son rechazados por la sociedad, los que están solos o en desesperación; es aquel que escucha los problemas de otras personas y no juzga. Juan tenía la disposición para escuchar al prójimo y aprender de él, de creer en las personas hasta el exceso, por eso nos acompañó a los amigos, y fue capaz de ofrecernos su mejor palabra, porque siempre estaba dispuesto a escuchar, como había escuchado en los caminos de la selva de Perú a todos los iban y venían en medio del gran riesgo. Su  labor misionera no fue la de una ONG, su labor no fue sólo una labor de desarrollo material en América, sino también una labor de desarrollo espiritual. Y eso sus amigos y las personas que lo tratamos lo reconocimos desde el primer momento. Fue un hombre de Dios que no podía vivir sin la oración y sin saborear las riquezas de la Palabra de Dios, porque esto daba sentido a su vida.  Vivía enamorado de Cristo, se fiaba de Él como lo más necesario y absoluto, porque tenía la seguridad de que no iba quedar defraudado. ¡Juan sabía de quien se fiaba! La atracción de la fe vivida hace posible que otros se sientan involucrados y hasta fascinados. 

Era amigo de los amigos, hombre de fidelidad inmensa, de consejo de verdad, de compañía siempre dispuesta a la acogida, a la palabra…. Los que le conocíamos guardamos buen recuerdo de  su inmensa sonrisa, su inocencia de niño grande, su amor de compañero fiel… La manifestación de la fe ha de ser amable y sincera. Si nuestros rostros están tristes y serios no serán capaces de transmitir la fe, pues ésta se ‘irradia’ con alegría, con amor y con esperanza para que muchos, “viendo vuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). La fe ‘conquista’, como le ocurrió a San Agustín que, viendo el modo de proceder de unos buenos cristianos, llegó a afirmar que si ellos lo hacían por qué él no lo podía hacer. Muchos de nosotros nos hemos visto envueltos al constatar el testimonio de personas buenas y con gran experiencia de fe, que ha calado dentro de nuestro corazón y ha hecho posible que nosotros ahora seamos también testigos de esta fe que sigue arrastrando y motivando a aquellos que nos ven. Por eso, la vida cristiana ha de transformar, como el ‘fermento’ dentro de la masa, a la sociedad actual: ha de involucrarse el creyente en todo lo que toca lo humano para mostrar la Luz que Cristo nos ha dado. La fe no puede ocultarse sino que ha de ponerse en lo alto para que los demás vean.

Además, fue un hombre que se documentaba en la fe, dedicaba muchas horas de su tiempo a los buenos comentaristas, él sabía perfectamente que documentarse es también rezar porque es pedirle al Señor, armas para el combate. La fe como los árboles, también tiene raíces y partes aéreas. Y esas raíces son de una gran importancia, para su sostenimiento y crecimiento. Sin raíces un árbol ni puede crecer ni sostenerse y a la fe de las personas les pasa lo mismo, necesitan raíces.

 Juan sabía perfectamente que misionero  es aquel que se hace servidor del Dios que habla, que quiere hablar a los hombres y a las mujeres de hoy, como Jesús hablaba a los de su tiempo, y conquistaba el corazón de la gente que venía a escucharlo desde cualquier parte y quedaba maravillada escuchando sus enseñanzas.

 Para terminar me gustaría recordar las palabras llenas de esperanza de Xabier Pikaza a quien Juan tanto quería y admiraba:” Bendito tú, Juan, por haber sido quien eras… y por serlo todavía después de tu muerte, esto es, de tu nueva vida. No hace falta que te “canonicen”, ni que pongan tu nombre en las televisiones, porque está escrito en el Libro de la vida de Dios y del Cordero, en nuestros corazones.

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2 comentarios

  1. Darik Alvarado Vela

    Juan amigo vecino.y párroco de mi Bellavista querida..
    Yo creo que tu querías mucho a mi pueblo como los bellavistanos te queríamos…yo te recuerdo.con esa sonrisa de niño bueno…y preocupado x los más pobres y abandonados …me recuerdo cuando nos reuníamos preocupados x el comedor de ancianos ya no teníamos recursos..pero bueno todos ellos ya están junto a i yJesús al que tanto amabas

  2. No existe una reseña que describa mejor a mi querido Juan , lo conocí cuando era una niña y él me enseñó a creer en un Dios misericordioso , no castigador; a no juzgar a las personas y sobretodo el verdadero valor de la familia… Ahora tengo 27 años y siempre será alguien realmente importante en mi vida , me duele tanto no haber logrado concretar nuestro reencuentro; pero estoy segura que desde donde esté el continúa acompañándonos con esa gran sonrisa. Siempre tendré presente nuestros recuerdos en mi querida selva peruana, un beso hasta el cielo …