Pasados los primeros momentos de sorpresa, incredulidad y desánimo, así como los posteriores de tratar de culpar a otro del batacazo electoral, lo que deben hacer los políticos implicados es olvidar el pasado electoral inmediato y poner todos sus sentidos en afrontar con la mayor energía posible el futuro electoral del próximo 26.
Pero entiéndaseme bien. No estoy diciendo que los dirigentes del Partido Popular no deban analizar lo sucedido. El examen detenido e interno de los resultados electorales es absolutamente imprescindible, aunque solo sea para no volver a cometer errores evitables. Lo que afirmo es que no conviene hacer públicas sus discrepancias porque pueden transmitir una situación de descomposición y de desunión en el partido que puede afectar negativamente a su electorado.
Lo que antecede no significa, sin embargo, que no debamos escribir lo que pensamos los que opinamos a partir de nuestra personal observación de la realidad. Pues bien, tras oír en los actos de celebración de la fiesta de la Comunidad de Madrid a Pablo Casado y a Esperanza Aguirre, que culpabilizaban del batacazo electoral a Mariano Rajoy, me veo en la obligación de publicar lo que pienso de lo sucedido tiempo atrás en el PP por si pudiera ayudar a precisar culpabilidades. A ustedes solo les pido que en un tema tan pasional sobre las culpabilidades no se dejen llevar por las emociones y que lean fríamente las líneas que siguen.
Cuando en las elecciones generales de 2011 Mariano Rajoy consigue, al frente del PP, 186 escaños en el Congreso y 208 en el Senado recibe un país que tenía, al menos, tres graves problemas, que por ser anteriores a sus mandatos, no se puede culpabilizarlo a él de generarlos: le vinieron dados. Veamos.
La situación económica es tan grave, que se cierne seriamente sobre España una amenaza de intervención por parte de los llamados “hombres de negro” que tanto dolor causaron en los países en los que actuaron.
Hay una corrupción política larvada, pero no aún no manifestada, en la que están implicados algunos políticos, aunque significativos, de los partidos mayoritarios. La corrupción que afecta al PP –que es la que acaba dañando al partido- se genera, fundamentalmente, en las legislaturas de Aznar, pero más durante la segunda que va desde el año 2000 hasta el 2004, que en la primera (1996-2000) en la que gobierna sin mayoría absoluta. Lo que quiero decir es que los hechos que se van manifestando durante la presidencia de Mariano Rajoy tuvieron lugar antes, aunque se hacen visibles después.
Finalmente, un desafío independentista creciente que se fue gestando paulatinamente y gracias a las contrapartidas competenciales y económicas que, para lograr la investidura, fueron ofreciendo el PSOE y el PP a los partidos catalanistas.
Los tres problemas eran, pues, anteriores a la investidura de Rajoy. Luego parece evidente que no se le puede hacer responsable de su creación. Pero ¿cómo los afrontó? ¿Se le puede imputar alguna responsabilidad en las respuestas a tales problemas? Las respuestas son importantes porque la pérdida imparable de votos puede deberse a los problemas en sí mismos y a las soluciones que les dio. Veamos.
No creo que haya que esforzarse en demostrar que las respuestas que dio Mariano Rajoy al problema de la crisis económica y a la amenaza de intervención externa fueron las que procedían. Nadie se ha atrevido a negarlo.
En el tema de la corrupción, más allá de algún apoyo inicial a algún implicado del que seguramente no se esperaba tal conducta, lo cierto es que el grueso de la corrupción –que es uno de los detonantes del descalabro electoral- no tiene lugar en sus mandatos, sino que proceden de cuando el presidente del PP era Aznar. Rajoy sufre el estallido de la “bomba”, pero no es uno de los artificieros que la montaron. Ni siquiera tiene “culpa in vigilando”, porque cuando se inicia y se desarrolla más ampliamente la corrupción él no está al frente del partido. Tiene cargos, pero el principal responsable es otro. Y toma medidas hasta tal punto eficaces que no surge ningún caso de corrupción del PP durante su mandato, son todos anteriores.
Y en el tema de Cataluña, lo cierto es que la declaración unilateral de independencia de la República de Cataluña, orquestada por el Govern y el Parlament, tuvo lugar durante su último mandato. Su respuesta fue la aplicación del 155 de la CE, aunque ni todo lo profunda ni extensa que se necesitaba. Consensuó con los otros dos partidos constitucionalistas los contornos de la aplicación y parece ser que los límites con los que se aplicó dicho artículo de la Constitución obedecieron más a las reticencias de los otros dos partidos.
Es verdad que hubo otros problemas relacionados con la modificación de algunas leyes, como la electoral, la de nombramiento del Consejo del Poder Judicial, o la de la Memoria histórica de las que se esperaban respuestas que no dio. No se puede negar que sus omisiones en estos aspectos le restara apoyo electoral. Pero, como escribió en ABC Salvador Sostres, “mientras estuvo en La Moncloa ninguna encuesta sugirió que pudiera perder las elecciones ni mucho menos que el PSOE las ganara; Vox, que ya existía, era irrelevante, y el narcisismo de Cs no pasaba de los treinta y pocos diputados”.