Por Gabriel Elorriaga F. (Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia)
Estamos en tiempo de conmemorar la primera vuelta al mundo cumplida entre 1519 y 1522 a cargo de la expedición promovida por la Corona española y capitaneada sucesivamente por Magallanes y Elcano. Como siempre, se lamenta el típico descuido de las autoridades culturales españolas en potenciar estos centenarios tan apropiados para resaltar el papel de España en la historia universal. No es nada sorprendente la escasa iniciativa dado la alergia que provoca la españolidad en el actual Gobierno. No así en el Gobierno portugués que está despierto y utilizando la naturaleza de Magallanes para presentar el bicentenario de la primera circunnavegación como una gesta portuguesa, postergando la figura de Elcano a un papel ocasional o complementario.
Está en su derecho Portugal de exaltar el nombre de un hijo ilustre de su tierra, aunque no fuese ni quien circunnavegó el planeta, por su trágica muerte a mitad de camino, y la expedición fuese una empresa española sobre naves españolas, con marinos españoles y entre puertos españoles de partida y arribada. Una operación financiada y ordenada por el Rey de España. Por ello la merecida exaltación personal de Magallanes no debiera hacerse olvidando su circunstancia y, en todo caso, como una gesta ibérica y no como un lusitanismo de caricatura.
La verdad histórica es que Magallanes fue despreciado por el Rey Manuel I de Portugaly, según todas las fuentes, perseguido él y la expedición, intentándose impedir los planes de Magallanes por la fuerza y, tras su muerte, intentándose frustrar el regreso de la expedición de Elcano. Por otra parte, Magallanes no parecía interesado en circundar el globo sino en buscar un camino hacia Las Molucas y, desde allí, regresar por la misma ruta, sin propósito de completar la circunnavegación sino de explorar un camino de ida y vuelta. Por todo ello, sin merma de valorar las condiciones de gran navegante portugués enrolado en la Marina Española, no es justo oscurecer el estandarte de la expedición ni la figura de quien fue capaz de completarla y redondearla en el más exacto sentido del término.
Puede opinarse que no existe mejor conmemoración española que la presencia en los mares del “Juan Sebastián Elcano”, ese magnífico velero buque-escuela de la Armada Española que, en estos días, estará cruzando el Atlántico. Pero la presencia de un barco, por mucho que se multiplique, no tiene por sí misma esa capacidad difusora que, en nuestros días, supone la proyección mediática internacional. Los españoles nos sentimos merecedores de que las proezas de nuestro pueblo sean valoradas por quienes tienen el privilegio de representarlo en cada tiempo político, no solo porque aquellos navegantes fueron nuestros antepasados, como el maestre Juan Elorriaga y porque las tablas de las naves “Santiago”, “San Antonio”, “Victoria” y “Concepción” fuesen cortadas de los árboles de nuestros bosques y sus cuadernas ensambladas en nuestros astilleros.
Según puede leerse en la biografía de Magallanes del universalmente popular Stefan Zweig, el maestre Juan Elorriaga fue apuñalado durante los conflictos internos de la expedición por su lealtad a Magallanes y hubo de ser sustituido, precisamente, por Juan Sebastián Elcano. Cuento esta anécdota de estirpe para que no haya dudas de menosprecio por mi parte hacia el navegante portugués. Los relevos en aquella aventura, que costó tantas vidas y de la que quedo a flote un solo barco, fue posible por una fuerza colectiva capaz de resistir a todo tipo de riesgos y contrariedades con una voluntad de gloria y universalidad muy españolas.