Manuel Molares do Val
Formarse en un colegio de monjas, las Madres Escolapias, no le truncó la vida a Carmen Calvo, actual viceprimera ministra, ministra de tres ramas más, taurófila y feminista militante, tanto que anuncia que obligará desde 2023 a las empresas privadas a tener tantas mujeres como hombres en sus consejos de administración.
Directivas, sí, pero como le contestan en internet, no exige la mitad de obreras en las fundiciones ante el hierro candente, soldadoras, picapedreras, repartidoras de butano, marineras o engrasadoras de bacaladeros durante meses, limpiadoras de alcantarillas…
Un médico sugiere que habrá que despedir al 30 por ciento de las enfermeras para equilibrar la profesión, ahora que abundan los enfermeros.
Calvo ha anunciado también que una próxima reforma del Código Penal señalará que si una mujer no dice específicamente “Sí” para mantener relaciones sexuales se entenderá que es “No”, por tanto violación, con décadas de cárcel.
Ella debe saber por sus exmaridos y cacareados novios en “Hola” que rara vez hay síes o noes, que hay un acercamiento físico muchas veces sin palabras porque hablan los cuerpos: ahora habrá que llevar grabadoras o notarios –notarias– para verificar los síes.
Calvo es famosa por sus, llamémosles, excéntricas ideas y vacíos, como el de que el dinero público no es de nadie, lo que invita a dilapidarlo como la Junta de Andalucía de los ERE, en la que fue Consejera.
Su feminismo es un mercadillo de tópicos: le ha pedido al Real Academio del Lenguo Españolo –habrá que neutralizar el femenino masculinizando la Real Academia Española– que estudie cómo feminizar la Constitución con el nuevo lenguaje inclusivo, a la que los hombres podremos llamarle el Constituciono.
Y tras felicitarse porque la UNESCO hubiera declarado Medina Azahara Patrimonio de la Humanidad adoctrinó en un tuit afirmando con un latiguillo islamófilo que la ciudad califal era “lugar de encuentro entre Occidente y Oriente, y ejemplo de convivencia”.
Feminismo de escuela primaria, señora Doctora: fue un lugar donde las mujeres eran esposas de harén, concubinas, bayaderas blanquísimas y esclavas cuya única misión era complacer sexualmente al Califa y a su corte imitando a las huríes del Paraíso, mientras cristianos y judíos eran brutalmente segregados o asesinados por el vengativo guerrero que fue Abderramán III.