Con nocturnidad y cobardía, es decir, a traición y sobre seguro, algún «más que gracioso» se ha dedicado a atacar la sede de la Fundaçom Artábria sita en la travesía de Batallones.
En la fachada de esta asociación (declarada de interés cultural por la Xunta de Galicia en 1998) se había pintado en el pasado mes de abril un mural conmemorativo dedicado a las Irmandades da Fala con motivo de su centenario.
Pues bien, en la noche de este lunes, madrugada del martes, uno o varios desaprensivos no tuvieron mejor idea que emborronar el mural creyendo que con eso hacían «una hombrada».
Se puede no estar de acuerdo con la linea idiomática que sigue Artabria defendida en sus últimos años por el ferrolano Ricardo Carvalho Calero, incluso disentir de su claro nacionalismo republicano, se puede no estar de acuerdo en muchas cosas, pero… a lo que no se puede llegar es al uso de la sinrazón dejando a un lado la palabra.
El ataque a la Fundaçon Artabria como no hace mucho sufrió en dos ocasiones la sede de Esquerda Unida debe ser condenable por las personas de bien, piensen como piensen, y no se puede defender ideas como esa clara cobardía utilizada por algún energúmeno.
Desde Galicia Ártabra (digital claramente censurado por miembros de la citada asociación) mostramos nuestra solidaridad con Artábria y condenamos el ataque realizado a su sede.
EL VALOR DE LA PALABRA
Recordamos aquí el escrito de Abel Veiga publicado hace unos años en un diario madrileño «valor de la palabra. El diálogo, el punto de encuentro ante la divergencia. El respeto, la pluralidad, la tolerancia, la libertad de todos. La que empieza donde termina la del otro, y termina donde comienza la de otro. Somos personas, somos seres para la convivencia.
A pesar de las dificultades, a pesar de la adversidad, a pesar de que nos carguemos de muchas e individuales razones, argumentos y justificaciones. Sin otro que escuche no importa el argumento, sin otro que hable, que dialogue, la palabra pierde su corazón, su esencia, su emotividad, su función, la comunicación. Nunca despreciemos el valor y el simbolismo que la acción humana, sobre todo cuando es colectiva, es capaz de alcanzar. No necesariamente es la fuerza de la razón, pero sí de la reflexión de muchos».