Hay que agradecer a Alfredo Martín García (Levas honradas y levas de maleantes. Obradoiro de Historia Moderna, Universidad de Santiago) y a Manuela Santalla López (Ferrol, historia social: 1726-1858, Ediciones A Nosa Terra), la publicación de investigaciones históricas que nos permiten conocer cómo fue la vida cotidiana de los primeros ferrolanos. Recordemos que Ferrol nace con la pretensión de acortar la distancia que existía entre la marina britanica, que contaba con 100 navíos de línea y 188 fragatas, y la marina española que sólo podía oponer 18 y 5, respectivamente.
La decisión de ubicar en el despoblado entorno ferrolano, una base naval y un astillero capaz de construir simultaneamente doce navíos, obligaba a construir una ciudad y llenarla de gente. Entre 1741 y 1787, la población pasó de 1.500 habitantes a casi 25.000, de las que entre 3.000 y 6.000 trabajaban en los astilleros. La diferencia se explica porque, tal y como acontece en nuestros días, a los picos de máxima producción sucedían años sin carga de trabajo. Hubo que instalar en Ferrol militares, arquitectos, peones, albañiles, carpinteros de ribera, herreros, armeros, pintores, canteros, escribanos, etc. Más de la mitad de la población procedía del entorno comarcal, pero Ferrol no estaba bien vista, porque obligaba a Galicia a pagar impuestos («utilidades») para mantener la logística militar. Como además era muy frecuente que los salarios acumulasen retrasos de meses, la ciudad vivía instalada en la incertidumbre.
Para trabajar de herreros y carpinteros de ribera, se trajeron a cántabros de Guarnizo y vascos, en número aproximado a los 2.000. Los vascos tenían sueldos más altos y diversos privilegios, como ser los primeros en subir a la romería de Chamorro. Esto provocó un conflicto muy serio en 1753 con la población autóctona gallega, con disturbios, 300 heridos y 70 condenas de prisión. Peor fue el comportamiento de los 2.500 mercenarios extranjeros alistados en los regimientos con sede en Ferrol, pues robaban el ganado de los alrededores y las campanas de las iglesias. Para los trabajos menos especializados, se trajeron «levas no honradas» de maleantes, vagabundos, presidiarios y hospicianos, casi todos ellos castellanos y extremeños. En definitiva, una población de aluvión, bastante conflictiva y en buena medida forzada.
A Ferrol también llegaron alrededor de un millar de gitanos arrestados en uno de los más abominables episodios de nuestra historia: la Gran Redada. Unos 10.000 gitanos fueron arrestados por orden de Fernando VI en una operación sorpresa desarrollada en 1749. Fueron separados por sexos y a los hombres se les envió a trabajos forzados a los astilleros de Cádiz, Cartagena y Ferrol. No cometieron ningún delito y el objetivo era impedir nuevos nacimientos y que esta etnia se extinguiera. Carlos III, avergonzado por la barbaridad cometida por su antecesor, anuló la orden en 1763.
Ferrol, como el resto de España, padecía el fanatismo religioso. En los archivos municipales encontré varios documentos de limpieza de sangre emitidos por la Inquisición a particulares, previo pago de 23 maravedíes. Están fechados alrededor del año 1800 y son muy interesantes, porque trazan un árbol genealógico del solicitante, indicando su procedencia y certificando que «no contienen mácula de sangre marrana, mora o judía y que son cristianos viejos». En Ferrol, eran especialmente importantes, porque los oficiales de marina no se podían casar sin determinar la pureza de sangre de la cónyuge.
Además, por cada 100 hombres había sólo 68 mujeres, y la soldadesca había propiciado un floreciente negocio de prostitución, muy difícil de controlar debido al predominio del fuero castrense. En 1779 había unas 300 mujeres dedicadas a estos menesteres, y las autoridades locales y religiosas intentaron limitar esta actividad económica con diversas prohibiciones, que en general fracasaron, porque no se les daba ninguna alternativa. Muchas solteras intentaban ganarse la vida con la venta ambulante («recatonas»), pero las autoridades municipales prohibieron esta actividad por las protestas de los tenderos.
También se prohibió a las mujeres menores de 40 años vivir solas, dándoles la opción de contratarse como criadas. En caso contrario serían expulsadas de la ciudad. Tenemos conocimiento de que en 1.774 se expulsó a 14 mujeres después de haberlas rapado, en medio de «cajas destempladas», Para los que desconozcan el significado de este término, se trata de acompañar la expulsión de una persona con acompañamiento de instrumentos musicales premeditadamente desafinados.
Otra medida fue prohibir a las mujeres la entrada en las tabernas o la prohibición de alquilar casas a mujeres solteras, pero la medida más espectacular fue la decisión de la alcaldía de ordenar el inmediato casamiento de las solteras, con excepción de las que viviesen con su padre. Se les daba un tiempo para escoger marido, y si no lo hacían el propio ayuntamiento les elegía a uno.
Las mujeres que tenían al marido embarcado, también eran objeto de severa vigilancia por los celadores de barrio, pero las que peor lo pasaban eran las mujeres «espontaneadas» (madres solteras), que terminaban encarceladas por atentar contra la moral pública, ya que las autoridades no terminaron de construir la «Casa de Templanza» que debía substituir a la cárcel.
Don Enrique Barrera, mi profesor de historia allá por el ’87 en la Filial de Canido, bonita publicación de la historia de nuestro Ferrol, un saludo!
Un saludo Ricardo.