¿Votar, o no votar?, esa es la cuestión.

Juan Cardona CJuan Cardona Comellas- (www.juancardona.es)

La repetición de las elecciones, por incapacidad de los políticos de formar gobierno, y con un horizonte que se intuye que no va diferir mucho de lo del 20D, la pregunta que se formulan muchos ciudadanos es ¿votar o no votar? Los estudios demoscópicos que publican los diversos medios de comunicación auguran un porcentaje de voto superior al 70% para las elecciones de junio. Si se produce una afluencia a las urnas próxima a esa cifra se puede considerar como aceptable en un sistema en donde el voto no es obligatorio; sin embargo estos días muchas conversaciones de politiqueo, de andar por casa, giran en torno al desánimo ante el próximo compromiso. Votantes de marcado signo político hacen cábalas para justificar su voto fiel y después de larga reflexión concluyen: «no sé si votaré en esta ocasión». Otros en la misma circunstancia confiesan abiertamente que en el 20D cambiaron su voto tradicional, pero que ahora dudan si volver al redil que abandonaron; o que ante la falta de empatía con algunos de los líderes actuales les motive para quedarse en casa.

El hecho de votar no da más derecho que el de la exigencia moral de reprochar al político el incumplimiento de lo prometido, o solamente el convencimiento interno de defender los principios que uno cree. La postura abstencionista, legal y válida, no solamente muestra un cierto desinterés por la política, o un desengaño del sistema, sino más bien una desconfianza de que se utilice indebidamente.

La situación provocada por los políticos que solamente manifestaron el interés en los puestos en el posible gobierno: «Yo presidente» o «yo vicepresidente» y los consabidos «y tú más», «y tú también», «menos contigo» o lindezas por el estilo, invita a abrazar la causa abstencionista y unirse a los que lo hacen por convicción.

Si nos resistimos a abandonar la higiénica costumbre de votar y al no existir el «voto que reste», no queda más remedio que apoyar a quien se oponga frontalmente a la formación que consideremos peor para el futuro de España. No es entregar el voto a ciegas, es simplemente un voto descafeinado de ayuda general que cumpla con la sana intención de establecer un régimen moderno acorde a nuestros principios occidentales democráticos.

No sería necesario este voto si alguno de los partidos ofreciese en su programa electoral soluciones a los problemas comunes de los españoles; problemas actuales y futuros, como son: La baja tasa de natalidad que no permite el relevo generacional (Se estima un déficit de 250.000 nacimientos/año, que nos conduce al «suicidio demográfico»), y no veo que sea un problema para nuestros políticos. Una cosa trae a la otra: ¿Quién pagará las pensiones? No quedará más remedio que financiarlas con impuestos, y si no somos aplicados supondrá un grave problema ya que aumentará el déficit y no dejará de subir nuestra deuda pública. ¿Quién habla de estos problemas…? Enlazando con lo anterior nos encontramos con otra financiación problemática: ¡El propio estado de bienestar! Habrá que defender lo conseguido con propuestas estudiadas y eficaces. Y para rematar: una nueva Ley electoral, adelgazar la Administración, potenciar al Estado en contra de los separatistas, reforma de la constitución, recuperación competencias en educación y sanidad, y sigue… y sigue. A ver si y nos sorprenden con una campaña electoral «de inteligentes». Suerte a todos.

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Un comentario

  1. Estoy bastante de acuerdo con tu exposición, aunque creo que al que no vota o que lo hace en blanco (o nulo) habría que advertirle que debe ser consciente de a que partido beneficia con su inhibición. A mi juicio, en las actuales circunstancias de dispersión del voto es aún más importante que lo fue durante la época del bipartidismo, que lo era.