Han bastado apenas unos días para que los europeos dejásemos de hablar de las diez plagas de Egipto, de los peligros de las hordas musulmanas, de los efectos llamada, de la confrontación de civilizaciones. Ahora, en un gesto de travestismo a la altura de las mejores revistas musicales, hemos decidido cambiar, convirtiéndonos en los más guapos del barrio, en los más solidarios entre los solidarios. Y es que los refugiados sirios, hasta hace poco un incómodo problema del que todos querían escurrirse, de súbito han pasado a ser nuestros hermanos, inseparables compañeros de viaje que marcan una razón de ser en nuestra existencia. Antes, los vergonzosos gobiernos europeos se peleaban por no acogerlos, buscaban excusas para no cumplir en toda su extensión los tratados internacionales firmados para el caso. En cambio, poco después es todo distinto, sacamos pecho para ver cuál es el país que acoge a más refugiados.
¿Qué ha pasado? ¿A qué se debe un cambio tan radical? Pues en la receta existen varios ingredientes: una pizquita de malos sondeos electorales, una salazón de oportunismo político, una salmuera de hechos consumados y, sobre todo, un tremendo sofrito de indignación popular, el surgimiento de una avalancha de plataformas de ciudadanos que han dado un ejemplo de humanidad y civismo a sus respectivos gobiernos, plataformas integradas por personas de a pie, por personas «normales», que han evidenciado los tremendos vacío humanitarios y gubernamentales.
No hace mucho, en la desalentadora subasta en la que se ha convertido el reparto de refugiados, nuestro Gobierno afirmaba: «acogeremos a 2000. Ni uno más», mientras que el PSOE, en su afán de parecer un poquito más progre, relajaba la intransigencia con términos, tales como: «Bueno, no pasa nada. Que sean 5000». Por aquel entonces, Podemos y Ciudadanos estuvieron desaparecidos en combate, con una implicación de cuidados intensivos, situación que para mí es especialmente dolorosa en el caso del partido naranja, con el que comulgo en ideas y del que soy afiliado. Sin embargo, una virtud sí que puedo atribuir a los de Albert Rivera, y es el hecho de haberse hecho el lavado de cara con discreción y sin parafernalia. No como los líderes de Podemos, incapaces de no dar la lección cada vez que abren la boca. Ellos son los que más saben, los que más entienden, los que más conocen «Juego de Tronos», los que mejor hacen la tortilla de patata y los que mejor aprecian el buen vino. Cuando sus líderes están callados es porque las «mareas» hablan por ellos, pues eso de tener una marca blanca de quita y pon resulta muy oportuno: me atribuyo los aciertos y me desentiendo de los desatinos.
No obstante, a pesar de que ya seamos todos buenos, siempre hay quien sigue meando fuera del tiesto. Y sino que se lo digan a Maroto, que vio amplias columnas de islamistas radicales camufladas entre los refugiados sirios. Por supuesto, el tirón de orejas que recibió debió ser de campeonato, y no tardó ni tres horas en rectificar tan penosas declaraciones, lo que le honra y por lo menos demuestra que en el PP existen líderes que saben disculparse a tiempo y no tardíamente y por resolución plasmática. Actitud distinta fue la exhibida por un concejal popular granadino, que nos quiso meter el miedo en el cuerpo con el consabido: «cuidadín, cuidadín, no vayamos después a llorar». En fin, sin palabras.
¿Y qué podemos decir de la campaña electoral catalana? ¿Acaso se pudo arrancarla con un esperpento mayor? Es muy difícil, créanme, muy difícil. Como catalán que soy, sentí verdadera vergüenza al contemplar en lo que han convertido mi Diada, un día festivo y de orgullo para todos y todas los catalanes y las catalanas, y que ahora han transformado en un acto propagandístico al servicio de los intereses de algunos. Quedé realmente boquiabierto cuando vi marchar por las calles a los diferentes colectivos, perfectamente delimitados y separados: los discapacitados por un lado, los inmigrantes por otro… No vaya a ser que juntos puedan desbocarse o difundir ideas «raras».
Dicen las encuestas que en las elecciones del día 27 de septiembre ganarían los independentistas y que contando con el apoyo de la CUP conseguirían la mayoría absoluta parlamentaria. Los partidos constitucionalistas, con Ciudadanos a la cabeza, quedarían bastante más atrás, zona también compartida por Podemos, que se presenta con su enésima marca y que tan pronto sacude las alfombras como esconde la basura debajo de ellas. Todo es válido, según convenga para acceder más rápido al poder. Si las expectativas se cumplen, no tardaremos en oír hablar de la fijación de plazos para constituir el Estado catalán, de los gestos unilaterales «porque no les han dejado mayor opción» y de las amenazas, por parte del Gobierno central, de intervenir la autonomía. Al final, se acabará como en el «rosario de la aurora», con todos dolidos y enfrentados, y con la situación más agravada que nunca.
Lo de Mas and company es una huida hacia adelante en toda regla, hasta un ciego abotijado de vino es capaz de darse cuenta. Para ellos, la única solución posible al callejón sin salida en el que se han metido pasa por convertirse en mártires, en víctimas de la opresora España que nos les permitió acaudillar un gesto de liberación de la esclavitud colonial castellana. Anhelan ver a los tanques opresores avanzando por la Diagonal, a los maléficos cazas de las bases aragonesas violando el inmaculado cielo catalán. Necesitan tener la fotografía del President de la Generalitat escoltado por la policía, porque sólo así encontrarán una salida mística al entuerto que han creado. Todas las noches, según afirman las malas lenguas, Artur Mas le reza al santoral: «Virgencita, virgencita… Aplicación del 155, por favor».
Cataluña no es viable económicamente como nación independiente, y los precursores de la huida hacia adelante lo saben. También saben los nacionalistas que no podrán garantizar el sistema de pensiones, ni evitarían la caída es más del 30 puntos del PIB catalán si el proyecto soberanista llega a buen puerto. Conocen perfectamente que pertenecer a la Unión Europea sería poco menos que ciencia ficción, al contar con el veto de España, pero da igual, lo realmente importante es seguir tensando la cuerda hasta que se rompa, pues sólo así podrán ser encumbrados a los altares de los libertadores patrios, en donde es común morir con las botas puestas y con la espada en mano.