Tras el «resacón» que ha supuesto la crisis griega, hemos podido comprobar como muchas veces larealidad supera a la ficción, no sólo para empeorarla sino también para hacerla más tétrica, si cabe. Así, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha terminado por demostrar a los cuatro vientos que lo de lanzar «faroles» no es su fuerte, pues intentó sin éxito hacernos creer que guardaba un AS bajo su manga, una especie de plan «B» con el que dejaría boquiabiertos a sus socios europeos.
Pero resulta que tal baza secreta no existía, ni siquiera el pretendido respaldo de un referéndum que convocó para que el pueblo griego diese un «NO» rotundo a la austeridad, resultado que Alexis Tsipras se pasó por el forro cuando empezó a negociar, al día siguiente, más medidas austeras. Hábil como ninguno, dio una soberbia clase de interpretación ante los miembros de la Comisión Europea, pues intentó sugerir que los hombres y las mujeres de Grecia estaban tan adelantados, ocupaban un estadio tan elevado, que cuando dicen «NO» están refiriéndose a un claro «SÍ». Vamos, que la población griega estaba deseosa de recibir nuevos y duros recortes a cambio de unos insignificantes 50.000 millones de euros.
Y es entonces cuando los socios europeos le recordaron que «esos 50.000 millones de euros le hubiesen servido 15 días atrás, pero no después de dos semanas de corralito y del circo que había montado», afirmación que le dejó tieso como una piedra, sobre todo cuando se enteró de que la cantidad, por la que iba a apuntillar a Grecia ascendía ya a los 86.000 millones de euros. ¡Nunca antes un corralito resultó tan caro!
Las propuestas de austeridad que llevaba el primer ministro griego en su carpeta resultado ser una broma comparadas con las que impuso el FMI, el BCE y la Comisión Europea, que lanzaron toda su metralla acompañada de cargas de profundidad con las que se aseguraron el total y el absoluto dominio de la economía helena. En teoría, muy en teoría, Tsipras salió muy reforzado del referéndum, tanto que no pudo decir ni pío ante la Troika y se vio obligado a asentir cada una de las exigencias. En clave interna, tuvo una verdadera desbanda en su partido y entre los socios de gobierno, hasta tal punto que tuvo que contar con los votos de la «casta» griega (a saber: Nueva Democracia y Pasok) para poder sacar adelante la posibilidad de un tercer rescate.
Mis preguntas son muy sencillas, casi de jardín de infancia: ¿y todo esto para qué, con qué fin? ¡Qué sentido tiene convocar un referéndum cuyo resultado vas a ignorar? ¿De qué sirve demorar la incertidumbre y el descalabro bancario durante quince días, si después eso conlleva a un rescate mayor, asociado a mayores recortes? ¿No era mejor olvidarse de referéndums, de corralitos, y sentarse, desde el minuto uno, a aceptar las medidas que le proponían?
Por supuesto que sí. Hace unos meses la economía griega no estaba tan dañada y necesitaba una inyección menor de capital. Por aquél entonces, hubiese bastado con aceptar las medidas propuestas por la Troika para obtener el último tramo del segundo rescate, hecho que habría permitido ganar el tiempo suficiente para negociar con calma un tercer rescate. Desde luego, el resultado hubiese sido muy distinto, lejos de los agobios protagonizados por una quiebra bancaria y no estando bajo el paraguas que simboliza la absoluta falta de credibilidad. Pero no, resulta que Tsipras se consideró el más listo, el más guapo de la clase, y decidió que la mejor huida es la que tiene lugar hacia el infinito, dejando a tus enemigos persiguiéndote detrás. Con tal intención, puso sobre la mesa «un par de…», para que todos llegasen a la convicción de que tenía un fantástico plan de repuesto, convirtiendo a Grecia en aliado estratégico de la India, de Rusia o de la Conchinchina, vaya usted a saber.
El «órdago» duró lo que tardaron en sentarse los miembros del FMI, del BCE y de la Comisión Europa, y a partir de ahí las «capitulaciones» se hicieron con alevosía, predeterminación y nocturnidad. El resultado no fue otro que un país vendido hasta la última piedra, cuyo gobierno pasará a la historia por superar una dura marca impuesta por Mariano Rajoy y los suyos, y que consiste en gobernar haciendo exactamente lo contrario de lo que se prometió en campaña electoral. Algún día, los libros de texto, o puede que la parasicología, arrojarán un poco de luz acerca de lo que pasaba por la cabeza de un joven llamado Alexis, hijo de uno de los constructores más ricos del país heleno, y muy dado a jugar a ser «progre» en los ratos libres.
Y es que la lucha de clases resulta muy reconfortante cuando se impulsa desde la piscina de un chalet de lujo, o bajo el amparo de un imperio económico familiar labrado a base de los negocios hechos con los armadores o construyendo templos para la iglesia ortodoxa. Casualidades de la vida, ambos, iglesia y armadores, eran privilegiados por una serie de prebendas fiscales que Syriza se negaba a retirar.
Ramón, me gusta el artículo, aunque, claro está, puede perfectamente ser rebatido por quien no esté de acuerdo con tus ideas, o por tu forma de ver las cosas. Pero lo que no puede ser rebatido por nadie es tu último párrafo. Ese si que me ha encantado. Me hace gracia que en España, por ejemplo, un adalid de los pobres guarde medio millón de euros en su banco. La pregunta que le haría a esta gente es «Define pobre y define rico y casta» A ver si por fin empezamos a aclararnos un poco.