Dos nombres propios y ceremonia de la confusión

ramon-casadoRamón Casadó Sampedro

Reconozco que los acontecimientos  de la última semana han provocado en mí sentimientos encontrados, no digamos sólo en el plano político, sino también en el emotivo y personal. En lo que se refiere a lo político, un poco más abajo intentaré desgranar la extraña mezcla que algunos venden como «poción mágica» para solucionar nuestros males, pero quisiera antes hacer una breve mención a dos personas que nos han dejado y que, por motivos diferentes, no se han ido sin marcar primero una profunda huella.

En efecto, esta semana hemos podido comprobar cómo las noticias tristes no por esperadas son menos tristes, y buena muestra de ello ha sido el fallecimiento de Pedro Zerolo, honorable dirigente socialista y mejor persona. Dicen los que tuvieron el privilegio de conocerle que era un hombre que irradiaba positivismo, energía y bondad, aunque yo prefiero recordarle como un ser humano, sencillo y normal, que tuvo el infortunio de vivir en un momento histórico anormal. Sus compañeros de partido se vanaglorian de que ni sus rivales políticos hablaban mal de él, ya que le admiraban, una visión muy idealizada que yo comparto sólo parcialmente. Y digo parcialmente porque no puedo meterme en la cabeza de los demás para saber a quiénes admiran y a quiénes no, pero está claro que los que no admiraban a Pedro no solían decirlo, hecho que ya dice mucho de por sí. También, siguiendo con las despedidas, es obligado señalar que nos ha dejado Cristopher Lee, actor que encarnó como nadie al mítico vampiro «muerde-cuellos», protagonista de muchas noches de insomnio durante buena parte de mi infancia. La verdad es que sigo sin entender qué extraño ejercicio de sadomasoquismo me empujaba a ver aquellas películas de terror, que sólo me proporcionaban unos minutos de diversión a cambio de noches enteras muerto de miedo. En fin, misterios de la naturaleza humana.

Y hablando de misterios, no puedo obviar la inconcebible deriva de las últimas declaraciones de Alberto Garzón, guapo y carismático líder de IU, obstinado cada vez más en concurrir a las próximas elecciones generales de la mano de Podemos, de no sé cuantas decenas de plataformas y también de un buen número de colectivos variopintos. Incluso los «socialistas buenos» tienen cabida en este mejunje de siglas y de ideas contrapuestas, todo es válido con tal de echar al villano del trono y de devolvernos más tarde a la brillante etapa del Medioevo. Porque el capitalismo es malo y la solución está en saquear a unos para dárselo a otros, aunque no se explique muy bien cómo se va a repartir cuando ya no quede nadie a quien poder saquear.

Lo que Alberto Garzón no entiende es que dos no se unen si uno no quiere, y mira que se lo han explicado, por activa y por pasiva, los dirigentes de Podemos, más enfrascados en dar el último zarpazo a lo que queda de IU que en servir de chaleco salvavidas. Los chicos y chicas de Podemos quieren lucir marca propia sin llevar a nadie colgado del cuello, porque para ellos lo importante no es «cambiar las cosas», es mejor que «Podemos cambie las cosas». El hecho de que IU quiera pactar con Podemos resulta tan absurdo como que la gacela intente negociar con el león un ayuno voluntario, bajo el paraguas de que ambas son criaturas de Dios y de que hay pasto para todos.

Pero, he aquí que el león llamado «Podemos» no quiere una dieta saludable y vegetal, sino que más bien prefiere una basada en la tierna carne de gacela. Los del círculo nada más fueron vegetarianos, y por obligación, en las elecciones municipales, dado que no se fiaban del proceder de sus todavía inmaduros «circulitos» locales, no fuese a ser que ensuciasen la «marca». La solución mágica consistió en coger a los mejores de cada «circulito», a los más de fiar, y diluirlos entre los integrantes de un montón de plataformas municipales, para así atribuirse los buenos resultados electorales, pero no los malos. ¡Carambola, oiga!

Y mientras Alberto Garzón sigue viviendo en su particular mundo paralelo, en el que los leones aceptan las órdenes de las gacelas, el PSOE continua sacando pecho cuando afirma que «ha sido el partido de la izquierda más votado», cita que resulta tan absurda como la propuesta por un corredor de maratón que, tras concluir la competición en el puesto vigésimo noveno, se atreve a alardear de que «fue el primer rubio en cruzar la meta». La particular inopia de los del puño y la rosa les obliga a ignorar que son la siguiente presa en la escala alimenticia, y eso que han perdido casi 700.000 votos con respecto a las anteriores elecciones. Pero da igual, siempre podrán presumir de que el PP perdió más.

Eso, sin olvidar la nueva variante del síndrome de Estocolmo que afecta a los socialistas, que les empuja a apoyar, por doquier, a las marcas «blancas» y «oscuras» de Podemos, para facilitar el ascenso a las alturas de los inmediatos rivales. Resulta tan rocambolesco como cuando la chica guapa de la película, temerosa de la llegada del hombre lobo, desabotona el cuello de su camisa para que el vampiro tenga más fácil el acceso a su cuello. ¡Con tal de que el PP no nos venza, inmolémonos frente a Podemos!

Por suerte para quienes cantan la internacional, aún pueden contar con Susana Díaz, la única que está sabiendo interpretar el puzle de letras en el que se ha convertido la política actual. Conocedora de que unas nuevas elecciones en Andalucía podrían darle una victoria mayor, ha terminado por ponerse «flamenca» con un mensaje claro y directo: «Mira que si convoco elecciones y  os mando más a la oposición de lo que ya estáis». El primero en captar la advertencia ha sido Ciudadanos, que ha visto la oportunidad de defender su centrismo apoyando a los unos en Andalucía y a los contrarios en la Comunidad de Madrid.

Hay quien opina que la postura de Ciudadanos es cómoda y que no sirve más que para perder votos, ya que apoyar a todos es sinónimo de no quedar bien con nadie. No sé, puede que tengan razón quienes así piensan, pero también es posible que los de Albert Rivera hayan acertado priorizando la estabilidad de las instituciones y dando la llave de gobierno a quienes habían ganado. El listón, como es natural, hubo que bajarlo un poquito para facilitar los acuerdos, y eso ha contribuido a que el líder del partido naranja se nos aparezca como más humano, más cercano, abandonando la empalagosa envoltura que había adquirido de empollón de la clase. ¡Bienvenido al mundo real, Albert! Nunca antes, el dicho popular «más vale pájaro en mano que ciento volando» fue tan cierto, y por fin en Ciudadanos han comprendido que más vale un puñado de medidas llevadas a la práctica que quedarse con la totalidad sobre papel mojado.

En cuanto al PP no hay mucho que comentar, tan sólo que siguen escrupulosamente su programa de auto-aniquilación. Para ellos, no es imprescindible que la metralla llegue desde otras trincheras, pues les basta con las declaraciones inoportunas de algunos de los suyos, con el continuo goteo de nuevos casos de corrupción, con los gestos prepotentes de quienes iban a ser alcaldables y ahora ni siquiera quieren estar en la oposición, para bajar en simpatías. A la cabeza, el omnipotente Mariano Rajoy considera que hay que hacer cambios, pero poquitos y con calma. Al fin y al cabo, todo se reduce a un problema de comunicación que se resuelve de una forma muy sencilla: exponiendo más, ante los medios, al Presidente del gobierno peor valorado de nuestra democracia.

 

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