¿Es sensible nuestra sociedad con los marginados? Es una pregunta que se hacían un grupo de ciudadanos al contemplar lo que estaba sucediendo en la tarde de este miércoles ante un establecimiento comercial de la plaza de Ultramar.
En ese establecimiento, como viene siendo habitual en muchos más de Ferrol, lleva apareciendo un indigente al que muchos de los clientes suelen darle alguna limosna, dinero que utiliza para adquirir cartones de vino y así pasarse el día terminando la jornada, como un auténtico infierno, borracho y tirado en medio de la acera o de la zona de entrada al Gadis.
Y lo de infierno se extiende a muchas de las personas que acuden a comprar al centro, que son insultadas y a veces amenazadas, y también al personal de la empresa que asimismo recibe las «lindezas» de este hombre, que al parecer se llama José Luis.
Lo de la tarde de este miércoles fue de película. Fue un desagradable episodio. El indigente estaba totalmente ido, personándose la policía hasta tres veces en el lugar, viniendo un equipo de emerxencias médicas-061 con una ambulancia pero negándose a ser atendido.
Dirigió gravísimos insultos a dos empleadas y a la responsable del establecimiento, con amenazas de muerte. Se bajó los pantalones haciendo gestos obscenos, no quedando más remedio que poner la consiguiente denuncia y el traslado de esta persona a las instalaciones de la Policía Nacional de la Avenida de Vigo, en donde permaneció hasta el mediodía de este jueves, donde ya hizo acto de presencia en la plaza de Ultramar.
Los comentarios fueron y son muchos, porque a veces algo similar ocurre en la plaza de Armas.
«¡Pero si es él el que no quiere que lo atiendan…!» «¡Pero si aquí no queda más remedio que poner y poner denuncias hasta que «alguien» se canse y tome medidas!» «¡Pero es que ahora no hay centros donde trasladar a esta gente, hasta han cerrado los centros psiquiátricos!», comentaban algunos vecinos, para finalmente coincidir en «¡La justicia tendrá que tomar esas medidas ya que es un juez el que puede recluir a esta persona!».
Claro que, ¿qué se puede hacer si este señor no quiere que lo atiendan? Aunque un juez lo ordene ingresar en una unidad de psiquiatría, al salir dejará de tomar el tratamiento y volverá a lo mismo, y así, mientras tanto, a continuar con ese feo espectáculo. Hay que reconocerlo sin ánimo alguno de discriminación: da pena, sí, pero ¿no hay soluciones?
Los vecinos de Ultramar quieren ver el asunto finalizado.
¡Una nueva vuelta de rosca!
El otro día, algunos comentábamos, entre la pesadumbre y el bochorno, no sólo los actos que se ven, sino los actos que no se suceden para atajar estos episodios de Armas y Ultramar…
Y ahora, ¿qué dicen ustedes a esto? ¿Cuál es la excusa por la cual no se puede y DEBE tomar cartas en el asunto? ¿Debemos consentir que este hombre provoque malestar entre empleados del Gadis y vecinos de Ultramar, entre los cuales me incluyo junto a mi familia?
¿Dónde están ahora todos esos que recurrieron y recurren al discurso fácil, pletóricamente demagogo y fundamentalmente electoralista? No lo sé. Pero sí sé que los voluntarios de la ONG que están luchando por la dignificar a este hombre, siguen buscando soluciones. Sé que las empleadas del Gadis siguen incómodas y violentadas por tener que sufrir, al igual que muchos vecinos, los desvaríos de este señor, que no nos equivoquemos está enfermo sí, pero no se deja curar. Y estas situaciones son las que en su día algunos pusimos en la palestra: el hecho de que debe existir una legislación que los ampare de sí mismos.
Recordemos, ironías de la vida en democracia, que lo que para unos son derechos, para otros, esos derechos, se convierten en obligaciones.