Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Sólo el desprecio español a sus grandes hombres permite entender la displicencia con la que se acogió el reciente hallazgo de los restos de Miguel de Cervantes en el convento de las Trinitarias de Madrid.
Son pocos, inidentificables entre los de una quincena de personas más, pero ahí están.
Instalados todos en un mausoleo adobado de mercadotecnia convertirán el viejo convento en un lugar de peregrinación cultural quijotesca, como lo es la tumba de Shakespeare en Inglaterra, en Verona su «invento» de Romeo y Julieta, y en Compostela el de Santiago.
Nada más anunciarse el hallazgo cervantino, y en parte por deberse a una búsqueda patrocinada por Ana Botella, la alcaldesa mujer del antipático José María Aznar, numerosas voces le restaron importancia.
«Unos huesos más», «No aportan nada a su obra», dijo por ejemplo el académico y cervantista Francisco Rico.
Y sí que aportan y enriquecen: pueden ser gran atractivo cultural y turístico para todo el mundo, y una ingente fuente de ingresos en Madrid y para las trinitarias, orden cuyos hermanos masculinos habían pagado el rescate del escritor, cautivo en Argel, por lo que él pidió reposar bajo sus hábitos.
Numerosos viajeros que informaban sobre España en las cortes europeas durante nuestro Siglo de Oro contaban que los mendigos exigían tratamiento de Señor a quienes les daban limosna: el pedigüeño se creía superior al rico dadivoso, que quizás no fuera «castellano viejo».
Fuera de los reyes, o de los santos a cuyas reliquias se ofrece culto, la muerte llevó al olvido o al desprecio a los restos de genios como, aparte de Cervantes, Lope de Vega, Velázquez o Calderón, que fueron enterrados y se desconoce dónde.
A los indigentes como nosotros, por comparación, los huesos deben decirnos «Señor», pese a poder entregarnos, como don Miguel, un incalculable reconocimiento cultural y buenos ingresos.
Señor Morales, estoy completamente de acuerdo con usted. No creo que exista un país con tanta historia y que con tanta frivolidad la desprecie, desperdicie, la obvie e ignore e incluso se averguenze como España. He viajado y visto mucho mundo a causa de mi trabajo. He estado en países con una historia cercana aunque no tan intensa como la nuestra, que la tributan honrosamente. He estado en USA, que con una historia de apenas 200 años (es una forma de redondear), la exalta con una vehemencia supina. Y he visitado otros cuya historia no sería más que un pie de página de la nuestra, y disculpe lo arrogante que ha sonado, y la celebran desmesuradamente.
¿Por qué nos da tanto miedo enaltecer los episodios historicos de este país? Estoy convencido de que no lo hacemos por dos razones: ese maldito complejo de inferioridad que nos acompaña como una sombra, y esa absurda cohesión que une un hecho histórico a un color político determinado, y por ambas razones y en ambos casos, preferimos peder frente a retener. En palabras de Pérez Reverte: […] Conocer la Historia, sus mecanismos de análisis, de comprensión, te da la sabiduría del tablero. […]
¿o tendré que darle la razón a aquél que dijo: ¡Ay si Cervantes en lugar de escritor hubiera sido jugador de futbol!?