La Sala de Armas, nombre del edificio que sirvió como depósito de armamento y pertrechos primero, y como almacén y Cuartel de Instrucción de Marinería (CIM) después, fue construido en el siglo XVIII durante el reinado de Carlos III, y actualmente, desde su re-inauguración el 29-10-2007, está dedicado a residencia de marinería. No en vano, la balaustrada de los pasamanos de las escaleras están adornados con las iníciales “C III R” (Carlos III Rey).
La recuperación y puesta en valor del edificio se realizó conservando los elementos estructurales y constructivos originales lo que supuso todo un desafío para el arquitecto Iago Seara, quién logró con su trabajo modélico una magnifica sintonía entre lo funcional y moderno con lo histórico y representativo de nuestra arquitectura militar, convirtiendo, después de las concienzudas obras de rehabilitación llevadas a cabo, el antiguo cuartel de instrucción en residencia de marinería.
Con capacidad para albergar a 278 personas, consta de 106 dormitorios dobles y 66 individuales, disponiendo cada uno de ellos de un habitáculo, “office” diría alguno”, acondicionado para facilitar los servicios mínimos indispensables a los usuarios durante su estancia en la residencia, disponiendo además de servicios comunes como salas de estar, biblioteca, sala de informática, sala de exposiciones, patios interiores, sala de juntas, todas ellas enfocadas a promover y facilitar la convivencia entre sus moradores, contando también con otras dependencias necesarias para su buen funcionamiento: recepción, peluquería, lavandería, cocinas, sala de calderas, entre otros servicios.
La opinión generalizada de quienes allí se instalan es mejor que buena, lo cual, vistas las instalaciones y el ambiente que se respira en ellas no es de extrañar. Su ocupación sufre altibajos derivados de la permanencia o no de buques en el arsenal, ya que albergar a las dotaciones de los mismos es su principal cometido y dependiendo de ello, lógicamente, en ocasiones está a pleno rendimiento y otras infrautilizada.
Curiosamente, o no tanto, algunos prefieren prescindir del disfrute de la instalación justificando esta decisión con diferentes argumentos y por diferentes motivos: algunos, dicen, ver limitada su libertad de movimiento, otros, lo justifican con la necesidad de “desconectar” de su entorno laboral cotidiano, los más por no verse privados del cobro de las dietas que, lógicamente, no recibirán caso de hacer uso de las instalaciones, y cuyo importe es suficiente -juntándose tres o cuatro- para pagar un piso de alquiler, en donde, sí, podrán disfrutar de lo que dicen echar de menos en la residencia. Valorar las opciones, ventajas e inconvenientes, de utilización de la residencia actuando en consecuencia, es su derecho y lo ejercen.