María Fidalgo Casares. Doctora en Historia.
En el cementerio de San Fernando, en Sevilla, uno de los cementerios más hermosos de España, reposan los restos del empresario-publicista ferrolano Ángel Casal y Casado, conocido en la capital andaluza como “El rey de los bolsos”.
Nacido en Ferrol en 1901, hijo de marino, tuvo la valentía de marcharse de nuestra ciudad a la temprana edad de catorce años y sin blanca a Barcelona, donde llegó a escalar puestos hasta convertirse en jefe de ventas de una empresa de comercio extranjero, que trabajaba paraguas, abanicos y enseres análogos.
Los azares comerciales lo desplazaron a una Andalucía que le enamoró para siempre y decidió quedarse. Se estableció en Sevilla al calor de la prosperidad derivada de la Exposición Iberoamericana de 1929 como encargado del prestigioso comercio Casa Rubio, una tienda también de abanicos y paraguas.
En la Casa de Galicia conoció a Consuelo Arias, hija de otro gallego, un inspector de Hacienda, con la que compartió su vida, y formó una familia numerosa que continuaría sus negocios hasta nuestros días.
Aunque quisieron retenerlo en Casa Rubio por su gran valía en 1930 se estableció por su cuenta y con la ayuda económica de su cuñado adquirió el comercio «Abanicos Victoria«, también especializado en paraguas, abanicos y souvenirs en la emblemática calle Sierpes, calle que recibe su nombre por la leyenda de la serpiente que se comía a los niños crudos y con la que un esclavo, dándole muerte, alcanzó su libertad. En 1932 lo rebautizó como «Creaciones Casal«, especializándola en el comercio de bolsos de todo tipo.
Republicano a carta cabal, fue concejal del Ayuntamiento de Sevilla por el Frente Popular desde 1932 hasta el estallido de la guerra civil, permaneciendo al lado de su alcalde y del pueblo que lo eligió. Casal fue a la cárcel y compartió celda con Arthur Koestler, espía rojo que fue condenado a muerte y finalmente canjeado por la esposa del aviador Carlos Haya. Fue un milagro que pudiera salvarse. A pesar de ello, nunca odió a los que fueron vencedores y desarrolló su fulgurante carrera con toda libertad y llegó a ampliar su negocio con la adquisición de nuevos establecimientos en la misma calle de la tienda que sería el origen de su «imperio».
En esta época se autonombró “Rey de los Bolsos”, paradójico cuando nunca abjuró de un republicanismo confeso. A sus negocios les llamó en «El reino de los bolsos«, «El Palacio de los bolsos» o «El Alcázar de los bolsos»
Su actividad puramente empresarial la acompañó de otra más insólita: promocionó hasta la saciedad con eslóganes y latiguillos comerciales sus establecimientos que se hicieron pronto imprescindibles en la ciudad. Fue todo un hito revolucionario en el marketing publicitario de Sevilla. Desde 1940, él mismo ideaba y redactaba los anuncios de sus establecimientos para la Prensa y radio locales. En sus anuncios, los productos que él vendía se mezclaban con ingeniosas alusiones a la actualidad de cada momento, no dejando títere con cabeza. También hacía juegos de palabras como reybajas reycalcitrantes. Cuentan que el todopoderoso Cardenal Segura, cuando le llevaban el ABC por las mañanas, comentaba:
–A ver qué dice hoy Casal el de los Bolsos…
Su humor personal, a su manera, burlón y jocoso pronto fue un rasgo distintivo que los sevillanos identificaron como retranca gallega.
Haciendo un análisis de los anuncios que patrocinó se observa una evolución publicitaria que fue cambiando acorde con los acontecimientos españoles y mundiales. Se llegó a decir de él que fue notario de todo cuanto ocurrió entre 1930 y 1983, época en que se anunció con regularidad en la prensa sevillana, sobre todo en el monárquico ABC.
No había acontecimiento festivo o político de la ciudad que no tuviera su impronta en los esperados anuncios de los diarios sevillanos, desde una conversación con los marcianos, la boda de Fabiola, la llegada de la televisión, el primer transplante de corazón, el mundo taurino, el triunfo de Massiel en Eurovisión parafraseando el «Lalalá»… Gigantesca su imaginación y sentido del humor.
Yo canto a la mañana / y no canto al ayer. / Canto a la clientela, / pues la quiero mecer. / Canto a las chicas-chicas / que tienen que crecer, / porque canto a los bolsos / que tengo que vender. / Hay cantos de sirena… / Del sereno también. / Si vendemos cantando, / esto es saber vender. / La-lalala-lalalá….
Desaparecido el régimen de Franco, Angel Casal no tuvo inconveniente en demostrar su admiración por el rey Juan Carlos y le envió una participación de lotería con la siguiente dedicatoria: «La Rey-pública no lo haría mejor».
Angel Casal se caracterizó por una intensa simbiosis con las tierras andaluzas. Furibundo aficionado a los toros en la Maestranza, ferviente admirador de la feria de Sevilla, al cante flamenco y estupendo bailarín de sevillanas, cuentan que siguió siendo devoto de la Virgen de Chamorro.
Nunca olvidó las raíces de su tierra, demostrando cómo la saudade aflora en muchos gallegos de la diáspora. Su vinculación con Ferrol no la perdió nunca, y hasta su muerte, acaecida en 1983, este rey singular pasó todos los veranos alejado de su corte sureña, disfrutando como un anónimo plebeyo en las maravillosas playas de la ciudad en la que nació recién comenzado el siglo.
Y aunque como republicana confesa, no reconozco otro señor que Su Alteza Serenísima el Príncipe Galín de Galicia, Principe de Galicia, Marqués de Curuxeiras y Señor de Ferrol Vello, creo que también podría hacer una excepción e incluir en mi elenco monárquico a Ángel Casal, el ferrolano rey de los bolsos de la sevillanísima calle Sierpes.