Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Desde la Transición, de la que dejaron memoria políticos como Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga, Leopoldo Calvo-Sotelo y Santiago Carrillo, no han aparecido en España políticos que, pareciéndonos buenos o malos, destacaran de la mediocridad nacional.
Entramos en 2014. Mariano Rajoy tiene dos años más de mandato. Quizás se le verá como un buen presidente si levanta el país de los escombros en los que lo dejó Zapatero, pero se le ve como un hombre gris, poco enérgico con los ensoberbecidos separatismos.
Esa debilidad puede ser natural, pero también se debe a que dirige un PP que tuvo como cajero a personajes como Luis Bárcenas, y pululando alrededor numerosos corruptos y casos como el Gürtel.
En la oposición está Alfredo Pérez Rubalcaba, otro dirigente gris, tartamudeante, con pasado zapateril y recuerdos poco gloriosos, y también con corrupciones políticas y sindicales.
Sus posibles rivales o herederos en el PSOE son mediocres repetidores de eslóganes tópicos y buenistas que, puestos en práctica, hundirían más profundamente aún el país que como lo dejó el atrayente pero incompetente Zapatero.
Dos partidos nacionales esperan ser la llave de la gobernación si los dos anteriores no tienen mayoría:
UPyD, con una personalista Rosa Díez, menos gris que los dos grandes, pero fogosa, e Izquierda Unida y demás adheridos y distintos nombres, incluidos algunos nacionalismos, con un Cayo Lara comunista con propuestas propias de Chávez y Maduro, los venezolanos.
Queda Ciudadanos, cuyo líder, Albert Rivera, es brillante, pero que está solamente en Cataluña, donde crece un soberanismo premoderno, de mente medieval, imperialista y chulesca, y que corre entusiasmado hacia el Reich de los 1930.
España atraviesa un momento de gran mediocridad política y social, y carece de un faro, de una luz brillante a la vista.