Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Hasta Menlo Park, cerca de San Francisco, donde pocas veces se informa sobre España, llegaron en los noticiarios las imágenes de los sindicalistas sevillanos manifestándose contra la juez Alaya exigiendo “libertad”, y llamándole “fea, hortera” y miembro del PP
Dentro de ese pequeño parque de atracciones que suele ser la cafetería de las empresas de Silicon Valley, varios trabajadores de una de ellas, entre los que estaban dos españoles, comentaban que la escena les recordaba a los camioneros de las mafias sindicales que conocían por el cine de los años 50.
Parecían aquellos piquetes que protestaban frente a los juzgados bajo el mandato de Jimmy Hoffa, que comenzó como admirable sindicalista, pero que fue corrompiéndose hasta que alguien lo hizo desaparecer en 1975, poco antes de que en España muriera Franco.
Los quizás dos centenares de manifestantes de Sevilla seguramente empezaron su vida sindical en aquellos tiempos, en los que se exponían a la persecución de temible Brigada Político-Social.
Jóvenes idealistas entonces, luchaban por la libertad y la democracia. Florecían las CC.OO. y renacía más tímidamente la histórica UGT.
Pero pasaron 38 años. Fueron premiados en democracia con ayudas, subvenciones y edificios para compensar las décadas de falta de libertad en el franquismo.
Los galones ganados en aquellos tiempos heroicos hicieron que muchos se quedaran para siempre viviendo de los sindicatos, más liberados aún que los liberados.
Mejoraron su vida, adquirieron caros pisos, incluso chalés, nunca volvieron a trabajar y se acostumbraron a la vida cómoda que exigía engañar y trampear, si fuera necesario.
En televisión, ahora sesentones, mostraban considerables tripas cerveceras, marisqueras, nada de la Internacional “famélica legión”.
Gordos y decrépitos, estos sindicatos carecen de salud democrática y moral, y mundo adelante, quizás no tanto en España, recuerdan a Jimmy Hoffa.
Hasta podría pensarse que Hoffa, al que se dio por muerto en 1982 sin encontrar su cadáver, estaba entre los manifestantes.
—–
SALAS Su crónica de hoy, y su inevitable clásico