Antonio Miguel Carmona-(director de diario progresista)
Se siente el nuevo y joven diputado independiente de todo aquello que afecte a su ideología y a sus convicciones. Sin embargo, conforme pasa el tiempo va perdiendo sílabas aquella palabra que presidía su dignidad, el cuaderno de bitácora de su conciencia, la independencia.
Pero el joven diputado se debe a una disciplina que aún pareciendo lógica, a veces hace añicos la conciencia. De independiente, el viento del tiempo le hace perder una sílaba y, la disciplina y el interés le convierten en… dependiente.
Dependiente de su grupo parlamentario, tribu o facción, ya no es aquel parlamentario independiente y autónomo, digno como para esperar una consigna de la que depende con el interés del político próspero para sí mismo.
La siguiente sílaba en caer es la que lleva al nuevo dependiente a estar pendiente de un futuro que será próspero en función del ánimo que tenga para seguir la voluntad de quien le propone: el aparato.
Siguen cayendo sílabas y aquel cargo pendiente ya solo piensa en sí mismo. Es el diente su preocupación, llevarse un cargo a la boca, no saber adónde ir, a quien dorar una píldora, fuente inagotable de prebendas.
Sería complicado que esto sucediera, esta evolución hacia la miseria, si los cargos públicos pudieran dar la cara ante un electorado que les fiscaliza y les demanda lealtad a su conciencia y a sus convicciones.
No, no estoy en contra de la disciplina y la coordinación. Sin embargo, estoy a favor de que los elegidos puedan responder ante los electores y no, como es costumbre, solo ante sus propios aparatos.
Más democracia es la solución a muchos de los males que nos acechan, sobre todo a los que enferman a la propia democracia y envenenan la independencia y autonomía de los ciudadanos, electores y elegidos.