Humor se escribe con hache

Amando de MiguelAmando de Miguel

Miguel Celdrán Iniesta (Suiza) señala que ahora se mezclan dos significados del verbo chocar. No es lo mismo la colisión o choque entre dos o más objetos o personas que la forma reflexiva por la que, si me choca algo, es porque me llama la atención. Don Miguel observa la confusión en frases como esta: «Los dos patinadores se chocaron entre sí». Tiene razón el hombre: bastaría decir que chocaron. Añado que el verbo latino jocare significa «chocar». Es claramente onomatopéyico, como en inglés shock (= golpe) y joke (= chiste, broma). Ese parentesco explica que las situaciones cómicas provengan muchas veces de una sorpresa, algo que nos resulta chocante. Recuérdese el efecto hilarante de los autos de choque en las ferias. En las películas cómicas se repite mil veces el efecto de risa que producen los golpes, las caídas, los encontronazos.

Ignacio Frías reivindica la figura del político catalán (lerrouxista) Joan Pich i Pon, famoso por sus retruécanos. Por ejemplo, cuando hablaba de «la batalla de Waterpolo» o del «conflicto nipojaponés». Eran tan continuos los retruécanos o calambures del que fuera alcalde de Barcelona que se acuñó el término piquiponada, equivalente al del inglés spoonerism. Advierto que ese término nada tienen que ver con spoon (= cuchara); proviene de una figura equivalente de Pich i Pon, el escritor inglés W.A. Spooner.

Julio Iglesias de Ussel sigue rastreando testimonios de la sabiduría popular a través de dichos, carteles, retruécanos y otras manifestaciones del ingenio anónimo. En este caso se trata de un cartel sumamente ingenioso: «En Cuba manda el hermano de un muerto. En Argentina manda la esposa de un muerto. En Corea del Norte manda el hijo de un muerto. Venezuela es la campeona: allí manda el muerto». La verdad es que el histrionismo del presidente Maduro alcanza niveles hilarantes. Nada menos que se le aparece el fantasma del difunto Chávez bajo la especie de un pajarico que revolotea sobre su cabeza. Parece una escena inventada para que el respetable se divierta.

José Luis García Valdecantos echa su cuarto a espadas en la cuestión de la rareza de la acción de dimitir en España. Es una coplilla que se decía en tiempos del franquismo: «En el camino de El Pardo/ algo antes de la ermita/ hay un letrero que dice:/ ¡Maricón el que dimita!«. La verdad es que Franco impuso la costumbre de que ninguno de los nombrados por él se atrevía a dimitir. Hubo algún caso raro, como el de Arrese, pero se trató de una extravagancia. Quizá quede el recuerdo subconsciente de esa norma y ahora, en plena democracia, seguimos con la resistencia a dimitir.

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