Guerra y paz

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández-(Diario crítico)

Como es normal y es su deber el Papa Francisco, en sus primeros mensajes,  predica la paz. Al hacerlo, enumeró los conflictos abiertos en el mundo en nuestros días: Israel-Palestina, Siria, Malí, Nigeria, Congo, Afganistán, Corea… Se podrían añadir otros focos de contienda mantenidos por organizaciones guerrilleras o terroristas.  En nuestros días no están planteados los clásicos conflictos entre las potencias mayores de proyección mundial ni aquellos, típicos antaño, entre las potencias europeas. Nacer en Europa o en América ofrece unas garantías de seguridad mayores que nacer en Asia o en África, por ejemplo. El mundo es formalmente más pacífico en los lugares donde impera una diplomacia cooperativa y donde el poder militar está regulado democráticamente y se mantiene el monopolio y la superioridad armamentística al servicio de Estados legítimamente constituidos. El éxito de la política de defensa de los Estados legalmente constituidos es la paz.

Pero la paz se rompe o es puesta en riesgo allí donde es débil el control del Estado, donde gobiernan «señores de la guerra» y donde el pacifismo es una teoría que solo predican quienes carecen de los medios para mantenerla. Cuando algún tiranuelo, como el «querido Kim III«, amenaza con misiles nucleares a poblaciones del mundo pacífico a su alcance, sus bravatas no provocan el pánico que sería de esperar porque resulta difícil creer que el sátrapa gordito sea un suicida. La confianza, ya veremos si excesiva, reside en que, mientras la imprudencia no haga estallar bombas, la superioridad militar del mundo que vigila la paz es absoluta y, por ahora, esa superioridad no ha sido totalmente anulada por las absurdas restricciones presupuestarias recortando el primer deber de las potencias libres que es velar por la seguridad del mundo. A los pobres de la tierra, aún antes que mejorar sus condiciones de vida, hay que garantizarles su derecho a vivir.

Mientras los satélites de observación controlen cada movimiento de los agresores potenciales, mientras haya soldados disponibles para interponerse en los conflictos en cualquier lugar de la tierra, mientras haya barcos o aviones operativos para limitar los tráficos ilegítimos o localizar los focos agresivos, el mundo tendrá una paz, quizá precaria, pero predominante. Las pasiones conflictivas, como oíamos en la enumeración papal, proliferan como las infecciones. Pueden ser producto de la codicia, de la envidia, del odio y, también, de la injusticia, del desorden y la desigualdad. Pero sea cual sea el origen de las discordias y por mucho que se haga por corregirlo, siempre sobrevivirán impulsos agresivos y tentaciones a la violencia como parte de la naturaleza pecaminosa de la humanidad que comenzó su historia bíblica con un fratricidio. Por tanto, nunca estará de más tener en cuenta aquel refrán de «a Dios rogando y con el mazo dando». El Papa cumple su deber con la predicación de la paz, pero otros deben cumplir el deber de su defensa. Sigue estando vigente la sentencia romana «si vis pacen para bellum», si quieres la paz prepárate para la guerra.

 

 

 

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