Aquel lado del mundo

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández-(diario critico)

Un rockero argentino y sacerdotal llamado Cesar Scicchitano hizo, hace dos años, y sobre un hipotético Papa latinoamericano -hay que respetar, en este caso, lo de latino por los apellidos italianos de Bergoglio y Scicchitano y porque el latín es la lengua de la Iglesia Romana- uno de cuyos versos dice: «Este lado del mundo tiene mucho que dar». Y sucedió que, ahora, ha resultado una canción precursora del Papa Francisco, al que no es lo más correcto llamarle Jorge, con la falsa melosidad de Cristina Fernández de Kirchner pero se le puede llamar Paco con toda propiedad. Porque Paco no es un alias de Francisco, como pudiera parecer, sino las siglas que utilizaba San Francisco de Asís tras su nombre, como abreviatura de su cargo al frente de sus monjes, «Padre Común» -Pater Comunis- o sea Pa.Co.. Algo así como el Jefe del Estado Mayor de la Defensa al que los militares llaman JEMAD, o sea, que el Santo Padre puede, también, considerarse Padre Común de los creyentes.

Pero la verdad es que a parte nombres, «aquel lado del mundo» tiene mucho que dar a quien sea capaz de comprenderlo y, especialmente, a España, a la que ya quizá no convenga llamarle MAPA, por Madre Patria, pero sí hermana mayor, repoblada en sentido inverso al Descubrimiento, por una emigración familiar de lengua, creencias y costumbres, cuya integración natural en nuestra sociedad es la envidia de quienes solo pueden reforzar su demografía con incorporaciones difíciles de integrar y homologar. Latinoamérica o, mejor, Iberoamérica, desde nuestro punto de vista, es la gran conexión entre el continente europeo y el americano, de Norte a Sur. Es el gran lazo atlántico en que reside la grandeza actual de Occidente que no es imaginable sin el cristianismo universal y la cultura hispánica. La proyección de España, desde el siglo XV, en las Américas fue algo tan incomparable con cualquier otro proceso de imperialismo o colonización que, en el siglo XXI está tan viva que sigue siendo polémica y, a la vez, creativa y fraternal. Es una proyección confluyente en las dos direcciones, por lo que es inevitable que provoque choques, pero es la esencia natural del atlantismo. Una sociedad que no es indígena ni europea sino una combinación de ambas.

La ambiciosa pretensión de nuestra primera Constitución de 1.812, en su artículo primero: «La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios» fue un fracaso si consideramos como tal la realidad plurinacional de nuestros días. Pero si tenemos en cuenta el impacto democrático común a los pueblos de ambos lados del atlántico y sus plasmación en un conjunto de Constituciones de impregnación liberal, comprenderemos que se produjo una autentica evolución política y cultural en el plano de las realidades que nunca es el previsto por una planificación teórica preconcebida. El legado español no es una añoranza imperialista sino una fraternidad pluralista. A lo que dice la canción del cura argentino -«Este lado del mundo tiene mucho que dar»- habría que completarlo con «los dos lados del mundo tienen mucho que dar». Era bien visible en los acentos iberoamericanos de una Roma pontifical que ya no es imperio romano, pero tiene aliento universal y predominantemente trasatlántico.

 

 

 

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