Muchas veces andamos aquí a trancas y barrancas con las etimologías, una ciencia tan divertida como inexacta. San Isidoro de Sevilla tuvo que pasárselo en grande. Tengo visto que es un tema de conversación mundana que cautiva mucho a la gente. A ver si no es divertido el origen del estraperlo o de suripanta, palabras ya en desuso, pero en su día muy expresivas.
Luis Bayo (Guatemala) sostiene que intelligentsia es una palabra «de origen definitivamente soviético». Pues no. Es una voz latina que introdujeron los polacos en su idioma para designar el nuevo estrato de los escritores y artistas en torno al poder. Luego pasó a la Rusia de los zares y, efectivamente, la adoptaron con diligencia los soviéticos. En Francia o en España preferimos la voz intelectuales. Entre nosotros funcionó la voz castiza intelectualidad, casi siempre con un tono irónico. A don Luis lo de la intelligentsia en español le parece «absolutamente hortera». Lo que me parece español es que algo sea «absolutamente». Prefiero quedarme con intelectuales, una palabra que importaron de París Miguel de Unamuno y Emilia Pardo Bazán en 1898, la fecha en que la creó Emilio Zola. Lo curioso es que en inglés no haya propiamente una voz castiza para decir intelligentsia o intelectuales. Por otro lado, la inteligencia como equivalente de servicios secretos de un Estado con miras al exterior es algo que ya se decía en el castellano del siglo XVII por lo menos. No es, por tanto, un neologismo reciente. Puede ser un abuso de la palabra original, pero ya sabemos que la polisemia es la sal del idioma. Con más razones podría denominarse inteligencia al cuerpo de maestros de escuela o, mejor aún, a los hackers (los nuevos bucaneros de la informática). Los intelectuales se han visto siempre como sospechosos de alterar el orden, de subvertirlo incluso. El poder político siempre ha querido tener intelectuales a su servicio (sabios, filósofos, escribas, asesores, etc.). De esa forma quedaban controlados.
Julián Plana me transmite toda una lección sobre el origen de la palabra idioma. La raíz está en ese prefijo –idio, que en griego se refiere a lo privativo o particular de una persona o de varias, pero no de la colectividad. Así pues, el idioma equivaldría a lo que hablamos nosotros. Con la misma raíz se forma idiota, originariamente el que solo se preocupa de lo suyo, de lo inmediato, no de la cosa pública. Don Julián añade idiopático, el carácter peculiar, personal que los médicos atribuyen a una dolencia. Para mí que es una forma de decir elegantemente que no saben en qué consiste. Está asimismo idiosincrasia, el carácter particular de un individuo o un grupo. No es un prefijo que haya dado origen a más palabras. Sin embargo, resulta utilísimo para componer neologismos. Lo idio sería lo contrario de la solidaridad, lo comunitario. De esa forma podríamos decir idionomías (voz perfectamente griega) para referirnos a las comunidades autónomas que resultan insolidarias. Los idionomismos serían lo que Ortega y Gasset llamaba particularismos y ahora decimos nacionalismos o soberanismos. El nombre del partido nacionalista irlandés Sinn Féin significa en gaélico algo así como «nosotros mismos». Es una perfecta caracterización de la idionomía. En la vida pública no solo hay muchos idiotas, sino muchos ideólogos que son idionómicos.