Antonio Miguel Carmona-(director diario progresista)
Nunca un término estuvo peor utilizado. Profesional es, en el mejor de los sentidos, aquel que practica una profesión. Y profesión la definimos, sin duda, como el empleo, facultad u oficio por el que se obtiene una retribución.
Sin embargo, más allá del diccionario, llamamos profesionales de la política a aquellos que se dedican exclusivamente a lo largo de su vida a algo que debiera ser noble arte. Una dedicación que les evita tener ninguna pericia en ninguna otra cosa.
El profesional de la política mata por su puesto porque, apiádense, no tiene donde caerse muerto fuera del escaño o dentro de la oficina. Tan joven sobre moqueta, aún barbilampiño en coche oficial que ya, a estas alturas, no sabría qué hacer fuera del mundo de la conspiración.
Profesionales del requiebro, ingenieros de listas electorales, dominan tanto los aparatos como para darse cuenta que su futuro depende del futuro de aquellos que le apoyan y cooptan.
Los profesionales de la política impiden que los ciudadanos se dediquen a la política. Son como diques espurios, barreras infranqueables de una partitocracia de difícil acceso.
Un profesional de la política es aquel que siempre se defiende en nombre del interés general y acaba siendo general de intereses que siempre van a parar a su propia ambición y, en la mayoría de los casos, de su subsistencia.
Los profesionales de la política se disuelven con democracia, haciendo que la gente les reconozca por la calle. Que puedan presentarse ante los electores individualmente y puedan también leerse sus currículos. Si los tienen.