Se me quedó grabado para siempre un librito que dimos en el lejano bachillerato. Se titulaba Lecciones de cosas. Era la explicación de todo lo imaginable, fuera de la naturaleza o de la industria. A veces me imagino que esta seccioncilla es también un popurrí de todas las posibles curiosidades sobre el lenguaje, que son interminables. La fuente principal de este acopio es lo que oigo a través de los medios o en la calle. Me ayudan mucho los envíos de los simpáticos libertarios. Recordemos que una cosa esla lengua (lo que explican los gramáticos y afines) y otra el lenguaje, esto es, el uso que hace la gente de la lengua. En el lenguaje la clave no es tanto si está bien dicho o mal dicho, sino si se dice, cómo se dice y por qué.
Jesús del Álamo ha recogido un nuevo palabro: pagapensiones. Supongo que se refiere a la gente que vive de algún subsisidio o pensión. Se me ocurre que quizá sea afín a otro neologismo popular: pagafantas, más o menos el individuo en el escalón más bajo de la pirámide social. Espero que algún libertario nos aclare estos terminachos que todavía no han llegado a los diccionarios y que yo no tengo muy claros.
Planteaba yo aquí la incógnita del verbo cabrear, lo extraño que resulta su posible asociación con cabrón, lo que lo convierte en una voz malsonante. Ignacio Frías nos aclara el curioso étimo de esa voz. Procede del latín capibrevium, la acción de recuperar algo a lo que se tiene derecho del modo más expedito posible. En rigor, era el procedimiento judicial para exigir los pagos de algunas deudas atrasadas. De ahí la sensación de «enfado de quien recibe una reclamación que no esperaba». Es decir, el estado de cabreo. Visto así, no hay relación alguna con cabrón, por lo que no procede pedir perdón cuando se emplea la voz cabrearse. José María Navia-Osorio no ve que tenga una connotación sexual, pero no ve «elegante» esa palabra. Sí avanza que «encabronarse es más grave que cabrearse». El mínimo sería enfurruñarse.
Con algunas palabras malsonantes ocurre algo curioso. Pueden ser obscenas en su significado original, pero se lavan elegantemente en algunas otras derivadas o afines. Consideremos la voz carajo. Es de origen incierto, pero existe en las lenguas romances con el mismo sentido de miembro viril. Por tanto, no debe dejarse caer en una conversación culta o semiculta; por ejemplo, una tertulia. Pero sí se puede decir «carajal» (= lío, confusión, caos) y, desde luego, «carajillo» (= café con coñac), palabras, si no elegantes, sí populares. Caben también algunos ñoñismos para no pronunciar la palabra vitanda: caray, caramba, carape, caracho, caracoles. Tantos eufemismos nos indican que la voz primigenia es sumamente útil en el lenguaje coloquial.