Una pobre Navidad

Antonio Miguel Carmona-(director diario progresista)

La tradición universal de sentar a un pobre en su mesa el día de Nochebuena viene a ser tan retrógrada como compasiva, estéril como ridícula. En un mundo en el que deberíamos erradicar la pobreza, no por la compasión, sino por la universalización de las prestaciones y el desarrollo, sentar a un pobre en su mesa es simplemente grotesco.

Yo lo que pienso sentar en mi mesa es a alguien que me explique cómo es posible que permitamos que 2,2 millones de niños españoles vivan por debajo del umbral de pobreza.

Sentar a un pobre en nuestra mesa, en todo caso, serviría para abrillantar nuestras conciencias y tener claro que nuestra generosidad es tan parecida como la de aquellos ricos hommes que perseguían comprar el Cielo a través de la limosna.

Hace ya tiempo la directora de Unicef pronunció una frase tan inolvidable como impactante: “La pobreza tiene rostro de niño”. Me ayudó aquel titular a llegar a leer aquel informe de la organización y cambiar la hoja de ruta de algunas propuestas políticas.

¡Y pensar que el Gobierno de la Nación recorta en prestaciones y ayudas a las familias, a los niños, a la infancia, a los más necesitados!

Por primera vez los niños son el grupo de edad más numeroso con mayor porcentaje de pobres, por encima de los mayores de sesenta y cinco años. Pero qué mundo estamos construyendo si no les dejamos la oportunidad de ver en el horizonte un futuro del que aún no son conscientes.

Yo no quiero un pobre en mi mesa, yo lo que quiero es que no haya pobres. Me basta con el hecho de que ustedes sienten a sus hijos, como es costumbre, en la mesa familiar de esta Nochebuena, y piensen que hay otros niños que no tienen ni las mismas oportunidades, ni similares regalos, ni siquiera sonrisas y cuentos que les hagan soñar.

Por eso, cuando besen a sus hijos, mírenlos a los ojos y, pensando en los que menos tienen, deseen para ellos, para los más pobres, una Feliz Navidad.

 

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