“No podemos cerrar los ojos”. El obispo de Mondoñedo-Ferrol se consolida como una de las voces más proféticas de la Iglesia española en la defensa de la dignidad humana
José Carlos Enríquez Díaz
«No podemos cerrar los ojos ante quienes dejan atrás su tierra tratando de encontrar una vida mejor para ellos y para sus familias». Con estas palabras, pronunciadas con firmeza pero también con la ternura de quien acompaña, Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol y máximo responsable del área de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, alzó la voz desde Dakar para defender lo que el Evangelio nunca deja de gritar: que cada persona es sagrada, sin importar de dónde venga o a dónde vaya.
En un mundo cada vez más endurecido ante el drama de la migración, y donde los discursos del miedo se abren paso incluso entre quienes dicen profesar la fe cristiana, García Cadiñanos se ha convertido en un referente luminoso que, como los profetas bíblicos, denuncia las injusticias con el hermano y no contra el hermano. Desde la capital de Senegal, donde participó en el encuentro del proyecto Hospitalidad Atlántica, impulsado por la Conferencia Episcopal Española junto con la Red África-Europa para la Movilidad Humana (RAEMH) y con el respaldo del Vaticano, el obispo se hizo eco del sufrimiento de quienes se ven obligados a emprender la ruta migratoria, muchas veces a riesgo de perder la vida.
El proyecto Hospitalidad Atlántica nace de una convicción profundamente evangélica: que los migrantes no son números, ni amenazas, ni problema alguno. Son, en palabras del mismo Jesús, «los más pequeños de estos hermanos míos» (Mt 25,40), y como tales deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Para eso trabaja esta iniciativa, tendiendo puentes entre diócesis africanas y europeas, promoviendo el trabajo en red con organizaciones humanitarias y reforzando la cooperación eclesial, especialmente entre Cáritas Senegal y las diócesis españolas.
Durante la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Regional de África Occidental, los días 8 y 9 de mayo, García Cadiñanos compartió con los obispos del continente africano la urgencia de caminar juntos. «Es fundamental incrementar la colaboración entre los representantes de la Iglesia para poner fin al sufrimiento al que se enfrentan quienes han decidido marchar a Europa en busca de una vida mejor», afirmó, recordando que el acompañamiento no es una opción para la Iglesia, sino parte de su misión.
En ausencia de cardenales que debían asistir pero que se encontraban en Roma por el cónclave para elegir al nuevo Papa, García Cadiñanos asumió con humildad pero con claridad el papel de voz principal del proyecto. Lo hizo junto a Fernando Redondo, director del Departamento de Migraciones, con quien comparte una mirada pastoral que pone en el centro la dignidad del migrante, y no su situación jurídica o su lugar de origen.
Su voz no es nueva en estas causas. Desde que fue nombrado obispo de Mondoñedo-Ferrol, ha reforzado con vigor las líneas sociales de su diócesis, apoyando tanto los proyectos de desarrollo impulsados por Manos Unidas como las iniciativas de integración laboral y social de Cáritas. Pero más allá de las estructuras, lo que caracteriza su ministerio es su cercanía al dolor del otro, su sensibilidad para leer los signos de los tiempos y su fidelidad al Evangelio, que en palabras del propio obispo «si no se convierte en acogida, no es más que palabra vacía».
García Cadiñanos lleva a la práctica el mandato evangélico con una radicalidad serena. No grita, pero no calla. No impone, pero no cede. Como Jesús en el camino a Emaús, camina con los que no encuentran casa, escucha sus temores, y les parte el pan del consuelo.
Una de las metas del proyecto Hospitalidad Atlántica es garantizar que ningún migrante se sienta solo. Que en cada etapa —desde África hacia las Islas Canarias y más allá— sientan que alguien los acompaña, que su vida importa, y que no son presa fácil de mafias sin escrúpulos. Esa hospitalidad, más que estrategia, es una espiritualidad que atraviesa el corazón del obispo, quien en cada encuentro recuerda que los cristianos no podemos delegar la compasión.
La Iglesia, bajo su liderazgo en el área de migraciones, está siendo interpelada a dar una respuesta real a una de las grandes crisis de nuestro tiempo. Y lo hace no desde el miedo o el cálculo político, sino desde el Evangelio, que llama a reconocer en cada migrante al mismo Cristo. «Fui forastero, y me acogisteis» (Mt 25,35), sigue resonando con fuerza en la voz de García Cadiñanos.
En tiempos donde abundan muros y se agrieta la fraternidad, el testimonio del obispo de Mondoñedo-Ferrol es, sin duda, una buena noticia. Un soplo de esperanza. Y una invitación a todos —laicos, religiosos, políticos— a no cerrar los ojos, como él dice, ante el dolor del mundo. Porque en cada rostro migrante, si miramos con fe, aún brilla el rostro de Dios.