Editorial-Habemus Papam

Habemus Papam. Apenas 24 horas después del inicio del cónclave y tras cuatro votaciones, fue elegido el nuevo pontífice: León XIV. El nombre con que el cardenal Robert Francis Prevost ha decidido asumir el ministerio petrino ya marca una línea: fuerza, renovación, un eco de historia que apunta también al futuro. León XIV llega al trono de Pedro con 69 años, una trayectoria pastoral marcada por la misión y una identidad construida entre dos continentes. Hijo de emigrantes, con madre descendiente de españoles y padre de ascendencia francesa, nacido en Chicago en 1955, representa a una Iglesia que quiere dejar de ser solo europea para entender el mundo con todos sus matices.

Ingresó a la Orden de San Agustín en 1977 y fue ordenado sacerdote en 1982. En Roma obtuvo un doctorado en derecho canónico, pero su vocación no se quedó en las aulas. Fue misionero en Perú durante años, formador de agustinos, y más tarde obispo de Chiclayo. En 2018 fue elegido segundo vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y en 2020, el papa Francisco lo nombró administrador apostólico del Callao. Su perfil misionero, cercano a los pueblos, vinculado profundamente a América Latina y también a Estados Unidos, lo convirtieron en un interlocutor privilegiado del Papa Francisco, a quien asesoró en el nombramiento de obispos y arzobispos.

Su elección no es una ruptura, sino una respuesta. El nuevo papa parece representar una continuidad natural con el pontificado anterior: apertura, sinodalidad, cercanía a los pobres y a los que sufren. Pero también una nueva etapa, más madura, más encarnada. León XIV ha sido prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Desde ahí ha comprendido la necesidad de una Iglesia que no solo viaje, sino que entienda lo que ve. Que no se encierre en palacios ni se limite a la repetición de dogmas. Que vuelva a hablar con los que se alejaron… o con quienes nunca estuvieron del todo.

En sus primeras palabras como pontífice, comenzó con el saludo de Jesús resucitado: “La paz esté con ustedes”. Un mensaje claro, sencillo y contundente. En un mundo en conflicto, el Papa no puede ser ajeno al dolor de los pueblos. Debe ser luz, orientación, unidad. Debe tener la perspectiva de Cristo, extender el Reino en un mundo secularizado, fortalecer el ecumenismo, la unidad de los cristianos y la comunión entre las Iglesias. León XIV ha dicho que se considera aún misionero. Esa vocación lo define. Y como el buen padre de familia del Evangelio, sabe sacar de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.

Consciente de la fractura entre cristianos, debe asumir con decisión la tarea ecuménica, no como una opción, sino como exigencia evangélica. Inspirado en el pensamiento del cardenal Kasper, ha de promover una unidad basada en el respeto, no en la imposición; en el amor, no en la uniformidad. Solo así podrá la Iglesia ser signo de paz y reconciliación.

Solo una Iglesia reconciliada podrá ayudar a reconciliar al mundo. León XIV está llamado a tender puentes no solo entre culturas y naciones, sino también entre credos, generaciones y heridas históricas aún abiertas. Su pontificado necesitará gestos concretos de cercanía, apertura y humildad. Será un tiempo para escuchar y dejarse interpelar. Para mirar al otro no como amenaza, sino como hermano. Para proclamar que Cristo no divide, sino que une. En ese horizonte, la paz será mucho más que diplomacia: será conversión del corazón. Y el ecumenismo, más que un deber, una esperanza compartida que ya no puede esperar más.

 

 

 

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