Enrique Barrera Beitia
Dos brigadas ucranianas, la 155 (comandante Dmitry Ryumsin) y la 157 (coronel Taras Chub) han sido noticia por deserciones que han oscilado entre un 33% y un 50%. Esto ha ocurrido en el primer caso mientras estaba siendo adiestrada por la OTAN en la ciudad francesa de Suippes, y en el segundo caso a los pocos días de llegar al frente de Pokrovsk. Se trata de formaciones militares que formaban parte de esa reserva “de élite” con personal previamente seleccionado.
La calidad de los reemplazos ucranianos es cada vez menor, de manera que para mantener las capacidades militares la ratio debe estar ahora en torno a 1.5 por 1.0. Ya no hay voluntarios y se recurre a redadas para enrolar a personas de edad más avanzada, en peores condiciones físicas y menos motivadas, porque se ha instalado en la opinión pública del país que la guerra está perdida y porque ya se habla abiertamente de “desviación” de la ayuda recibida de occidente. Además, las penas por deserción son relativamente benignas y como dicen, “de la cárcel sales, pero del ataúd no”.
El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Oleksandr Syrsky, informó a la Rada (parlamento ucraniano) que el ritmo actual de movilización no cubre las necesidades, y ya a puerta cerrada informó sobre la realidad del momento, trascendiendo que estando previsto el inicio de la estación del fango a mediados de marzo, podrán mantener el retroceso territorial bajo control hasta el verano.
Hace año y medio, las asociaciones ucranianas de minusválidos hicieron un comunicado indicando que desde el inicio de la guerra, había 300.000 mutilados más de los que serían habituales en tiempos de paz.
La noticia estuvo colgada media hora en las redes, porque es una evidencia estadística que entre un 20- 25% de las bajas son fallecimientos, y otro porcentaje similar son heridos dados de baja permanente por lesiones graves.
Como saben los lectores de Galicia Ártabra, Rusia no ha declarado la guerra oficialmente, por lo que tiene restricciones para enviar al frente a soldados profesionales, pero lo está solucionando ofreciendo unos importantes beneficios económicos y penales, que también explican el enrolamiento de personal encarcelado y de jóvenes procedentes de las zonas menos desarrolladas. Sobre sus muertos en combate, la fuente más fiable sigue siendo en mi opinión la de Horizón-BBC que en febrero de 2024 calculó 90.000 muertos debidamente identificados, con lo que la cifra real debería estar en torno a 125.000. Las noticias del último año de guerra apuntan en buena lógica a que esa proporción aumentará en perjuicio de Ucrania.
Así las cosas tenemos dos salidas del conflicto, ambas en manos del Kremlin. Puede aceptar la anexión integra a la federación rusas de las regiones de Crimea, Lugansk y Donetz, y de lo que tengan en Kherson y Zaporiyia, y siempre con neutralidad ucraniana en términos militares. Puede haber una negociación paralela pero muy importante sobre el levantamiento de sanciones, y el acceso hacia EE.UU de las tierras raras ucranianas, que en un 70% están ya bajo control ruso o a punto de estarlo. Si no es así, la guerra continuará durante el segundo semestre de 2025 para ampliar la anexión a otras dos regiones rusofonas: Diniepretosk y Odesa.
Para el primer objetivo se requiere tener Orekhov, un centro logístico clave que bloquea la carretera a la capital de la región de Zaporiyia, de la que dista 40 kilómetros. Está a 30 kilómetros de las posiciones rusas, y como está muy fortificada, no será asaltada sino rodeada y sometida por bloqueo. Más complicado aún será llegar a Odesa, porque habría que desembarcar en la orilla derecha del Dnieper y crear una cabeza de puente. Con la mentalidad occidental se podría pensar que Rusia amagaría con esta extensión del conflicto para negociar el levantamiento de las sanciones económicas o la explotación de esos minerales críticos, pero el problema es su histórica incapacidad para descifrar lo que piensan los rusos.